30.8.10

"Muchos sueñan con cambiar de vida, pero pocos se atreven"

El artista mexicano Josef Ibarra vive a caballo entre París y Orduña, y documenta con su cámara el modo de vida de los vendedores ambulantes ecuatorianos


Se baja del tren en medio de una multitud. Es martes de tarde, Bilbao celebra su Aste Nagusia y la estación de Abando es un hormiguero de gente que llega con espíritu de fiesta. Josef Ibarra sonríe a lo lejos y camina por el andén con pasos lentos. Lleva una cámara de fotos colgando del cuello y le acompañan dos niños pequeños, que le cogen de las manos mientras miran el entorno con ojos de siesta.
«Te presento a Iker y Ekaiz», dice. Voy a llevarlos con sus padres, que están en El Arenal, así luego charlamos con calma. ¿Vienes?». Los niños son hijos de Marta y Remigio, un matrimonio de ecuatorianos que reside en el País Vasco desde hace años y que, al igual que otros inmigrantes otavaleños, se dedica a la venta ambulante en ciudades y pueblos.
Josef se considera parte de la familia, aunque es mexicano y los conoció hace cuatro años en Bilbao. «Yo venía de Marruecos, donde había vivido con una familia de artesanos, y traía varias piezas de plata para vender a los comerciantes de aquí -cuenta-. El problema es que llegué en agosto, pleno verano, y muchas tiendas estaban cerradas. Como había invertido todo mi dinero en comprar las artesanías, decidí venderlas por mi cuenta, en la calle. Así conocí a Marta y Remigio que, además de hacerme un hueco a su lado, me acogieron».
La vida de Josef ha estado marcada por los cambios y la inmigración. De ahí que, a sus 29 años, se considere un nómada del siglo XXI. Nació en Monterrey, al norte de México, pero creció en Estados Unidos. Su padre, ingeniero metalúrgico, decidió emigrar al 'país de las oportunidades' cuando él era sólo un chaval. «Viví allí hasta que terminé el instituto, pero no tenía posibilidades de acceder a la universidad porque mis padres seguían indocumentados, así que volví a México para estudiar Física», explica.
Relatos y retratos
Al igual que su padre -que dejó la vida profesional para trabajar como lavaplatos en un restaurante-, Josef volvió a Estados Unidos y cambió su carrera de científico para ganarse la vida como obrero y limpiador. Cuando reunió el dinero suficiente, viajó a Europa. «Sabía lo que me esperaba y que sería muy duro, pero estaba convencido de lo que quería hacer», asegura. Y agrega: «Muchos sueñan con cambiar de vida, fantasean con dejarlo todo y volver a empezar en otro lugar, pero pocos se atreven. El miedo es un freno importante».
En los últimos cuatro años, Josef ha vivido con más de 25 familias de distintas culturas y en diferentes países. No se define como físico, sino como artista, y ha encontrado en la fotografía y la narración su realización profesional y personal. «Después de estas experiencias, de compartir espacio y tiempo con personas de otros lugares del mundo, me interesé por cómo viven los demás». La última vez que estuvo en Estados Unidos, entrevistó a un centenar de personas que habían logrado cruzar desde México de forma ilegal. El objetivo: recopilar en un libro las historias sobre la frontera.
Actualmente, Josef vive a caballo entre Orduña y la capital francesa, donde se está abriendo do a abrirse paso en el mundo del arte y ha publicado un libro ('When night falls, Paris') que documenta la ciudad de noche. Aquí, el mexicano ha iniciado un proyecto que le llevará varios meses: contar con palabras y retratos cómo vive la comunidad otavaleña en Euskadi.

«No soy sociólogo ni antropólogo, pero me parece interesante observar cómo pervive la cultura, por un lado, y cómo se transforma con los años, por otro. Cuando conocí a Marta y Remigio, viajaban por todo el país siguiendo el calendario de fiestas. Ahora, que sus hijos son más grandes y han empezado a ir a la escuela, se han asentado. A su vez, cuando están de vacaciones, los niños acompañan a sus padres mientras venden. Pero, claro, son chavales vascos».

