Algunas teorías señalan que una persona es realmente auténtica cuando se encuentra en soledad; cuando nadie observa sus gestos y no existe la necesidad de actuar. Aseguran que los actos más íntimos, aquellos que jamás se comparten, son los que definen los rasgos, el carácter y la personalidad. Si lo pensáis, tiene su lógica. ¿Cuántas cosas hacemos a diario en la seguridad del espacio privado? ¿Cuántas otras impostamos si alguien más aparece en escena? La curiosidad y la transgresión son dos sellos del ser humano y por eso resulta atractiva la idea del espionaje. Con esta premisa de base, la Fundación Joan Miró ha inaugurado una exposición colectiva que investiga las técnicas modernas y las tradicionales pero, además, explora el ‘deseo voyeur’; el placer de mirar sin ser visto.
Bajo el nombre ‘Pigmentos y píxels’, el Espai 13 de esta galería acoge una muestra conjunta de tres creadores franceses, todos ellos estudiantes de la escuela de arte contemporáneo Le Fresnoy, situada en Tourcoing, en la frontera con Bélgica. La intención, desde el punto de vista estético, es mostrar las relaciones entre el arte actual y el de antaño. Porque las hay, y muchas. Aunque la informática gane terreno en la producción artística, la evolución no significa ruptura. Como explican las comisarias del ciclo, «para los jóvenes creadores, la pintura y el dibujo son prácticas familiares, además de adecuados medios de investigación. En lo que respecta a la Historia del arte, lejos de desentenderse de las técnicas, a menudo encuentran en ellas su inspiración y renuevan los temas tradicionales con los medios actuales».
Desde un agujero
Medios como la fotografía y el vídeo –muy presentes en la era digital– tocan aspectos centenarios, como las inquietudes humanas más llanas. Entre ellas, el impulso de mirar. Antonia Fritche, por ejemplo, presenta su obra ‘Wash room’. Se trata de un montaje audiovisual que muestra a una mujer desnuda en la intimidad del lavabo; una mujer cuya silueta sólo se hace visible cuando el agua entra en contacto con su cuerpo. Si la idea en sí ya es sugerente, se potencia más aún con el hecho de que, para ver el vídeo, el público debe asomarse a un agujero en la pared. En el filo de lo privado y el límite de lo prohibido, el espectador se convierte
en voyeur.
Medios como la fotografía y el vídeo –muy presentes en la era digital– tocan aspectos centenarios, como las inquietudes humanas más llanas. Entre ellas, el impulso de mirar. Antonia Fritche, por ejemplo, presenta su obra ‘Wash room’. Se trata de un montaje audiovisual que muestra a una mujer desnuda en la intimidad del lavabo; una mujer cuya silueta sólo se hace visible cuando el agua entra en contacto con su cuerpo. Si la idea en sí ya es sugerente, se potencia más aún con el hecho de que, para ver el vídeo, el público debe asomarse a un agujero en la pared. En el filo de lo privado y el límite de lo prohibido, el espectador se convierte
en voyeur.
Pero esta creadora francesa (Figeac, 1975), que ha vivido a caballo entre su país natal y México y
que también trabajó en el rodaje de ‘Amores perros’, no está sola en esta muestra. Sébastien Calliat y Cyprien Quairiat comparten con ella el espacio. El primero (Grenoble, 1979) exhibe un cortometraje inspirado en la obra de Edvard Munich. ‘Histoire sans gravité’ está ambientado en el futuro, en el año 2010 y en París. Allí, una niña enferma mira desde su ventana un paisaje que va cambiando según las fluctuaciones en la bolsa de la compañía propietaria del piso. Cuando las acciones suben, el piso también, y la vista alcanza la Place de la Concorde. Cuando bajan, apenas se ve el Arco de la Défense.
que también trabajó en el rodaje de ‘Amores perros’, no está sola en esta muestra. Sébastien Calliat y Cyprien Quairiat comparten con ella el espacio. El primero (Grenoble, 1979) exhibe un cortometraje inspirado en la obra de Edvard Munich. ‘Histoire sans gravité’ está ambientado en el futuro, en el año 2010 y en París. Allí, una niña enferma mira desde su ventana un paisaje que va cambiando según las fluctuaciones en la bolsa de la compañía propietaria del piso. Cuando las acciones suben, el piso también, y la vista alcanza la Place de la Concorde. Cuando bajan, apenas se ve el Arco de la Défense.
Lo interesante es observar lo que sucede en la habitación cuando el mercado está estable. En ese caso, «el espectador tiene acceso a la intimidad de la relación entre la niña y su madre, como un convidado de piedra, testimonio pasivo del desenlace de la historia», apuntan en la Fundación. No obstante, hay algo más inquietante que ser uno quien mira a hurtadillas. ¿O cómo definiríais vosotros al hecho de ser espiados mientras estáis fisgoneando? Esta doble relación es la que plantea Cyprien Quairiat (Tourcoing, 1980) en su ‘Salle d’Attente’, o sala de espera.
«Cuando la gente se enfrenta al aburrimiento, busca el modo de evitar esa situación y, a menudo,
se dedica a observar a los demás sin que ellos se den cuenta. Así, el visitante se transforma en voyeur, pero también se asemeja a un modelo que posa, a la manera del retrato más tradicional», comentan los organizadores de la muestra. El observador es también observado, aunque es probable que no lo sepa. De esta manera, en la instalación de Quairiat, el público, sin notarlo, forma parte de la obra y, «antes de abandonar la sala, quedará en cierto modo vinculado a la pieza», dicen en la galería. Y, para aumentar la tentación, agregan que «esta obra cuestiona la relación entre quien espera, los espectadores, sus imágenes y la instalación misma, el espacio donde todos coinciden y donde puede haber sorpresas».
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