14.6.10

"Bilbao es una gran escultura que se cincela poco a poco"

El artista plástico brasileño Adriano Ramos dejó su país para conocer la cultura y las tendencias europeas. Desde hace cinco años, vive en la villa, un lugar «ideal»



Cambió Florianópolis por Bilbao hace un lustro, cuando una mezcla de éxito y azar le empujó a venir aquí. La última exposición que había preparado en Brasil funcionó muy bien. Recibió el favor de la crítica y la aceptación del público, algo que se reflejó en las ventas de las obras. Adriano Ramos percibió una buena cantidad de dinero por su trabajo y, entonces, se preguntó qué hacer. «Pensé en comprar unos terrenos, pero finalmente decidí invertir en cultura; devolverlo al arte, el lugar de donde había salido. Por eso vine a Europa. Quería estudiar y ver de primera mano los orígenes de las corrientes artísticas y las nuevas tendencias».

Mientras se imaginaba ese viaje -aún sin destino definido-, un amigo le pidió un favor. «Él conocía a una persona de aquí que quería pasar una temporada en Brasil, y me pidió que le buscara un chalé para alquilar junto a la playa», explica Adriano, que acabó consiguiéndole una casa que estaba al lado de la suya. «Nos hicimos amigos y me habló mucho del País Vasco. Me gustó lo que me contaba, busqué más información en Internet y comprendí que era ideal para mí: una ciudad con todos los servicios y un toque cosmopolita, pero, al mismo tiempo, pequeña y abarcable».

Llegó a Barakaldo en agosto y enseguida experimentó el primer choque cultural: «Casi todos los comercios estaban cerrados y yo no entendía nada. En Brasil, las tiendas no cierran nunca. Claro que hace cinco años no había crisis y la gente podía irse de vacaciones. Hoy no. Han cambiado muchas cosas en este tiempo», matiza Adriano, que, si bien sigue adelante con su vocación, ha tenido que compaginar la pintura con el comercio. Desde hace un par de años, regenta una tienda de ropa en Bilbao.
«Abrí el local cuando vi que debía complementar mis ingresos por otra vía. No me disgusta dedicarme a esto. Me considero buen vendedor y tengo sangre comercial porque trabajo desde los once años. Eso sí, no hay dinero en el mundo que compense lo que siento al pintar. El arte es todo para mí», confiesa este brasileño que, con sólo 24 años, llegó a ser consejero del Museo de Arte de Santa Catarina.
"Tardé 20 días en vender"
Aquí, en Bilbao, no le fue mal en el terreno artístico. «Cuando llegué, comencé a recorrer galerías para enseñar mi obra y en más de un sitio se mostraron interesados. Finalmente, elegí una y llevé mis cuadros. Recuerdo que el dueño me decía que eran demasiado grandes, que no se iban a vender con facilidad... Pasaron sólo veinte días hasta que, por fin, se vendió el primero», relata.

Tiempo después, firmó un importante contrato con un constructor que le encargó noventa lienzos. «Ese trabajo me iba a garantizar una tranquilidad económica en el futuro, pero la crisis truncó el proyecto. Por esa razón invertí lo que tenía en el comercio», explica. Lógicamente, a lo largo del proceso, Adriano se planteó volver a Brasil, que ahora despega como país emergente, pero la idea duró sólo un momento. Su vida, asegura, está aquí. «Yo tomé una decisión en su momento y la mantengo. No voy a echarme atrás ahora que la situación es mala. Los vascos pueden contar conmigo para remar y salir adelante», dice convencido.

En su opinión, Bilbao es «una gran escultura que se cincela poco a poco; una ciudad con mentalidad global que promete mucho como referencia artística». Adriano no tiene dudas de que «llegará a su máximo, pues tiene mucho que ofrecer». Entretanto, él disfruta de la transformación y del trato cotidiano con la gente.

«He hecho buenos amigos aquí, jamás he sentido discriminación o xenofobia, y ahora tengo costumbres que antes no tenía. Si no tomo el café en el bar, el día no ha empezado», pone como ejemplo; y añade: «Hay que adaptarse al lugar al que uno va. Al menos, yo lo intento, porque no soy turista, sino viajero. No pienso en el regreso. La principal frontera está siempre dentro de ti».

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