23.8.10

"¿Por qué hacer una sola cosa si tienes talento para más?"

Mbarek Ordaudour vive en Euskadi desde hace cuatro años y trabaja como peluquero, pero su vocación es la música y sueña con grabar un videoclip

La peluquería donde trabaja Mbarek Oudardour es una de las pocas que recibiría encantada a un inspector de la SGAE. En los altavoces del local suena una melodía escrita, compuesta e interpretada por él. «Lo que estamos escuchando es una canción de amor», explica, y traduce parte de la letra, que está en árabe. «Tengo varias en este disco, mira». El sonido del cedé acompaña la conversación hasta el final de la entrevista.

Mbarek es peluquero. Y músico. Tiene un nombre artístico, Cheb Hani, que significa 'joven tranquilo'. En Marruecos, su país, se graduó como estilista para ganarse la vida, pero su verdadera vocación es la música. «Nunca pude estudiar, ni fui a ningún conservatorio, pero tengo buen oído», asegura. Lo que sabe de composición lo aprendió de manera autodidacta.

«Me gusta estar en la peluquería, es lo que me permite vivir y sacar adelante a mi familia, pero creo que uno siempre debe intentar realizarse como persona. ¿Por qué hacer una sola cosa en la vida si tienes talento para otras?», se pregunta. «Está claro que el trabajo es muy importante, aunque nunca hay que renunciar a los sueños», dice antes de compartir algunos de los suyos.

«Quiero hacer un videoclip -suelta-. Ya lo he imaginado; tengo la idea clara en mi cabeza y también tengo la canción. Sólo me falta grabarlo con alguien que sepa cómo hacerlo. Además, me gustaría formar un grupo con músicos de otros países, que hablen idiomas distintos. Me encanta la fusión de estilos y creo que la mezcla de culturas es muy rica. Cada persona puede aportar algo del lugar donde nació, una manera de ver el mundo». La canción que suena ahora en el disco combina el folclore bereber con el flamenco.
Mbarek vive en Sodupe desde hace cuatro años y asegura que el pueblo le encanta. «La gente es muy maja. Si me voy de vacaciones, los vecinos preguntan por mí. Podría vivir en Bilbao, más cerca de mi trabajo, pero prefiero quedarme allí, que es más acogedor. La casa, la montaña, las personas... Todo me recuerda a mi tierra».

Bertat, un pequeño pueblo de 1.300 habitantes, es el nombre de su querencia; el lugar donde vivió con sus padres y sus once hermanos hasta que decidió emigrar. Primero fue a Alemania. Luego, a Francia. Y finalmente aquí. «La vida en esos países es triste. La gente es más fría y distante. Euskadi es diferente. Me siento muy feliz con los vascos, aunque eche de menos mi país».

Orgullo y respeto
La familia, para Mbarek, lo es todo. Siempre que puede, va a visitar a su gente. «Y cada vez que me despido de mis padres pienso que podría ser el último adiós. El sentimiento es muy duro, pero uno toma decisiones para mejorar, salir adelante y ayudar a las personas que le importan. Puedo hacer más por ellos estando aquí que viviendo allí».

En su caso, la distancia no implica olvido, sino todo lo contrario. «Siempre pienso en mi familia cuando me siento a componer y cuando canto. Jamás escribiría una canción que fuera en contra de mi cultura o que pudiera ofenderles. Hay personas a las que no les importa cantar cualquier cosa con tal de ganar dinero o alcanzar la fama, pero yo no soy así. Yo quiero que en casa se sientan orgullosos de mí, poder enseñarles todo lo que hago sin tener que avergonzarme. El respeto a los demás es importante».
También lo es el dinero, «por supuesto. En el mundo de la música, si no tienes un capital, no tienes recorrido», señala. «En mi país, la mayor parte de las personas cree que los artistas son ricos. Cuando voy allí y canto algunas de mis canciones, piensan que son de otro. No creen que sean mías porque soy uno más, porque me dedico a la peluquería». Lejos de entristecerse por eso, Mbarek insiste en que lo fundamental es el modo de encarar las cosas. «Si no tienes lo que quieres, debes querer lo que tienes», dice citando un refrán. Y, antes de volver al trabajo, añade un deseo: «Feliz Ramadán para todos».

