«Encantados», «felices» y con un punto de «preocupación». Así podría definirse el estado de ánimo actual de los egipcios residentes en Euskadi. Desde que estallaron las protestas en El Cairo, ellos más que cualquiera han estado «pendientes de la televisión y el teléfono» para enterarse de cada cambio, suceso o detalle relacionado con el país y su gente. Aun en la distancia, intentan seguir de cerca los acontecimientos sociales y políticos que, «sin duda alguna, marcarán un antes y un después» en la historia de su tierra.
No son muchos los egipcios radicados en el País Vasco -apenas 65, según los datos del INE-, aunque la mayoría lleva aquí varios años y algunos son bastante conocidos. Dos de ellos, Amed Abel Hafez, propietario del Café Capuccino -uno de los principales restaurantes árabes de la capital vizcaína-, y Ahmed el-Hanafy, presidente de la Unión de Comunidades Islámicas del País Vasco (UCIPV), comparten sus inquietudes e impresiones sobre lo que está ocurriendo en Egipto.
«Por primera vez en mucho tiempo vemos más cerca la posibilidad de que el pueblo recupere su voz y de que exista una democracia real. Hemos recobrado la ilusión de ser libres, aunque sabemos que la libertad cuesta... Por eso, desde aquí alabamos la labor de los jóvenes que se han manifestado en la plaza Tahrir y pedimos por ellos, para que tengan fuerza y resistan», señala Ahmed el-Hanafy que, además de presidir la UCIPV, es el emir de la mezquita Assalam de Bilbao.
«Lo que está pasando es algo muy bonito» -apunta Amed Abel Hafez-; es una revuelta social masiva en la que no sólo participa la gente pobre y sin recursos, sino toda la población, incluida la clase media y los profesionales. Eso nos da la pauta de un cambio. En Occidente, si un presidente hace una mala gestión, la ciudadanía lo castiga con el voto. Allí, durante treinta años, esa herramienta no ha existido, de modo que las manifestaciones de la gente abren una puerta a la renovación. Me alegra que suceda y que haya sido un movimiento pacífico, aunque me apena ver que ha habido episodios de violencia estos días», agrega.
Para este conocido hostelero que llegó hace tres décadas a la villa, los enfrentamientos civiles entre partidarios y detractores de Hosni Mubarak son motivo de tristeza. La «batalla campal entre bandos» del pasado jueves, asegura, no refleja la idiosincracia de la población. «Los egipcios somos buena gente, personas pacíficas, y no lo digo para quedar bien. Esta semana, sin ir más lejos, vi por la televisión cómo los propios manifestantes protegían el Museo de El Cairo».
«Hay una dictadura»
Ahmed el-Hanafy coincide con esta observación. También está preocupado. «Se ve que los ciudadanos se manifiestan de manera pacífica, pero, aun así, se están produciendo auténticas barbaries. Mira a los periodistas... Los reporteros son atacados porque sacan a flote lo que ocurre, especialmente desde las últimas y mal llamadas elecciones. Es evidente que en Egipto hay una dictadura», subraya.
A propósito de elecciones y regímenes, una de las cuestiones que más preocupa a la población egipcia es el desenlace sociopolítico del conflicto; el 'día después'. Y los ciudadanos que han emigrado no son la excepción. «Me atemoriza el vacío de poder»-reconoce Amed Abel Hafez-. «Creo que no hay alternativas políticas, ni candidatos preparados, ni opciones. Los más organizados son los Hermanos Musulmanes, pero la gente tiene miedo de que Egipto se convierta en el próximo Irán. Nuestro país es aconfesional, su legislación se inspira en la Constitución francesa y la ciudadanía no quiere regirse con la ley islámica. Por eso Mubarak ha durado tanto. Como dice el refrán, 'más vale malo conocido que bueno por conocer'».
Para Ahmed el-Hanafy, que se marchó de su país hace ya 25 años, el desafío no estriba tanto en las alternativas políticas de cara al futuro como en el saneamiento del sistema actual, «corrupto y dictatorial». En su opinión, «Mubarak es la cabeza, pero sus seguidores, los que ahora están en el poder, también son parte del problema. Habrá que limpiar todo, desde el servicio de seguridad hasta la Policía, y juzgar a quienes se han robado la riqueza del país a lo largo de los años», indica. «No basta con quitar al presidente» -insiste-. «El objetivo es una democracia real y los manifestantes no van a aceptar soluciones a medias».
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