Noviembre recorre la ciudad en un desfile de abrigos y bufandas, y el andar de unos pasos apurados marca el ritmo en la cadencia del invierno. Gélido en la meseta curtida, más templado y húmedo junto al Mediterráneo que todo lo dulcifica. El frío desciende desde el rostro hasta los pies, como la luz de la tarde, que se desliza con suavidad por la fachada de los edificios. Luz que se escurre en los balcones y llega a las aceras, hasta posarse en los parabrisas empañados de los coches. El sol se refleja en las ventanas y proyecta los matices de un otoño que se va.
El frío de estas fechas ha sido, desde siempre, el mejor anfitrión. Invita a quedarse en casa y, por supuesto, a recibir visitas. De alguna manera, el turismo urbano es la síntesis de esa tradición, porque recoge la calidez de la acogida. Sin prisa, sin pausa, el clima desnuda a los árboles mientras viste el aire de Madrid y Barcelona. Ambas capitales viajan con destino a la última estación del año ofreciendo sus bondades, seduciendo a los turistas. Sugiriéndoles hacer una parada.
MADRID
La Plaza Mayor fue inaugurada en el año 1620. Su planta rectangular fue escenario y testigo de diferentes acontecimientos públicos, desde corridas de toros hasta juicios de la Inquisición, pasando por fiestas, bailes y obras de teatro. El edificio más llamativo del lugar es la Casa de la Panadería. Con una fachada adornada por frescos, se sitúa frente a la Casa de la Carnicería y, juntas, evidencian la historia de un recinto que hasta el siglo pasado ejerció como mercado.
La estatua ecuestre de Felipe III se levanta en el centro de la explanada y es un eje de bronce para iniciar el recorrido hacia otras plazas cercanas. Las hay, y muchas. Hacia el este, la Plaza de la Provincia luce el Palacio de Santa Cruz, que data del siglo XV. Hacia el oeste, la Plaza de San Miguel ofrece su mercado y, por la Calle Mayor, se accede a la Plaza de la Villa, que custodia la casa consistorial.
No muy lejos se aprecia la Casa de Cisneros y la Torre de los Lujanes, una edificación de estilo mudéjar con más de quinientos años de antigüedad. Otra plaza, la del Conde de Miranda. A su alrededor, las callejuelas estrechas enseñan un Madrid medieval, con palacios y conventos, como el de Las Carboneras, construido a principios de 1600. La Basílica de San Miguel, el Palacio Arzobispal y la Iglesia de San Pedro el Viejo guían el camino hasta la Plaza de la Paja, donde está la Capilla del Obispo, el único templo gótico de la ciudad. Le siguen la Plaza de San Andrés, la del Humilladero y la de Puerta Cerrada. La calle de Cuchilleros, repleta de tabernas y mesones, desemboca en un arco de igual nombre que da acceso al punto de partida: la Plaza Mayor.
Otro lugar de encuentro con Madrid es la Plaza de Cibeles, porque allí se dan cita los monumentos más significativos de la capital. El Cuartel General del Ejército, construido en 1769, mira al Palacio de Linares a través de sus jardines. Y el estilo neobarroco de este último, que ahora alberga a la Casa de América, contrasta con el toque historicista del Palacio de las Comunicaciones. A su lado, el Museo Naval cede el paso al Banco de España, edificado en 1891.
La calle de Alcalá conduce a una de las puertas más famosas del mundo. Tiene 226 años, es obra de Francisco Sabatini y está situada en la Plaza de la Independencia: la Puerta de Alcalá se alza sobre Madrid recordando que, en su momento, fue la entrada de la ciudad. A pocos pasos está el Museo de Artes Decorativas , desde el que se pueden ver el Museo del Ejército y la Real Academia de la Lengua. Cercano, el Parque del Retiro ofrece paseo y pausa. Es el vestigio viviente de una época de oro, el testigo de lo que alguna vez fueron los jardines y mansiones construidos para uso real en 1632. En su interior se encuentran el Palacio de Cristal y el de Velázquez, ambos destinados a albergar exposiciones.
El Palacio de Villahermosa se convirtió en el Museo Thyssen-Bornemiza en el año 1992. Es una edificación de estilo neoclásico, fue construida en el siglo XVII y, actualmente, reúne una muestra impactante de arte occidental. Desde allí, por la Carrera de San Jerónimo, se llega hasta el Palacio del Congreso, sede del Parlamento español, en la Plaza de Las Cortes. En esa zona se encuentra
también la Casa-Museo Lope de Vega, próxima al lugar donde vivieron Cervantes, Góngora y Quevedo.