16.8.10

"Las personas no sólo emigran por dinero; hay otras razones"

La socióloga lituana Lina Klemkaite vivió en Alemania y Georgia antes de llegar a Euskadi, donde se sorprendió con las cuadrillas y la intensa vida social



Cinco horas bastan para viajar de Vilna a Bilbao, pero el camino que siguió Lina Klemkaite fue mucho más largo. Antes de llegar a Euskadi, esta socióloga lituana vivió un año en Alemania y tres meses en Georgia, donde trabajó como voluntaria. «Quería tener una experiencia profesional en el extranjero antes de volver a mi país», dice. Y la tuvo, porque su breve estancia entre los georgianos coincidió con los primeros signos del conflicto de Osetia del Sur. «Estaba allí en 2007, cuando empezaron las demostraciones de oposición», agrega.

A raíz de aquello, Lina contactó con el Servicio de Voluntariado Europeo, que funciona en todos los países de la UE, y comprobó que había plazas disponibles en otras partes del continente. Entre ellas, una en Bilbao. «Mi elección se debió más a una cuestión de fechas que de planificación. Vine a una ONG para colaborar en un proyecto sobre inmigración e interculturalidad que duraba diez meses», detalla. Han pasado dos años y medio desde entonces.
«La vida cambia... Y los cambios enganchan -sostiene Lina-. La inmigración es más perceptible aquí que en mi país, donde las diferencias sociales pasan por otro lado, como la convivencia de dos generaciones tras la caída del comunismo. El trabajo en esa ONG despertó mi interés por el fenómeno migratorio, así que me apunté a un master en la Universidad de Deusto. Quería aprender más sobre el tema, entenderlo, y me quedé».

Algo similar le pasó con el idioma, la «primera barrera» que encontró al llegar. «Es frustrante querer comunicar cosas y no poder hacerlo, pero eso mismo te motiva a aprender con rapidez. Tengo amigos que saben inglés, aunque desde el principio me negué a hablar con ellos en una lengua que no fuera la de aquí. El primer paso para integrarte es entender a los demás y que te entiendan».
El lenguaje le sirvió a Lina para captar otras cosas, como «el concepto de cuadrilla, que en Lituania no existe, o el modo en que se relaciona la gente. Me gusta ver que todas las personas, incluso las mayores, tienen una vida social activa, que salen de sus casas y se encuentran con los amigos para saborear una copa en el bar. En mi país, la gente es más cerrada; cuesta hacer un amigo. Las personas se toman su tiempo para entablar una relación de confianza. Eso sí -aclara-, una vez que lo logran, es para toda la vida».
Sin oportunidad de elegir
El carácter precavido tiene su anclaje en la Historia. «Lituania vivió la ocupación soviética hasta 1991. Cuando mis abuelos eran jóvenes, hubo una intensa campaña de rusificación que consistía en sacar a las familias de sus casas, llevarlas a Siberia y poner en su lugar a otras familias, todas rusas. A mi abuelo lo deportaron, pero mi abuela y mi madre, que entonces era pequeña, consiguieron escapar por una ventana», relata Lina.
«El comunismo hizo impacto en las personas y el catolicismo se transformó en un símbolo de resistencia -prosigue-. Los jóvenes están ahora más liberados, pero cuando yo era una niña no existía la oportunidad de elegir. La gente no se cuestionaba las cosas. Recuerdo que sólo teníamos tres sabores de helados y que viajar a países capitalistas era muy complicado. Mi generación ha vivido grandes cambios», dice Lina, que ha cumplido 27 años y trabaja en una consultora de formación, innovación y nuevas tecnologías.

«Vivir en otro país te ayuda a crecer, a ver las cosas de una manera distinta. Mientras explico cómo es Lituania, dónde está o cuáles son las costumbres, voy tirando abajo muchos estereotipos de allí y de aquí. Más de una vez he hablado con mi padre sobre los vascos y la gran diferencia que hay entre la realidad y lo que se ve por la tele. La experiencia vale la pena, aunque eche de menos a mi familia. Muchos creen que el único motivo para irse lejos es el económico, el laboral, pero lo cierto es que las personas no sólo emigran por dinero; hay otras razones».

