El intercambio de bienes y servicios es el sistema de cooperación más antiguo del mundo. Es la génesis de la actividad comercial, que nació gracias a la permuta de las sobras a cambio de otros objetos necesarios. El invento del dinero y la aparición de la moneda como medida de valor alteraron ese binomio tan sencillo, práctico y fácil de manejar. Tanto es así que, aunque todavía impera el equilibrio entre la oferta y la demanda, la Economía es, en la actualidad, un área con múltiples aristas y entresijos. Ha alcanzado tal nivel de complejidad que, cuando sobreviene una crisis mundial o hay un revés en las previsiones, ni siquiera los principales expertos en la materia consiguen resolverlos. El sistema monetario y financiero se ha consolidado en casi todas las sociedades del mundo, pero el trueque nunca ha desaparecido. En algunas regiones donde perviven las estructuras tribales, la producción artesanal y las antiguas tradiciones no sólo son el principal modelo de intercambio, sino el único. ¿Pero hace falta atravesar medio planeta para constatar cómo funciona este mecanismo o es posible apreciarlo en casa, en la ciudad o en el propio barrio? El trueque es una realidad en los países del primer mundo y, lejos de constituir un modelo en extinción, cobra fuerza y vitalidad con el paso de los años. Cada vez hay más iniciativas de intercambio que rehúyen con éxito del dinero. España no es la excepción.
Ponerle freno al consumo compulsivo
Además de una elevada tasa de desempleo y la agudización de los problemas sociales, la actual crisis económica ha puesto en evidencia los fallos del sistema financiero y el exceso de confianza de los consumidores al efectuar sus compras. En los últimos dos años, el endeudamiento familiar ha aumentado de modo exponencial hasta situarse en 908.272 millones de euros a finales de 2009. Buena parte de esta cifra responde a los préstamos hipotecarios, la especulación inmobiliaria y el paro. No obstante, éste es un enfoque simplista y miope. Hay otros elementos que alimentan esa cifra, además de la vivienda. ¿El principal? Un porcentaje considerable de personas gasta más dinero del que tiene. Al menos, así ocurría hasta 2007, cuando se desató la crisis.
Si en 1958 los españoles dedicaban más del 80% del total de su gasto a la satisfacción de las necesidades básicas (alimentación, abrigo y cobijo), en los últimos años la situación ha cambiado de manera radical. El consumismo ha logrado instalarse en la sociedad como una práctica habitual. La debacle financiera y el fin de la bonanza han quebrado esta percepción, aunque es importante reseñar que hubo advertencias anteriores. Ya en 2004, el Informe Europeo sobre los 'Problemas de Adicción al Consumo' señalaba que el 15% de la población compraba de manera adictiva y que tres de cada cien ciudadanos padecían una compulsión patológica. En ese momento, sólo era un documento. En la actualidad, es la pesadilla de miles de ciudadanos que no tienen con qué afrontar los créditos, los préstamos y las deudas que contrajeron en el pasado.
El panorama es poco halagüeño. Sin embargo, no todas las consecuencias de la crisis pueden etiquetarse como nefastas. El "crack" financiero -y su repercusión social- ha impulsado dos cuestiones fundamentales: la reflexión y la creatividad. Con un cambio tan abrupto de escenario, es fácil preguntarse acerca de las necesidades reales. ¿Dos ordenadores? ¿Siete pantalones? Más allá de las particularidades de cada hogar, de la condición social y del número de integrantes de una familia, en todas las viviendas hay objetos que sobran. Y, en contrapartida, hay otras cosas que faltan; enseres que se rompen, electrodomésticos que fallan, objetos que, en esta coyuntura, no son fáciles de adquirir o reponer.
Quienes afrontan el pago de los préstamos contraídos no están en condiciones de endeudarse más para hacerlo. Y quienes atraviesan la crisis sin deudas intentan que esa situación de privilegio no cambie. Esta combinación de factores explica la creación y el crecimiento de iniciativas comerciales alternativas, que dejan fuera al dinero.
La eclosión de los mercadillos del trueque
Los proyectos al margen del sistema económico tradicional no son nuevos en el primer mundo. Iniciativas como "un día sin compras" -cuyo origen es canadiense- surgieron hace años, aunque funcionan más como una jornada de protesta y reflexión ante el abuso del consumo que como un sistema alternativo permanente. Sin embargo, algo cambia, y en países como España la transformación se ha hecho evidente desde el año 2007.
Los proyectos al margen del sistema económico tradicional no son nuevos en el primer mundo. Iniciativas como "un día sin compras" -cuyo origen es canadiense- surgieron hace años, aunque funcionan más como una jornada de protesta y reflexión ante el abuso del consumo que como un sistema alternativo permanente. Sin embargo, algo cambia, y en países como España la transformación se ha hecho evidente desde el año 2007.
