18.1.10

"Europa no aprovecha los talentos de la inmigración"

El lutier ecuatoriano Víctor Hugo Ortiz Trabaja en el servicio de préstamo de bicis de Bilbao, pero sueña con montar un taller para fabricar violines
«Stradivarius es al violín lo que Antonio de Torres a la guitarra: ambos lograron tal excelencia en la fabricación de estos instrumentos que, tras su paso por el mundo, pocas cosas han cambiado. A pesar de los avances, ha habido escasas modificaciones en los últimos trescientos años, y es ahí donde radica el valor de las piezas que construyeron», resume Víctor Hugo Ortiz casi al comienzo de la entrevista.

El punto de partida no es casual. Guitarrista clásico y lutier profesional, este músico ecuatoriano posee un gran bagaje cultural sobre un mundo muchas veces desconocido: la fabricación artesanal de violines. «A diferencia de otros instrumentos, que se han industrializado o se producen en serie, construir un violín es un proceso artesanal donde todo se hace a mano. Para que te hagas una idea, la fabricación de cada uno emplea un mes y medio de trabajo, dedicándole ocho horas diarias. Por eso lo que yo hago no es un producto cualquiera», detalla el especialista, que se marchó de su Ecuador natal hace ya más de once años.

En una banda municipal
«En mi país me dedicaba a la música. Por un lado, formaba parte de una banda municipal y, por otro, tocaba en un grupo folclórico. Me repartía entre ambas cosas hasta que con el grupo recibimos una invitación para tocar en varias universidades alemanas. Así fue como viajé por primera vez a Europa», relata.

Tras realizar esa pequeña gira, Víctor Hugo decidió quedarse y probar suerte de este lado del Atlántico; primero en Francia y, después, en Bilbao. «Los países desarrollados emiten una imagen de triunfo muy potente. Como muchos extranjeros, yo llegué con la idea de que aquí era posible realizar todos los sueños y conseguir grandes logros con mayor facilidad... Tardé poco en entender que no era así», dice el músico, y agrega: «Evidentemente, sí hay más recursos y oportunidades; el asunto es que sólo están al alcance de algunas personas. La realidad del inmigrante es otra diferente; es trabajar en lo que te toque o te dejen».

En este sentido, Víctor Hugo considera que «Europa aún no aprovecha a los talentos de la inmigración». Y no lo dice sólo por él, sino por «esa tendencia tan extendida de no utilizar la mano de obra especializada que llega de otros países menos desarrollados». «La Ley de Extranjería favorece la economía sumergida y la precariedad laboral, pero también el empobrecimiento de los países de acogida -subraya-. Aquí hay miles de profesionales, de buenos profesionales, trabajando en áreas que les son ajenas y que no tienen dónde aportar lo que saben. Se desatienden los recursos humanos y todo eso es conocimiento que se pierde».
«Mi mundo es la música»
En su caso, lo que queda en el tintero es la faceta musical. «Mi mundo es la música y todo lo que lo rodea. Por supuesto, puedo dedicarme a cualquier otra cosa, pero es allí donde está mi potencialidad, donde me desenvuelvo mejor», explica Víctor Hugo, que, en la actualidad, trabaja en el servicio de préstamo de bicicletas de Bilbao.

Aunque está muy contento con su trabajo y ya han quedado lejos los primeros tiempos, cuando tuvo que «aguantar la explotación laboral», el músico reconoce que su realidad no se ajusta al proyecto que tenía. «Lo que pasa es que las ideas son sólo ideas -dice-. Después está el camino, que es lo que determina tu andar».
Esa filosofía es la que le impulsó, hace un lustro, a abandonar Bilbao durante tres años y radicarse en Inglaterra. «Todo lo que sé sobre el arte de lutieres lo aprendí en Nottingham -precisa-. Me sentí muy a gusto allí, adentrándome en lo que me interesaba, pero cuando terminé la carrera volví para aquí. Mi intención era montar un taller en Bilbao, dedicarme a fabricar violines y enseñar lo que había aprendido. El problema, además de la inversión inicial y los costes, es que esa carrera no está reglada aquí y, por tanto, no puedo convalidar mi titulación», lamenta Víctor Hugo. «Eso sí -matiza-, yo no pierdo la esperanza. Todavía sueño con dedicarme a lo que realmente me gusta y me hace muy feliz».


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