14.2.11

"Redescubrí mis raíces: ya no pertenezco sólo a una cultura"

Este artista plástico de ascendencia quechua lleva 33 años en Getxo y no ha dejado de impulsar el desarrollo de su pueblo, en Argentina

Argentino y descendiente de quechuas, Hugo Salinas se marchó de su país hace más de treinta años, cuando el gobierno de Jorge Videla apresaba la democracia en un puño. «No soy un exiliado político -explica- pero, en una dictadura, hasta el indiferente es culpable de algo. En aquel entonces, yo defendía una teoría indigenista que chocaba mucho en Buenos Aires. Solía decir que en Argentina no se respetaba ni a Dios ni a la belleza, y fue positivo salir del país, porque allí estaba totalmente marginado».

Con una marcada vocación por el arte y la cultura, decidió empaparse de mundo. «Aterricé en España, recorrí el país y, por esas cosas de la vida, acabé en Getxo, donde todavía vivo -resume-. Me asenté aquí, aunque he tenido la suerte de viajar mucho en estos años». Diversas exposiciones, tanto propias como ajenas, le llevaron a recorrer buena parte del globo.

El contacto con el arte europeo, explica, se fundió con «lo que ya traía incorporado de América» y tuvo una fuerte influencia en su obra, que registra «diferentes épocas» y explora desde el puntillismo a Duchamp. «Pero esos desplazamientos que hice para recorrer museos no fueron viajes, sino trámites», observa Hugo, para quien «un viaje es otra cosa porque lleva tiempo; es caminar, conocer, hablar con la gente...».

«Una vez recorrí de norte a sur la ruta que une Casira con Guayateyoc, pasando por Ciénego Grande y la Laguna de Pozuelos», relata a modo de ejemplo. «Para situarte en el mapa, es un rincón donde confluyen las fronteras de Bolivia, Argentina y Chile; un sitio donde, hace años, había pequeños contrabandistas que pasaban hojas de coca para los mineros. Yo fui a ver cómo lo hacían, cómo eludían los controles policiales... Eso es viajar y aprender. Pasas tiempo en un lugar, entablas confianza y descubres, como descubrí yo, que esa gente pagó la universidad de sus hijos escondiéndose en la llanura», relata.

Más de 4.000 libros
A propósito de hijos, al parecer los suyos han heredado parte de su vocación y su espíritu migratorio: «El mayor vive en Corea, se dedica a la animación en 3D y hace videojuegos. Mi otra hija vive en Italia, es diseñadora de moda...», cuenta Hugo, que además de artista es dibujante publicitario. Tan sólo el chaval más pequeño vive con él y su esposa; y, como buen vasco que es, practica ciclismo y fútbol.

«Aquí, en Euskadi, está lo más importante para mí: mi familia. Pero, además, valoro mucho el contacto directo con la gente, el enriquecimiento que supone formar parte de una sociedad que vive políticamente, con afán de preservar sus orígenes -expone-. Los vascos tienen raíces muy profundas que marcan el rasgo del pueblo y que, a diferencia de lo que pasaba en Argentina hasta hace poco, están a la vista de todos. Por eso digo que aquí redescubrí mis raíces y que ya no sólo pertenezco a una cultura».

Siempre que puede, Hugo regresa a Argentina. Pero, lejos de entregarse al turismo y los encantos de Buenos Aires, se marca metas más altas. «Voy a mi pueblo, que está a 4.000 metros sobre el nivel del mar, y me dedico a cuidar mis tierras. Allí tengo animales, como llamas y ovejas, y la última vez que fui sembré quinua, que ahora se ha puesto de moda, pero siempre ha sido el alimento de salvación de muchos pueblos indígenas».

Además de cuidar sus cosas, Hugo siembra planes culturales para impulsar el desarrollo social de su pueblo. «He creado una biblioteca comunitaria en Argentina, que ya tiene más de 4.000 libros -desvela-. Piensa que, hasta hace poco, allí sólo llegaban cuatro o cinco cosas que defendían una única idea. Con este proyecto, se amplían los puntos de vista. Tengo que agradecer a las bibliotecas públicas, las universidades y los colegios de aquí, que se han sumado a la iniciativa y me han ayudado mucho. Donde abro la boca, sale un libro».

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