13.7.07

¿Dónde está el conejo blanco?

'Destejer el aro iris’ es la propuesta artística que Teresa Tomás presenta en la Universidad de Valencia. Un constante juego con la luz y las formas, donde aparecen y desaparecen criaturas de colores

¿Quién de vosotros no se ha sentido alguna vez maravillado por un arco iris? No importa si esa magia se produjo durante la infancia o si acaso ocurrió después, en una tarde de vida ajetreada. Los arco iris tienen poder por ser bonitos y singulares, y son capaces de cautivar a cualquiera, más allá de la edad o la hora. Puede que esto suene cursi, pero es verdad: da igual lo que estemos haciendo, en cuanto uno aparece, dejamos lo que sea para atraparlo con la mirada. ¿O no? Su comportamiento impredecible les atribuye cualidades místicas y no es casual que sus siluetas estén tejidas con historias. Algunas, muy animadas.

Pues, ¿qué pasaría entonces si alguien os propusiera destejerlos? Así, sin más, descomponerlos en mil colores. Tal vez penséis que es una locura o algún proyecto de ciencias, pero lo cierto es que alguien lo ha hecho desde el terreno del arte. Su nombre es Teresa Tomás y su búsqueda se encuentra expuesta en la Universidad de Valencia. ‘Destejer el arco iris’ es la obra más reciente de una larga trayectoria y, precisamente por ello, es también una síntesis, aunque se base en la descomposición.

Tomás, que inició su carrera como escultora, ha ido atesorando diferentes elementos hasta hacerlos propios. La narrativa, la luz y el color son tres constantes en sus propuestas que, en este caso, convergen. El tema es que esa convergencia encuentra, ahora, distintos canales y se traduce en una muestra con trazos multidisciplinares. Animación en 3D como base, algunas vetas
de pintura... como hay luz, fotografía y, lógicamente, escultura. Con estas claves de fondo –y un matiz de imaginación increíble–, la artista «desvela el secreto de la luz, reinventándola. El prisma newtoniano es sustituido por la chistera de la magia y la autora nos invita a acompañarla en un trepidante viaje a través del laberinto que trazan los sucesivos haces de luz». Para ponerlo de un modo más gráfico, ¿recordáis la portada del álbum de Pink Floyd titulado ‘The dark side of the moon’? Pues así. Algo parecido sugiere esta creadora.

Simbolismo
Su obra es una animación que dura trece minutos. Una secuencia que mezcla las técnicas ya mencionadas y que está protagonizada por siete personajes con doble personalidad. Vale, vamos despacio. Quizás en este punto sea conveniente aclarar que todos los elementos presentes en la propuesta están cargados de un simbolismo tremendo. Los personajes –siete, a razón de uno por color– tienen dos vertientes. Por un lado, se manifiestan como ‘seres de luz’ gestados en pequeñas esculturas de cera, diseñadas con ensamblajes de velas y presentados en fotografías de gran formato. Por otro son ‘conejos de colores’ (pensad ahora en la magia y sus objetos clave, como las chisteras). Estos surgen virtualmente de la animación tridimensional cuando se desteje el conejo blanco y, en las pinturas, recrea el fenómeno de las transformaciones asombrosas.

Venga, no os desaniméis, que también hay que atender a la física. Si alguna vez hicisteis caso a los profesores del instituto, recordaréis que un único haz de luz puede descomponerse en siete y que la sumatoria de esos colores regresa nuevamente al blanco, el ‘tono’ que les sirve de fuente. Ahora un poco de matemáticas, para que nunca más le creáis a quien diga que el arte es pura sensiblería. Sustituid a los haces lumínicos por conejos. Hacedlos converger. Aplicad un signo de suma y obtendréis al protagonista. En síntesis, el Conejo Blanco.

¿Que preferís la literatura? Ningún problema, chavales. El trabajo de esta valenciana contiene mucho de narrativa. La película en cuestión relata cómo un conejo blanco, al introducirse en el ojo de una cerradura (una chistera de mago), se descompone igual que la luz en el prisma (de Newton) en siete conejos de colores. A lo largo de la secuencia, los personajes mutan. Pasan de la categoría ‘ser de luz’ a la de ‘conejo de color’, su otra personalidad o alter ego (que nunca falte la psicología, doctor Freud).

Así, el viaje se produce a través de un laberinto metafórico con distintos tramos. Y, en cada uno de ellos, los protagonistas viven diversas aventuras hasta llegar a la velada, la última escena. Pero, atención, que hasta el nombre de esta instancia tiene un carácter simbólico, pues la velada es el punto donde «resuenan las ‘velas’ iniciales que dieron materia para las esculturas originales». En el centro y el final del recorrido, el personaje de La Preñada dará luz derritiendo a los demás caracteres. ‘Simbolismo’ habíamos dicho por no hablar de lo ‘metafórico’. La propuesta de Teresa Tomás hace hincapié en los inversos. Y tal vez por esa razón elija presentar a los personajes justo al final. Ellos son: Perro (es decir, el Conejo Rojo), Alquimista (o Conejo Naranja), Sol recién nacido (Conejo Amarillo), Lux (Conejo Verde), Candela (o Conejo Añil), Sereno de las estrellas (también conocido como Conejo Azul) y Hermeneuta (para los amigos, Conejo Morado). Y todos ellos representan un papel aún mayor, pues son también el Conejo Blanco, como sucede con los prismas, con la física y la magia del arco iris. A todas luces.

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