11.8.10

Controladores aéreos: qué hacer en caso de huelga

Es imprescindible conocer y hacer valer los derechos, presentar hojas de reclamaciones y conservar las facturas de los gastos ocasionados por los retrasos

El conflicto de los controladores aéreos sigue en pie. La amenaza de una huelga inminente, que podría decidirse esta semana, genera malestar en el Gobierno, tensión en las compañías aéreas e importantes pérdidas económicas a las empresas que se dedican al turismo. La Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos (CEHAT) estima que el daño ya ronda los 40 millones de euros diarios, y eso que el paro aún no se ha convocado. De concretarse esta medida, la cifra se dispararía y millones de pasajeros podrían verse afectados.
La preocupación y la incertidumbre opacan los planes de todas las personas que prevén volar en las próximas semanas, en especial los de quienes ya tienen sus billetes reservados. En este momento, los viajeros que están de vacaciones o a pocos días de iniciarlas se preguntan hasta qué punto les podría perjudicar una huelga. ¿Llegarán a sus destinos tal y como habían previsto? ¿Quién debe hacerse responsable de los daños si no es así? ¿Qué papel desempeñan las aerolíneas? ¿Cuáles son sus opciones? En definitiva, ¿qué pueden hacer?

Derechos
El derecho a la huelga de los trabajadores, amparado en la Constitución, colisiona en este caso con los derechos de los pasajeros, recogidos en el reglamento 261/2004 del Parlamento Europeo. Los dos son legítimos, y las aerolíneas están en medio de ambos.

Si los controladores convocan el paro, las compañías aéreas no son (ni se harán) responsables de ello, puesto que se trata de una "circunstancia extraordinaria", ajena a sus competencias. Sin embargo, sí están obligadas a velar por los intereses y el bienestar de sus clientes, los viajeros. Entonces, ¿qué se les puede exigir y qué no?
  • Atención: cuando se deniega el embarque, se retrasa o se cancela el vuelo, la persona tiene derecho a recibir atención por parte de la compañía aérea, que debe proporcionarle comida y bebida, servicios de comunicación (dos llamadas telefónicas, mensajes de fax o correos electrónicos) y alojamiento gratuito, si es necesario pernoctar.
  • Alternativas: la compañía puede ofrecer la posibilidad de continuar el viaje después, hacerlo en otro medio de transporte (si es viable) o reembolsar el importe del billete. Si el retraso excede las cinco horas, el pasajero puede solicitar la devolución de su dinero, siempre y cuando decida no viajar.
  • Excepciones: lo que no puede pedir el pasajero es una compensación económica extra por las molestias causadas. Aunque la denegación del embarque o la cancelación de un vuelo sí dan derecho a recibirla, no es así en el caso de una huelga de controladores aéreos porque la misma no compete a las empresas de aviación. En otras palabras, las aerolíneas deben respetar todos los derechos del pasajero excepto el de la indemnización añadida.

Qué pasos seguir en caso de huelga

Antes de viajar

  • Es imprescindible contactar con la compañía aérea (o el tourperador, si el vuelo es parte de un paquete turístico), exponer la situación personal, evaluar alternativas y elegir aquélla que mejor se ajuste a las circunstancias del viajero: desde el cambio de fechas en los vuelos hasta la devolución del importe del viaje.
  • En cualquier caso, los costes derivados de las modificaciones correrán por cuenta de la empresa, no del pasajero.

Durante el viaje

  • Hay que presentarse en el mostrador de la aerolínea y exigir opciones para solucionar el problema.
  • En caso de que la empresa se desentienda del asunto, habrá que recordarle que los derechos del viajero deben cumplirse siempre y conservar todas las facturas de los gastos ocasionados por el retraso o la cancelación del vuelo.
  • Es importante pedir las hojas de reclamaciones para cursar una queja formal ante la compañía y, también, ante AENA.