La crisis económica, el paro y la reducción del poder adquisitivo no sólo han revitalizado las ventas de segunda mano y los locales de empeño; también han puesto de moda iniciativas comerciales donde no se trabaja con dinero. Entre ellas, los mercadillos del trueque, que cobran fuerza y dinamismo, captan cada vez a un público más amplio y diverso y ya se celebran de manera regular en las principales ciudades españolas. Sólo en Madrid hay varios, desde el barrio de La Guindalera hasta Plaza Prosperidad. Los proyectos que se basan en el trueque ya no son iniciativas marginales, alternativas o pintorescas. A lo largo del último año, han logrado consolidarse como un movimiento social -a veces organizado y, otras, espontáneo- que pretende aportar un modelo sostenible para hacer frente a la crisis.
Asociaciones ecologistas, plataformas sociales, comunidades de vecinos, ONG y, en algunos casos, ayuntamientos, se suman a la organización de estos mercadillos del trueque donde cualquiera puede participar. Algunos -como el que tiene lugar en Pamplona- son anuales y se organizan el 25 de noviembre, ya que coincide con la celebración del "día sin compras" fundado en Canadá. Otros son de carácter mensual, como el que desarrolla la asociación La Charca de la Rana el segundo sábado de cada mes en un descampado de Madrid. Este mercadillo está amenizado con actuaciones musicales gratuitas y comidas colectivas. En el caso de Cáceres, que cuenta con un mercadillo del trueque, es el ayuntamiento quien difunde la celebración; un evento pensado para que jóvenes y mayores intercambien objetos usados y de colección, con la prohibición expresa de cualquier tipo de transacción económica.
Los mercadillos del trueque (y las charlas sobre la cultura del intercambio de objetos usados) han hecho eclosión durante 2009. A Madrid, Pamplona, Cáceres o Barcelona se suman otras ciudades con iniciativas recientes, como Ávila, León, Zaragoza o Bilbao. Cabe destacar la iniciativa que se desarrolló en la capital vizcaína, pues su primer mercado del trueque (celebrado el 24 de octubre de 2009) es fruto de un proyecto más amplio; una iniciativa que ganó el II Concurso de Ideas Redondas del área de Empleo, Juventud y Deporte del Ayuntamiento. Al mejor estilo canadiense, los ganadores del certamen propusieron la celebración de una jornada en la que lo más importante no fuera "cuántos euros tienes en el bolsillo para gastar", sino "lo que yo te pueda enseñar y tú me puedas mostrar".
Otros intercambios
Al igual que los demás mercadillos del trueque, una de las finalidades del evento bilbaíno fue concienciar a las personas de que hay otros modos de consumir y que es posible aprovechar lo que ya se tiene, y cambiarlo por otros objetos, sin necesidad de gastar un euro. Pero, además del mercado en sí -la punta del iceberg-, se planteó una reflexión de base: una jornada entera sin dinero. En ese contexto, se produjeron intercambios que no sólo se centraron en los objetos.
Al igual que los demás mercadillos del trueque, una de las finalidades del evento bilbaíno fue concienciar a las personas de que hay otros modos de consumir y que es posible aprovechar lo que ya se tiene, y cambiarlo por otros objetos, sin necesidad de gastar un euro. Pero, además del mercado en sí -la punta del iceberg-, se planteó una reflexión de base: una jornada entera sin dinero. En ese contexto, se produjeron intercambios que no sólo se centraron en los objetos.
Al margen de las piezas que cada persona llevó, muchos participantes aportaron su experiencia. A la zona de trueque de objetos (como ropa, libros, teléfonos, juguetes, muebles o mascotas) se sumaron otras donde hubo intercambio de saberes y la gente compartió sus experiencias y vivencias con poco o nada de presupuesto. ¿Qué trucos hay para ahorrar? ¿Cómo se puede mejorar la calidad de vida cuando no se tiene dinero? ¿Qué alternativas hay de ocio gratuito? ¿Se puede comer sano y barato? Las respuestas a este tipo de cuestiones también fueron objeto de cambio. Para los organizadores de la jornada, la idea era contribuir al reciclaje, la comunicación, el consumo sostenible y las relaciones personales.
No todas las iniciativas de trueque se centran en este aspecto. Algunas enfatizan las relaciones laborales: cada vez hay más trabajadores y profesionales que intercambian servicios y bienes sin pedir o dar dinero. El modelo, que es habitual en países con elevadas tasas de pobreza y que también existió en Europa antes de la bonanza económica, regresa. Su dinámica es sencilla. Quien se dedica a la pintura de inmuebles puede hacer su trabajo en un local comercial a cambio de mercancía: permuta su mano de obra y los materiales necesarios por objetos que igualen el valor de ese trabajo. Nadie gana dinero, pero tampoco lo pierde, y es posible seguir así hasta que la situación general mejore.
Por otra parte, el trueque también experimenta un auge reseñable en las redes sociales y en los portales de Internet. Páginas web que, hasta hace poco, se dedicaban exclusivamente a la venta y la subasta de objetos nuevos y usados, ahora albergan numerosos anuncios donde la palabra clave es "cambio" o "permuto". Desde vehículos hasta mascotas, es posible encontrar casi de todo en estas páginas o en otras nuevas creadas para el trueque virtual. Todas estas iniciativas se suman a algunas anteriores, quizá menos conocidas, que tienen objetivos similares, como la permuta de viviendas o los bancos del tiempo.
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