Acude a la cita con una hogaza de pan árabe casero, una sonrisa generosa y un ejemplar de su último libro -'Poemas y pensamientos'- escrito en castellano y firmado como Fragancia y Coral. «Es un seudónimo que elegí para recordar siempre a mi abuela, que nació en Elizondo pero emigró con su familia al norte de África cuando era muy joven», explica Rahma mientras se sienta junto a la ventana de una cafetería en Bilbao. «Llámame Coral -pide-. Todo el mundo me conoce por ese nombre».
Coral vive en Euskadi desde hace dieciséis años. Los primeros siete residió en San Sebastián, hasta que se trasladó a la capital vizcaína. «Me marché de mi país para ayudar a mis padres. Vengo de una familia humilde y de un pueblo pequeño, donde hace falta de todo», resume.
Aunque trabajó como secretaria, como mecanógrafa en los tribunales y como asistente en un despacho de abogados, los ingresos no eran suficientes. «Había una gran injusticia social, y la sigue habiendo. Todavía hay mucha pobreza en el mundo bailando al son de los himnos», señala Coral, que en la actualidad trabaja como voluntaria en Cáritas.
«En su día, me ayudaron mucho. Ahora yo quiero hacer lo mismo por otras personas», dice la escritora y prosigue: «El dinero es necesario para sostener estas iniciativas, pero no es lo único. También hace falta estar ahí, comprometerse, saber dar un abrazo, unas palabras de aliento, un poco de cariño... Hace falta constancia y tiempo». Aun así, matiza que «la gente de aquí es muy solidaria y está volcada en las causas sociales».
Aunque siempre ha encontrado manos amigas, el camino de Coral no ha sido fácil. «He sufrido mucho en estos años y he pasado dificultades, pero ha valido la pena. Mi padre, que ya ha fallecido, era agricultor y siempre se ocupó de nosotros. Era un buen hombre, muy querido en la comunidad. Mi madre, que aún vive en Marruecos, es una buena mujer. Se casó siendo una niña, tenía sólo trece años y dedicó su vida a la familia. Ahora, cuando hablo con ella, me dice que al sentarse a comer y ver el plato lleno en la mesa, piensa en mí. Eso me reconforta y me duele. A veces miro para atrás y se me rompe el corazón».
Idas y vueltas
Antes de emigrar hacia Europa, Coral ya compaginaba la actividad laboral con la literatura. «Escribía en árabe y publicaba poemas y artículos en los diarios -cuenta-. Muchas de esas cosas se leían en las emisoras de radio», y no sólo en las de Marruecos; también en las cadenas de Dubai y Egipto, el país de su abuelo paterno. «La inmigración no es algo nuevo. Siempre ha existido», dice. La genealogía de su familia lo demuestra, y su elección del País Vasco como lugar de residencia prueba que, en ocasiones, el camino es de ida y vuelta.
Antes de emigrar hacia Europa, Coral ya compaginaba la actividad laboral con la literatura. «Escribía en árabe y publicaba poemas y artículos en los diarios -cuenta-. Muchas de esas cosas se leían en las emisoras de radio», y no sólo en las de Marruecos; también en las cadenas de Dubai y Egipto, el país de su abuelo paterno. «La inmigración no es algo nuevo. Siempre ha existido», dice. La genealogía de su familia lo demuestra, y su elección del País Vasco como lugar de residencia prueba que, en ocasiones, el camino es de ida y vuelta.
A propósito de retornos, ella no se plantea volver. «Voy de visita cuando puedo para estar con mi familia, pero tengo claro que no me marcharía de manera definitiva. A pesar de la nostalgia, mi lugar ahora está aquí. Si regresara a mi país, tendría que empezar desde cero, y allí no hay muchas oportunidades», relata.
Aquí, en cambio, tiene más opciones. En el plano laboral, siempre ha estado «muy exigida», pero eso no le ha impedido escribir y editar tres libros. «Cuando sólo tenía una tarde libre a la semana, la usaba para escribir y, si no podía, lo hacía por las noches, antes de irme a dormir. Lo importante es encontrar esos momentos para uno mismo, o inventárselos, pero no desistir», reflexiona Coral, que escribió su primer libro en San Sebastián sin que nadie lo supiera y lo publicó con el dinero que fue ahorrando mes a mes.
«Me daba un poco de vergüenza, recién comenzaba a manejar el idioma y vivía eso como algo muy íntimo. Lo que sé de castellano y francés lo he aprendido hablando con la gente, viendo la televisión y leyendo folletos del supermercado -desvela-. Todavía me cuesta y, por ello, me he volcado más con la poesía que con la novela, que escribo en árabe».
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