El próximo domingo, en Getxo, los filipinos residentes en Euskadi celebrarán los 112 años de la independencia de su país. La reunión -que comenzará a las 17.30 horas en Fadura- está organizada por la asociación Sikap e incluirá canciones, bailes y comida típica de esta república asiática formada por más de 7.000 islas. Danzas como el tinikling o el singkil, diversos cantos en tagalo y platos basados en el arroz (un ingrediente que nunca falta en la mesa) oficiarán de pasaporte a las costumbres y tradiciones del país.
«Haremos una gran fiesta para dar a conocer la cultura filipina», anuncia Jonally Puzón, la secretaria de Sikap. El encuentro va dirigido a todas las personas, «sean de donde sean» y es, por tanto, una oportunidad para «ver que hay otras cosas además de lo que muestra la televisión, como el hambre, la pobreza y la gente comiendo con la mano. Filipinas tiene muchas cualidades», dice. No obstante, matiza que las perspectivas laborales y económicas dejan mucho que desear. La situación es difícil, «sobre todo para la gente joven».
Originaria de la región de Bisayas, Jonally emigró de su país en 2004, poco después de acabar la carrera. «Soy periodista», explica. «Trabajaba en un periódico municipal y hacía entrevistas, como tú, pero el salario era muy bajo y no alcanzaba para nada». Por eso, a sus 24 años, pensó en marcharse. La decisión fue contundente, pero no sencilla. «Es difícil dejarlo todo y adaptarte a otro estilo de vida, otro idioma, otro lugar, pero es necesario. Cuando no tienes más opciones, es la única vía», asume.
Eligió como destino el País Vasco porque su tía vivía en Vizcaya. «Lleva más de treinta años en Euskadi; mis primos nacieron aquí», precisa. De su llegada, en agosto, recuerda que sintió frío. «Era verano, pero yo dormía bajo una manta, con calcetines y jersey», dice entre risas. Otra cosa que recuerda de aquel tiempo son las horas en un instituto de Lamiako, donde hizo un curso intensivo de castellano. «Cuando llegué, sólo conocía unas pocas palabras sueltas; no podía mantener una conversación», cuenta. Las clases le sirvieron de ayuda, aunque donde más aprendió fue en su trabajo. «Cuidaba niños en una casa de familia y los críos me hablaban todo el tiempo. Ellos me enseñaron buena parte de lo que sé».
Londres y el otro destino
Seis años después de llegar, Jonally siente que ha avanzado, pero es consciente de que aún le falta mucho. En algún momento pensó en convalidar su título y ejercer como periodista. Sin embargo, le explicaron que su nivel de castellano era insuficiente. «Domino mejor el inglés», subraya, y el dato es más que un simple detalle.
«Cuando vine, no tenía idea de quedarme 'para siempre'. Mi intención era trabajar, ahorrar, obtener la nacionalidad y viajar a Londres, donde podría buscar un empleo en lo mío». Como muchas otras personas procedentes de Filipinas, Jonally emigró de su país pensando en el Reino Unido como destino final; un lugar «donde tenemos más oportunidades pero necesitamos una ciudadanía europea para entrar». No obstante, «la vida cambia», y un imprevisto bien puede trastocar un plan.
«Conocí a un chico», confiesa. Las cuatro palabras alcanzan para entender la razón de su cambio. «Cuando dejé de trabajar como interna, empecé a buscar otro empleo y me contrataron en una cafetería. Allí lo conocí; trabajamos juntos. Yo creo que es el destino, porque no quería salir con nadie... Simplemente, pasó».
Desde entonces, Londres ha quedado lejos, pero ella no se queja porque «fue una elección». Además, continuar en el País Vasco le ha permitido seguir en contacto con la comunidad filipina y dedicarle más tiempo a la asociación. «Somos más de 120 socios y el día de la fiesta votaremos para elegir al mejor filipino del año. Queremos destacar a aquellos que son un ejemplo para los demás».
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