Después del viaje

  • Las personas afectadas por la huelga pueden presentar quejas y reclamaciones ante las compañías aéreas y las agencias de viajes que no hayan cumplido con sus obligaciones. Las facturas son imprescindibles para cobrar con posterioridad los desplazamientos o las noches de hotel derivadas de las demoras.
  • También pueden demandar por la vía judicial a los controladores aéreos, solicitando una indemnización por daños y perjuicios. Aunque no es imprescindible, estas acciones legales se realizan casi siempre de manera colectiva para agilizar los trámites y los resultados.
  • Otra opción es presentar una denuncia ante la Agencia Estatal de Seguridad Aérea, que depende del Ministerio de Fomento. En caso de dudas, la AESA ofrece información detallada sobre cómo actuar y qué formularios deben cumplimentarse.

Información útil

Pasajeros: los meses de verano son los más transitados del año y, en consecuencia, los más perniciosos para iniciar una huelga. Los registros de AENA son claros: casi 39 millones de personas utilizaron los aeropuertos españoles entre agosto y septiembre del año pasado. Si la estadística se mantiene en 2010, el impacto alcanzará a cientos de miles de usuarios.

Movimientos: la misión de un controlador aéreo es dirigir el tránsito de las aeronaves de un modo seguro, rápido y eficaz. Su trabajo es imprescindible. Una huelga parcial "con servicios mínimos" mermaría los despegues y aterrizajes, afectaría a las demás instancias del viaje (como la recogida de maletas, el embarque o los trámites de migraciones) y ralentizaría el funcionamiento global de la terminal. Una huelga total pararía por completo la actividad de los aeropuertos.

Problemas: el agravio hacia los pasajeros tiene tres ejes: tiempo, cansancio y dinero. Los retrasos significativos, la escasez de información para evaluar alternativas y la pérdida de conexiones con otros vuelos encabezan la lista de problemas. Y de ellos, los más visibles, deriva toda clase de inconvenientes, desde la reducción o la cancelación de las vacaciones hasta la reincorporación tardía a los puestos de trabajo.

10.8.10

Cancelar una cuenta, paso a paso

El consentimiento de todos los titulares y la verificación de que no hay compromisos pendientes con el banco son factores esenciales

Abrir una cuenta bancaria es muy fácil. Decenas de anuncios publicitarios invitan a hacerlo, exponen las ventajas de elegir un banco u otro, y hasta brindan la posibilidad de realizar este trámite por carta con sólo rellenar un formulario y adjuntar la fotocopia del DNI. El proceso, no obstante, se invierte cuando el cliente decide dar esta cuenta de baja y los trámites para hacerlo son engorrosos. El consentimiento de todos los titulares y la verificación de que no hay compromisos pendientes con el banco son factores esenciales para poder cancelar una cuenta.

