La Casa Encendida promueve un casting para escoger a los más avezados organizadores de exposiciones entre jóvenes inexpertos pero sobradamente preparados
Hace apenas una semana, La Casa Encendida inauguró la sexta edición del programa ‘Inéditos’, uno de los pocos de nuestro país que fomenta la inserción de los nóveles comisarios en los circuitos profesionales. ¿Cómo lo hace? Mediante una especie de casting que nada tiene que ver con la tele. En realidad, se trata de una rigurosa selección que, al final, premia a los elegidos con la posibilidad de producir su primera exposición y editar un catálogo del conjunto de la muestra, concediéndoles, además, una ayuda de 3.000 euros como honorario.
Como bien indica el nombre del certamen, los proyectos presentados deben ajustarse a un requisito fundamental: no haber sido expuestos nunca. Obvio. Pero, además, tienen que cumplir otra serie de características. Pueden versar sobre cualquier faceta de la creación artística actual, aunque han de destacar por la innovación, la calidad y la adecuación a los recursos disponibles. Al final –y tras un exahustivo análisis– los responsables del centro escogieron tres ideas: ‘Ruidos, silencios y la trasgresión mordaz. De fluxus al technonoise’, de Alberto Elicio Flores Galán, ‘Mundo urbano. Laboratorio de hiperrealidad’, de Javier Martínez Luque e Izaskun Etxebarría, y ‘Habitante’, de Laura de Miguel Álvarez y Esther Carmona Pastor.
¿Os preguntáis qué tienen de especial estas muestras? Aquí va un breve resumen que empieza por el final: ‘Habitante’. Según Laura de Miguel, toda la exposición surge del verbo habitar. «Por unos momentos, los espectadores ocupan un espacio dentro del emplazamiento diseñado, que resulta un lugar acogedor, cercano y accesible, al igual que las obras que contiene», describe. La idea central es «dejarse habitar por el arte», una frase que «define el espíritu que queremos que invada al espectador». O que lo cautive, porque la finalidad ha sido lograr «que se introduzca en un espacio acogedor donde, al recorrer sus estancias, se sienta impregnado por su esencia».
El objetivo lo han logrado emulando «un lugar cotidiano», alejado de las propuestas «neutrales» que tanto caracterizan a las exposiciones tradicionales. Como señala la comisaria, el lugar elegido es una casa y, en cada una de sus estancias, «se puede contemplar la obra de un colectivo o grupo diferente». A saber: «enfermos con Alzheimer, discapacitados intelectuales, niños de educación primaria, niños enfermos de cáncer o transplantados, universitarios, amas de casa, pintores aficionados, maestros, informáticos... ».
En el caso de ‘Mundo Urbano’, lo que pretenden los comisarios es «generar una reflexión sobre la comunicación entre comunidades». Del espacio privado al espacio público, de lo personal a lo impersonal. Si Laura y Esther abrían las puertas a un recinto de corte íntimo, Javier e Izaskun os llevan a rastras al universo que lo circunda. «Las ciudades se transforman en flujos y en ese desarticularse en movimiento podemos establecer grados de permanencia y memoria acordes a procesos de realización y de virtualización», dicen.
Pero no confundirse, que esto ni se acerca al sonido del silencio que planteaban Simon & Garfunkel. No. También está la contrapartida, por aquello de los equilibrios cósmicos. O sea, la «fascinación» de Fluxus por el ruido. Por este motivo, «la exposición establece un paralelismo con algunas corrientes musicales extremas que han otorgado al ruido un papel estelar –dice Alberto Flores–. Una actitud anticonformista y el interés por el ruido y por todo aquello rechazado por la música ‘seria’ es un denominador común, tanto de Fluxus como de géneros musicales contemporáneos».
Para completar el conjunto, la muestra enseña cómo el sentido del humor es una característica que Fluxus comparte con músicos ‘ruidosos’ electrónicos. Y hay algo más. Al visitar la exposición, el espectador podrá comprobar que «la práctica contemporánea de destrozar guitarras y baterías al final de conciertos de rock tiene un precedente en el maltrato que los fluxistas han cometido sobre pianos, contrabajos o violines». Palabra de comisario.
Si cuando os hablan de un comisario pensáis en armas de fuego o, más concretamente, en la serie de Telecinco, tendréis que coger un diccionario para cambiar el ‘chip’ ya mismo. Por lo menos, de cara a este reportaje. Vale, no os enojéis, que tan sólo era un chiste fácil. Resulta que este texto va de jóvenes comisarios, pero no de los que usan placas y pistolas, sino de los que controlan como nadie el mundo del arte y sus respectivos callejones, claro, que ningún sitio se encuentra libre de subculturas y movimientos ‘under’.
Hace apenas una semana, La Casa Encendida inauguró la sexta edición del programa ‘Inéditos’, uno de los pocos de nuestro país que fomenta la inserción de los nóveles comisarios en los circuitos profesionales. ¿Cómo lo hace? Mediante una especie de casting que nada tiene que ver con la tele. En realidad, se trata de una rigurosa selección que, al final, premia a los elegidos con la posibilidad de producir su primera exposición y editar un catálogo del conjunto de la muestra, concediéndoles, además, una ayuda de 3.000 euros como honorario.
