La unión de ambos grupos incrementa la violencia y amplía los objetivos de ataque a otros países.
Organización de Al-Qaida en el Magreb. Aunque el nombre es relativamente nuevo –se creó en noviembre del año pasado–, sus principios vienen de antes y sus miembros llevan tiempo sembrando el terror en Argelia. Se trata del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), una banda que nació hace diez años para de desestabilizar el régimen argelino y que ostenta la espeluznante cifra de cien mil asesinatos desde entonces. Su líder actual, Abdelmalek Drukdal –alias Abú Mussab–, es sucesor Hassan Hatab y seguidor del clérigo Abú Qutada, ahora preso en Reino Unido.
El atentado de los salafistas se produce en un momento ‘caliente’ de la política en Argelia. A un mes de los comicios para renovar la Cámara baja del Parlamento –llamada Asamblea Popular Nacional–, todos los partidos están en plena campaña: una coyuntura de tensión muy propicia para que los terroristas sacudan el sistema democrático y a la gente a pulso de bombas. Hasta ayer, el Gobierno procuraba que las elecciones del 17 de mayo se desarrollaran con normalidad. Ahora la prioridad es otra. Es luchar contra el terrorismo, pues el objetivo de paz y consenso se vino abajo en segundos.
Los estallidos provocaron indignación y sorpresa. Sobre todo en las autoridades del país –como el titular de Interior, Yazid Zerhuni–, que no esperaban ni contemplaban siquiera una sangría de tal magnitud. No obstante, había indicios. Muchos. Muy graves. Y muy recientes. El sábado pasado, los salafistas asesinaron a nueve militares en el curso de una emboscada. En febrero, los ahora llamados Al-Qaida en el Magreb cometieron siete atentados con coche bomba en Kabilia, sumando otros seis cadáveres a su ‘inventario’ del horror: una lista que incluye el homicidio de 40 militares argelinos en 2001, el secuestro de 32 ciudadanos europeos en 2003 y su vinculación al golpe de Estado de 2005 en Mauritania. También se les relaciona con los tres terroristas suicidas que conmocionaron Casablanca el pasado martes.
El doble atentado que se perpetró ayer en Argel causó 24 muertos y más de 222 heridos. Fueron tres explosiones sanguinarias –una en la sede del Gobierno y otras dos en una comisaría de Bab Ezzuar– que disparan dos preguntas: quién ordenó la matanza y por qué. Tras el caos de las primeras horas, la respuesta llegó a la cadena de televisión Al-Yasira cuando, en una llamada telefónica, la Organización de Al-Qaida en los Países del Magreb Islámico asumió la autoría de los hechos.
Organización de Al-Qaida en el Magreb. Aunque el nombre es relativamente nuevo –se creó en noviembre del año pasado–, sus principios vienen de antes y sus miembros llevan tiempo sembrando el terror en Argelia. Se trata del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), una banda que nació hace diez años para de desestabilizar el régimen argelino y que ostenta la espeluznante cifra de cien mil asesinatos desde entonces. Su líder actual, Abdelmalek Drukdal –alias Abú Mussab–, es sucesor Hassan Hatab y seguidor del clérigo Abú Qutada, ahora preso en Reino Unido.
El atentado de los salafistas se produce en un momento ‘caliente’ de la política en Argelia. A un mes de los comicios para renovar la Cámara baja del Parlamento –llamada Asamblea Popular Nacional–, todos los partidos están en plena campaña: una coyuntura de tensión muy propicia para que los terroristas sacudan el sistema democrático y a la gente a pulso de bombas. Hasta ayer, el Gobierno procuraba que las elecciones del 17 de mayo se desarrollaran con normalidad. Ahora la prioridad es otra. Es luchar contra el terrorismo, pues el objetivo de paz y consenso se vino abajo en segundos.
Los estallidos provocaron indignación y sorpresa. Sobre todo en las autoridades del país –como el titular de Interior, Yazid Zerhuni–, que no esperaban ni contemplaban siquiera una sangría de tal magnitud. No obstante, había indicios. Muchos. Muy graves. Y muy recientes. El sábado pasado, los salafistas asesinaron a nueve militares en el curso de una emboscada. En febrero, los ahora llamados Al-Qaida en el Magreb cometieron siete atentados con coche bomba en Kabilia, sumando otros seis cadáveres a su ‘inventario’ del horror: una lista que incluye el homicidio de 40 militares argelinos en 2001, el secuestro de 32 ciudadanos europeos en 2003 y su vinculación al golpe de Estado de 2005 en Mauritania. También se les relaciona con los tres terroristas suicidas que conmocionaron Casablanca el pasado martes.
Una filial del miedo
Salafistas, ahora miembros de Al-Qaida. Noviembre de 2006 marcó algo más que un cambio de nombre. Desde esa fecha, el GSPC incrementó los atentados (y las cuentas corrientes, que se nutren con la ayuda de argelinos en Francia y Canadá), amplió sus objetivos y se transformó en una ‘filial’ de la organización de Bin Laden, dando cobijo y entrenamiento militar a todos los aprendices de terroristas magrebíes, tunecinos y marroquíes en particular.
Salafistas, ahora miembros de Al-Qaida. Noviembre de 2006 marcó algo más que un cambio de nombre. Desde esa fecha, el GSPC incrementó los atentados (y las cuentas corrientes, que se nutren con la ayuda de argelinos en Francia y Canadá), amplió sus objetivos y se transformó en una ‘filial’ de la organización de Bin Laden, dando cobijo y entrenamiento militar a todos los aprendices de terroristas magrebíes, tunecinos y marroquíes en particular.
Los directores de esta escuela del miedo anunciaban ya en enero que habían recibido órdenes del ‘número dos’ de Al-Qaida (Ayman al-Zawahiri) de atacar los intereses de Francia y Estados Unidos; dos países que, a su juicio, «se apropian de nuestros tesoros y controlan nuestros destinos». Los terroristas también advirtieron de que les vencerían «con ayuda de Dios». Pero el ministro de Interior restó importancia al asunto. La banda «quiere cometer acciones publicitarias», decía hace un mes. Ayer sólo se vio el bombardeo. Y la propagación del terror.
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