Informarse siempre es rentable
Los trámites para cancelar una cuenta varían en función de la entidad o la situación personal. En numerosas ocasiones al intentarlo surgen cláusulas que dificultan el camino "como tener que ir en persona a la oficina correspondiente, aunque haya que recorrer media España" o gastos inesperados, como los porcentajes de los costes de mantenimiento anual o las comisiones por cancelación anticipada. Entonces, ¿qué factores hay que considerar, y qué pasos se deben dar para dar de baja una cuenta bancaria?
  • Lo primero es obtener información fiable. Para ello, nada mejor que acudir al banco o llamar a la oficina donde se abrió la cuenta. En algunas entidades, para tramitar la cancelación basta con enviar un escrito. En otras, hay formularios específicos que los clientes deben cumplimentar. Pero, en general, las entidades exigen la presencia física del interesado para comprobar su identidad y resolver las cuestiones prácticas, como la entrega de las tarjetas o las libretas, y la devolución del saldo si lo hubiera. Acudir en persona es el modo más directo de hacer esta gestión.
  • Antes de continuar, es importante verificar que no haya deudas con el banco ni compromisos pendientes. Por ejemplo, que haya cuotas por pagar en las tarjetas, transferencias programadas o débitos automáticos por domiciliación de facturas. Mientras haya pagos pendientes en la tarjeta de crédito asociada a la cuenta, ninguna de las dos se podrá dar de baja. En cuanto a las facturas y las transferencias, lo mejor es gestionar el cambio antes de cerrar la cuenta para evitar olvidos y, en consecuencia, deudas.
  • Las nóminas, en principio, no deben suponer un problema. No obstante, hay que saber qué condiciones se llevaron a esa cuenta bancaria. Muchas veces, los bancos ofrecen beneficios financieros u objetos materiales (como ordenadores, teléfonos o vajilla) al domiciliar la nómina con ellos, pero, a cambio, exigen un mínimo de permanencia. Marcharse antes del tiempo pactado supondrá una penalización.
  • Cancelar una cuenta equivale a rescindir un contrato, un acuerdo entre el cliente y el banco en el que ambas partes asumen derechos y deberes. Por esta razón, estudiar las obligaciones contractuales es muy importante a la hora de dar por finalizada la relación. Dos ejemplos muy claros son las cuentas con depósitos a plazo fijo y aquéllas en las que están constituidas las hipotecas. En ambos casos, las cancelaciones anticipadas tienen comisiones, por regla general, de un 1% sobre el saldo pendiente para las hipotecas y de un 4% para los depósitos a plazo fijo. Aun así, en este último supuesto los bancos se comprometen a no penalizar al cliente con una cantidad de dinero superior a los intereses que le hayan abonado hasta la fecha.
  • Si no hay compromisos pendientes, los bancos no penalizan a los clientes por cancelar sus cuentas, pero muchos cobran los gastos de gestión y la parte proporcional al coste de mantenimiento anual de la cuenta.
  • Para dar de baja una cuenta, es imprescindible la firma del titular. Si la cuenta pertenece a más de uno, tiene que figurar el consentimiento por escrito de todos. En este sentido, no hay dudas: quienes la abrieron en su día deben ponerse de acuerdo para cerrarla. Esta norma rige en todos los tipos de cuentas, incluso en las llamadas solidarias o indistintas. Si bien en estos casos los titulares tienen total libertad e independencia para operar sin necesidad de una autorización de los cotitulares, no pueden cancelarla de manera unilateral.
  • El fallecimiento del titular es la única excepción a esta regla. En este caso, sus herederos legales deberán presentar el certificado de defunción, una declaración de herederos y la adjudicación de la herencia. Allí consta el modo en que se reparten los bienes, incluyendo el dinero de la cuenta, que pasa a formar parte de la masa patrimonial. Aunque con la nueva Ley de Sucesiones, en vigor desde el 1 de enero, se han flexibilizado las deducciones fiscales, este proceso conlleva gastos de notaría y el pago de impuestos sobre el total del patrimonio heredado, no sólo del capital que haya en la cuenta.
  • No es aconsejable dejar la cuenta a cero y retirar todo el capital sin cancelarla de manera correcta. A la entidad no le interesa acumular cuentas en descubierto y menos aún al titular que al cabo de poco tiempo puede encontrarse con una deuda.
  • Para evitar errores e inconvenientes en el futuro, es conveniente solicitar en el banco un comprobante de la cancelación de la cuenta; un documento escrito que refleje que la relación contractual ha terminado. Y, por supuesto, conservarlo. En caso de que se produzca algún incidente o malentendido con posterioridad, será fundamental para realizar la reclamación correspondiente, tanto en la entidad como ante en Banco de España si fuera necesario.

9.8.10

"Aún estamos a tiempo de frenar los brotes de odio y rechazo"

La ecuatoguineana Prisca Asong reside en Euskadi desde hace una década y subraya la importancia del trabajo como vía de integración



Nació en Guinea Ecuatorial, pero vive en Lizartza desde hace diez años, junto a su marido y sus hijas. «Nos conocimos durante unas vacaciones y nos casamos en mi país, aunque él es de aquí. Si bien allí existen diferentes ceremonias, la nuestra fue una boda sencilla, por lo civil», cuenta. Tras la boda, Prisca Asong y su marido decidieron establecerse en la localidad guipuzcoana, donde la población extranjera es escasa y hace una década casi no había inmigrantes.