Como bien indica el nombre del certamen, los proyectos presentados deben ajustarse a un requisito fundamental: no haber sido expuestos nunca. Obvio. Pero, además, tienen que cumplir otra serie de características. Pueden versar sobre cualquier faceta de la creación artística actual, aunque han de destacar por la innovación, la calidad y la adecuación a los recursos disponibles. Al final –y tras un exahustivo análisis– los responsables del centro escogieron tres ideas: ‘Ruidos, silencios y la trasgresión mordaz. De fluxus al technonoise’, de Alberto Elicio Flores Galán, ‘Mundo urbano. Laboratorio de hiperrealidad’, de Javier Martínez Luque e Izaskun Etxebarría, y ‘Habitante’, de Laura de Miguel Álvarez y Esther Carmona Pastor.
¿Os preguntáis qué tienen de especial estas muestras? Aquí va un breve resumen que empieza por el final: ‘Habitante’. Según Laura de Miguel, toda la exposición surge del verbo habitar. «Por unos momentos, los espectadores ocupan un espacio dentro del emplazamiento diseñado, que resulta un lugar acogedor, cercano y accesible, al igual que las obras que contiene», describe. La idea central es «dejarse habitar por el arte», una frase que «define el espíritu que queremos que invada al espectador». O que lo cautive, porque la finalidad ha sido lograr «que se introduzca en un espacio acogedor donde, al recorrer sus estancias, se sienta impregnado por su esencia».
El objetivo lo han logrado emulando «un lugar cotidiano», alejado de las propuestas «neutrales» que tanto caracterizan a las exposiciones tradicionales. Como señala la comisaria, el lugar elegido es una casa y, en cada una de sus estancias, «se puede contemplar la obra de un colectivo o grupo diferente». A saber: «enfermos con Alzheimer, discapacitados intelectuales, niños de educación primaria, niños enfermos de cáncer o transplantados, universitarios, amas de casa, pintores aficionados, maestros, informáticos... ».
En el caso de ‘Mundo Urbano’, lo que pretenden los comisarios es «generar una reflexión sobre la comunicación entre comunidades». Del espacio privado al espacio público, de lo personal a lo impersonal. Si Laura y Esther abrían las puertas a un recinto de corte íntimo, Javier e Izaskun os llevan a rastras al universo que lo circunda. «Las ciudades se transforman en flujos y en ese desarticularse en movimiento podemos establecer grados de permanencia y memoria acordes a procesos de realización y de virtualización», dicen.
Y la complejidad de sus palabras denota, a su vez, la complejidad de su trabajo. Con obras de Stanza, Jody Zellen, David Crawford,Dr. Hugo Heyrman y Nadine Hilbert & Gast Bouschet, la dupla hace foco en la «urbe tecno-cultural y el ciberespacio como dos contextos claves para conformar una visión viva de la sociedad actual y la comunicación interpersonal». De este modo, presentan seis obras «cuyo canal es Internet, que reflejan la ciudad y sus habitantes en un espacio virtual representado, donde el cuerpo humano como elemento fundamental para la comunicación es insustancial». ¿No os recorre un escalofrío?
Maltrato heredado
Pues aún falta el proyecto de Alberto, quien aborda de lleno la música. La exposición ‘Ruidos, silencios y la trasgresión mordaz’ «toma como punto de partida la vinculación de Fluxus al sonido, y analiza su legado en una serie de corrientes musicales actuales». En otras palabras, la exposición recupera el influjo ejercido por la celebérrima pieza silenciosa de John Cage ‘4’33’ (es decir, cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio) sobre piezas facturadas por miembros de Fluxus, por artistas visuales y por músicos experimentales actuales.
Pues aún falta el proyecto de Alberto, quien aborda de lleno la música. La exposición ‘Ruidos, silencios y la trasgresión mordaz’ «toma como punto de partida la vinculación de Fluxus al sonido, y analiza su legado en una serie de corrientes musicales actuales». En otras palabras, la exposición recupera el influjo ejercido por la celebérrima pieza silenciosa de John Cage ‘4’33’ (es decir, cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio) sobre piezas facturadas por miembros de Fluxus, por artistas visuales y por músicos experimentales actuales.
Pero no confundirse, que esto ni se acerca al sonido del silencio que planteaban Simon & Garfunkel. No. También está la contrapartida, por aquello de los equilibrios cósmicos. O sea, la «fascinación» de Fluxus por el ruido. Por este motivo, «la exposición establece un paralelismo con algunas corrientes musicales extremas que han otorgado al ruido un papel estelar –dice Alberto Flores–. Una actitud anticonformista y el interés por el ruido y por todo aquello rechazado por la música ‘seria’ es un denominador común, tanto de Fluxus como de géneros musicales contemporáneos».
Para completar el conjunto, la muestra enseña cómo el sentido del humor es una característica que Fluxus comparte con músicos ‘ruidosos’ electrónicos. Y hay algo más. Al visitar la exposición, el espectador podrá comprobar que «la práctica contemporánea de destrozar guitarras y baterías al final de conciertos de rock tiene un precedente en el maltrato que los fluxistas han cometido sobre pianos, contrabajos o violines». Palabra de comisario.
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