La Iglesia y Convento de las Trinitarias, ubicado en la calle Lope de Vega, mira de cerca al Paseo del Prado y la Fuente de Neptuno. Y el Hotel Ritz, erigido en 1910, es una buena parada antes de dirigirse al Museo del Prado, el edificio que atesora la colección más importante de pintura española hasta el siglo XIX. Murillo, Rivera, Goya y Velázquez comparten espacio con obras de arte flamenco e italiano. Desde allí se accede al Jardín Botánico pero, en la calle Santa Isabel, otro edificio capta todas las miradas: el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. En él se encuentran todas las colecciones de arte contemporáneo español, incluido el ‘Guernica’ de Picasso.
BARCELONA
Del Barrio Gótico al Forum Barcelona es, en parte, un sueño curioso de Antoni Gaudí. Una ciudad de formas imposibles y colores fragmentados. Un proyecto dinámico que aún está sin terminar. Y la Sagrada Familia, su obra más conocida, es un claro exponente del ingenio inacabado. Gaudí le dedicó toda su vida e, incluso, vivió dentro del recinto para seguir su construcción más de cerca. El templo comenzó a erigirse en 1882 siguiendo un estilo neogótico, y, en él, el artista invirtió todo su saber arquitectónico y toda su ambición. Previó la construcción de doce campanarios –uno por cada apóstol–, cuatro más para los evangelistas, uno dedicado a la Virgen María y, el más importante, de 170 metros de altura, coronado con una cruz de cuatro brazos como símbolo de Jesucristo.
Para formas imposibles, La Pedrera. Gaudí lo construyó entre 1906 y 1910 por un encargo de la familia Milá, y, desde entonces, se ha convertido en uno de los más imaginativos en la historia de la arquitectura. Su fachada es una superficie ondulante de piedra sin líneas rectas, donde el hierro forjado de los balcones emula formas vegetales. El terrado es la cumbre de su fantasía. Las chimeneas, con formas que recuerdan guerreros, custodian desde lo alto a todo el edificio, reconcido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en el año 1984.
Los colores fragmentados están en el Parque Güell, que se construyó entre los años 1900 y 1914. Originalmente, el lugar fue ideado como una urbanización aristocrática con residencias unifamiliares. Sin embargo, el proyecto fracasó y, desde 1923, funciona como un parque público que está situado en la parte alta de Barcelona. 86 columnas dóricas sostienen la plaza del parque, que forma un bellísimo balcón desde el cual se pueden contemplar el mar y la ciudad. Un banco ondulado recubierto de trencadís es el límite de la plaza. Y el de la imaginación.
El corazón del Barrio Gótico late en la plaza de Sant Jaume, cuyo origen se remonta a los tiempos de la dominación romana. Esta plaza se ubica en el lugar donde, antiguamente, se levantaba el foro de la ciudad y, en la actualidad, discurre entre los dos edificios más importantes de la Administración: la Generalitat de Catalunya y el Ayuntamiento de Barcelona. El Palacio de la Generalitat, con su fachada renacentista y gótica, custodia el Patio de los Naranjos; y el del Ayuntamiento recubre el Salón de las Crónicas con su exterior neoclásico y su patio gótico.
Otro punto central del barrio se encuentra en la Plaza del Rei. Allí confluyen la Iglesia de Santa Ágata con el Palacio Real Mayor, un inmueble que, en su origen, fue la residencia de los Condes de Barcelona. En él destacan el salón de Tinell y las ventanas, del siglo XI. También en esta plaza se encuentra el Palacio del Archivo de la Corona de Aragón, una obra renacentista que data del siglo XVI. La Catedral, construida entre 1298 y 1450 e inaugurada en 1773, se erige a unos pasos de allí e invita a viajar en el tiempo.
Fin de la Historia. El Forum abre un nuevo capítulo en la capital del Mare Nostrum, precisamente a sus orillas. Allí donde termina la Diagonal y empieza el mar de los fenicios, la ciudad –ahora BCN– ha enclavado su nuevo tributo a la postmodernidad del siglo XXI, la sede del foro de las culturas que, como cualquier cosa en Barcelona, no importa que haya terminado porque sigue atrayendo al público.
Del festival queda un legado intenso y efervescente: el CaixaForum, que aprovecha una fábrica modernista diseñada por Puig i Cadafalch para organizar hasta tres exposiciones simultáneas. O las obras de la nueva Fira de Barcelona, que en 2007 pasará a ser Gran Vía M2. Y, en medio, los restaurantes del último lugar conquistado por la capital y sus travesías conforman un nuevo itinerario de ocio y cultura arquitectónica, que se suma a la Villa Olímpica. Preside el Edificio Forum, destinado a impactar al turista de la mano de los suizos Herzog y De Meuron. Difícil reto
en una ciudad que posee cinco inmuebles declarados Patrimonio de la Humanidad.
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