«Fuimos la primera familia multicultural del pueblo y a la gente le llamaba la atención, claro. Se asomaban a la ventana para vernos», recuerda con una sonrisa. No obstante, matiza que la integración fue muy buena. «A pesar de que los pueblos pequeños puedan parecer círculos cerrados, no siempre es así. Es normal que la gente se asombre cuando llegas porque eres diferente y vienes de otro lugar, pero a día de hoy, somos una familia más; una como cualquier otra».
Por otro lado, reconoce que el ensamblaje cultural es un proceso lento y, muchas veces, cuesta. Los prejuicios están a la orden del día. «Alguna vez, mientras esperaba a mi esposo en la parada del tren, se me acercaron para ofrecerme dinero a cambio de sexo. Ese tipo de actitudes me parecen humillantes y son tristes; hacen que sientas mucho dolor e impotencia. Es difícil ser una mujer negra en esta sociedad», relata, y añade que «la forma de superar eso es pensar en las cosas que verdaderamente importan en la vida. Tengo una familia maravillosa y una profesión que me gusta. Los obstáculos que vengan después, ya los sortearé».

Descontando esos episodios puntuales, que atribuye a la ignorancia ajena, Prisca tiene claro que lo suyo es «una excepción. Empecé a trabajar casi desde que llegué; hace más de ocho años que cotizo a la Seguridad Social, he hecho amigos y soy una persona activa en la comunidad porque creo que, además de recibir, hay que dar. Pero soy consciente de que otros extranjeros no lo han tenido tan fácil. Muchos no tienen acceso al mercado laboral, que es lo básico para poder integrarse, tener una vida digna y ser libre, y otros se han quedado fuera como consecuencia de la crisis. Las situaciones que se generan con eso -subraya- son dramáticas».
Paradojas y marginación
Perder el empleo es duro para cualquiera, pero en el caso de los extranjeros tiene una desventaja añadida: los permisos de residencia, hasta que son definitivos, están sujetos a la actividad laboral. Sin trabajo no hay renovaciones, y sin 'papeles' en regla no hay trabajo. «Muchas personas se enfrentan a esta situación absurda; gente honrada que lleva aquí varios años, que mantiene a su familia y que, de pronto, se encuentra otra vez en el punto de partida», dice Prisca que, hasta el mes pasado, trabajaba en Heldu, el servicio de atención jurídica y social del Gobierno vasco al inmigrante y que fue suprimido el pasado día 15 de julio. «Era un organismo fundamental si se es consciente de que una parte de la sociedad precisa atención especifica para alcanzar la igualdad», lamenta.
«Los cursos públicos de capacitación profesional están muy bien -continúa-pero presentan otro problema: las personas sin documentación no pueden hacer las prácticas. Es decir, están habilitadas para aprender cosas, pero tienen vedada la oportunidad de demostrar su valía». En su opinión, «estas paradojas aumentan la marginalidad e impiden que la gente se relacione con personas de otros países. Crece el desconocimiento, aumentan los estereotipos y se forman guetos. Vivir en Europa del mismo modo que lo hacías en un país más pobre no tiene ningún sentido. Y vivir de la caridad, tampoco».

Prisca insiste en que el trabajo es fundamental para dignificar a las personas. «Si tú aportas cosas a la sociedad, podrás relacionarte en términos de igualdad. Tenemos que aprender de los países vecinos e, incluso, de este, donde ya empieza a haber tensiones y violencia con los extranjeros por el simple hecho de serlo», comenta en alusión al ataque xenófobo que sufrieron cuatro senegaleses en Álava hace unas semanas. «Aún estamos a tiempo de frenar los brotes de odio y rechazo».

