Vive en Euskadi desde hace 15 años y se siente muy a gusto en Hernani, pero no ha dejado de viajar a su país para colaborar en proyectos sociales.
«En mi país tenía un grupo de reggae que se llamaba Bienaventurados. Tocaba la percusión, era compositor y cantante, y hacía trabajo social con los niños del barrio que estaban en la calle», relata. «La chica que vivía conmigo lo dejó todo por ir allí, y un tiempo después yo hice lo mismo por ella. Esa es la razón por la que vine».
José aterrizó en una época en la que «no había tantos inmigrantes como ahora» y no tenía muy claro qué se iba a encontrar. «Pensaba que iba a ser todo muy distinto, pero cuando vine y me asenté comprendí que la diferencia no era tanta. Aquí también hay crisis y gente pobre. El tema es que Brasil es un país muy grande y hemos vivido mucho tiempo bajo la tiranía de la derecha», expone.
En su opinión, el presidente Lula ha ayudado a mejorar las cosas, «pero los ciudadanos también deben implicarse porque aún queda mucho por hacer». Y, cuando habla de ciudadanos, se incluye él mismo aunque viva lejos. «Tú no puedes marcharte de un sitio y decir 'ahora que como tres veces al día, me olvido de mi tierra y de mi gente'. Las cosas no funcionan así. A pesar de que aquí lo tengo todo, no he dejado de preocuparme por la situación en mi país. Viajo una o dos veces al año y sigo haciendo labor social para disminuir las tasas de pobreza, corrupción y criminalidad», cuenta.
De este lado del Atlántico, José compagina su trabajo como profesor con diversas actuaciones de batucada que realiza por toda Euskadi. Su agenda es intensa, pero le deja margen suficiente para hacer vida universitaria. «Nunca es tarde para empezar una carrera», afirma convencido, ya que por las mañanas estudia Derecho. «Mi idea es terminar los estudios y repartir el tiempo entre ambos sitios. Brasil firmó un tratado de extradición con España. Quiero conocer el funcionamiento de los aeropuertos y saber cuál es el criterio para dejar entrar o no a la gente», adelanta.
'Niños invisibles'
Para José, la inmigración no es un problema «sino una solución», aunque muchos discursos políticos, se queja, se empecinen «en presentarla como algo malo. Por supuesto -matiza-, hay de todo en todo el mundo y no se puede generalizar. Hay quienes vienen a vivir del cuento o a delinquir, y también hay muchos europeos que cometen delitos aquí y huyen a Brasil», señala.
«En cualquier caso -prosigue-, los principales males de cualquier país poco tienen que ver con los desplazamientos de la gente. En el mío hay demasiados niños que todavía no tienen acceso a la escuela y muchos barrios marginales, como Pelourinho, donde hay favelas y la gente no se entera. Recuerdo que hace unos años, cuando intentábamos impulsar proyectos sociales allí, el Gobierno sostenía que los niños de ese lugar no existían, que no había infancia en la calle. Tuvimos que crear un grupo llamado 'los niños invisibles', para que los vieran».
Más allá de las tareas pendientes y los aspectos mejorables, este bahiano intenta difundir en Euskadi las bondades de su ciudad. «Me gusta mucho el País Vasco, me interesa el intercambio cultural y puedo asegurarte que lo que hago es auténtico porque vengo de una zona de Bahía donde la cultura todavía es pura. Sólo toco los ritmos de mi calle y de mi barrio», enfatiza. Y añade: «Hay gente que se inventa las cosas y las vende como buenas. También hay quienes pervierten el espíritu de la capoeira haciendo volteretas y tomando anabolizantes. En esto, como en todo, nunca faltan los monos de circo», sentencia.
José Da Silva es brasileño, tiene «más de cincuenta años y menos de cien» y llegó a Euskadi hace quince, después de haber convivido con una chica vasca en Salvador de Bahía, su ciudad natal. Su primer destino en el País Vasco fue Vitoria, aunque actualmente vive en Hernani y da clases de capoeira y samba en un local de San Sebastián.
«En mi país tenía un grupo de reggae que se llamaba Bienaventurados. Tocaba la percusión, era compositor y cantante, y hacía trabajo social con los niños del barrio que estaban en la calle», relata. «La chica que vivía conmigo lo dejó todo por ir allí, y un tiempo después yo hice lo mismo por ella. Esa es la razón por la que vine».
José aterrizó en una época en la que «no había tantos inmigrantes como ahora» y no tenía muy claro qué se iba a encontrar. «Pensaba que iba a ser todo muy distinto, pero cuando vine y me asenté comprendí que la diferencia no era tanta. Aquí también hay crisis y gente pobre. El tema es que Brasil es un país muy grande y hemos vivido mucho tiempo bajo la tiranía de la derecha», expone.
En su opinión, el presidente Lula ha ayudado a mejorar las cosas, «pero los ciudadanos también deben implicarse porque aún queda mucho por hacer». Y, cuando habla de ciudadanos, se incluye él mismo aunque viva lejos. «Tú no puedes marcharte de un sitio y decir 'ahora que como tres veces al día, me olvido de mi tierra y de mi gente'. Las cosas no funcionan así. A pesar de que aquí lo tengo todo, no he dejado de preocuparme por la situación en mi país. Viajo una o dos veces al año y sigo haciendo labor social para disminuir las tasas de pobreza, corrupción y criminalidad», cuenta.
De este lado del Atlántico, José compagina su trabajo como profesor con diversas actuaciones de batucada que realiza por toda Euskadi. Su agenda es intensa, pero le deja margen suficiente para hacer vida universitaria. «Nunca es tarde para empezar una carrera», afirma convencido, ya que por las mañanas estudia Derecho. «Mi idea es terminar los estudios y repartir el tiempo entre ambos sitios. Brasil firmó un tratado de extradición con España. Quiero conocer el funcionamiento de los aeropuertos y saber cuál es el criterio para dejar entrar o no a la gente», adelanta.
'Niños invisibles'
Para José, la inmigración no es un problema «sino una solución», aunque muchos discursos políticos, se queja, se empecinen «en presentarla como algo malo. Por supuesto -matiza-, hay de todo en todo el mundo y no se puede generalizar. Hay quienes vienen a vivir del cuento o a delinquir, y también hay muchos europeos que cometen delitos aquí y huyen a Brasil», señala.
«En cualquier caso -prosigue-, los principales males de cualquier país poco tienen que ver con los desplazamientos de la gente. En el mío hay demasiados niños que todavía no tienen acceso a la escuela y muchos barrios marginales, como Pelourinho, donde hay favelas y la gente no se entera. Recuerdo que hace unos años, cuando intentábamos impulsar proyectos sociales allí, el Gobierno sostenía que los niños de ese lugar no existían, que no había infancia en la calle. Tuvimos que crear un grupo llamado 'los niños invisibles', para que los vieran».
Más allá de las tareas pendientes y los aspectos mejorables, este bahiano intenta difundir en Euskadi las bondades de su ciudad. «Me gusta mucho el País Vasco, me interesa el intercambio cultural y puedo asegurarte que lo que hago es auténtico porque vengo de una zona de Bahía donde la cultura todavía es pura. Sólo toco los ritmos de mi calle y de mi barrio», enfatiza. Y añade: «Hay gente que se inventa las cosas y las vende como buenas. También hay quienes pervierten el espíritu de la capoeira haciendo volteretas y tomando anabolizantes. En esto, como en todo, nunca faltan los monos de circo», sentencia.
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