2.8.10

"Estaba decidido a volver a mi país hasta que conocí Euskadi"

Tras vivir un año y medio en Italia, donde nunca llegó a encajar, el músico argentino Juan Karpman encontró en Santurtzi su lugar en el mundo

Si alguien le hubiera dicho a Juan Karpman que dejaría Buenos Aires por un pueblo rural italiano, él no se lo habría creído. Mucho menos si le hubieran contado que iba a cambiar la música por las vides o que una campaña de recogida de manzanas acabaría trayéndolo a Santurtzi. No había indicios, hace seis años, de que un periplo tan descabellado pudiera convertirse en realidad. Pero ocurrió. «Mi novia decidió emigrar a Italia, donde vivía su padre, y yo decidí ir tras ella», resume Juan para aportar una nota de romance a la historia.

Año 2004. En Argentina, asegura, «era feliz». Tocaba el clarinete en un grupo de música que fusionaba el folclore y el jazz, y compensaba los ingresos de las actuaciones trabajando para su madre. «Tenía una panadería. Ella hacía pan casero y yo lo repartía en el barrio», cuenta. La vida era simple, hasta que su chica le anunció que se marchaba. «Cuando se fue, nada volvió a ser lo mismo». Apenas siete meses después, Juan se montó en un avión que le llevó de Buenos Aires a Roma.

Aquella fue la primera parte de un largo viaje, porque la capital italiana era una escala, no un destino. «Volé a Milán y, una vez allí, tuve que hacer un viaje en tren de seis horas. A medida que avanzaba, me iba dando cuenta de la realidad: no entendía ni una palabra del idioma y me dirigía a un pueblo minúsculo perdido en el medio del campo. Mi novia me esperaba, sí, pero también mi suegro. Y a él no lo conocía». La adaptación al lugar le costó. De hecho, nunca llegó a integrarse del todo. «La mayor parte de las personas eran mayores y tenían unas costumbres muy arraigadas. Por ejemplo, si ibas a un bar, no podías pedir un refresco: allí se tomaba vino y punto. Imagínate la reacción al verme... ¡un hippie en la ciudad! Cuando llegué, incluso hubo una presentación formal y me dijeron que debía cortarme el pelo, cosa que no hice. Ahí entendí que los lugares no se miden por la arquitectura o el paisaje, sino por la gente que los habita».

Al cabo de un año, Juan empezó a considerar seriamente la posibilidad de regresar a Argentina. «La situación era bastante opresiva, así que me apunté a una campaña de recogida de manzanas para tomarme un respiro del pueblo y reunir algo de dinero. La experiencia fue muy positiva. En el campo conocí a un montón de polacos y también a un vasco, de Santurtzi, que estaba allí por la temporada y me habló maravillas del País Vasco. Insistió para que viniera a probar suerte... y le hice caso».
El Athletic y el tango vasco
Juan y su novia -que ahora es su mujer- llegaron a Euskadi hace cuatro años con 600 euros en el bolsillo. «Empezamos alquilando una habitación en casa de una mujer boliviana que tenía muy mal rollo. Se quejaba todo el tiempo; no era muy feliz. Ya no vivimos con ella, pero seguimos en Santurtzi porque a los dos nos encantó. La verdad es que estaba decidido a volver a mi país hasta que conocí Euskadi. Este lugar tiene algo mágico, especial, y yo me siento un poco vasco. ¡Hasta soy hincha del Athletic y todo!», subraya.

En estos años, Juan trabajó en varias cosas, desde la hostelería y la seguridad privada, hasta la venta de castañas y el reparto de correspondencia, que es su actual ocupación. No obstante, aquí ocurrió algo más: se reencontró con la música. Desde hace varios meses, forma parte de la agrupación Buenos Aires 4 Tango, donde toca la guitarra junto a otros argentinos y un venezolano.

«Nunca había sido mi género. Me gustaba, pero prefería otros estilos. Supongo que ahora me llegan más las letras de algunas canciones, como las que hablan del desarraigo. Obviamente, extraño mi país, pero aquí me siento muy bien, muy a gusto. He hecho grandes amigos, tanto vascos como de otros lugares, y eso es genial. Además, me ha quedado claro que la integración es un camino de ida y vuelta. Lo que en otro lugar parecía insalvable, aquí ha sido posible. Jamás me han mirado mal, ni por ser extranjero, ni por llevar el pelo largo», concluye con una sonrisa.