Cinco horas bastan para viajar de Vilna a Bilbao, pero el camino que siguió Lina Klemkaite fue mucho más largo. Antes de llegar a Euskadi, esta socióloga lituana vivió un año en Alemania y tres meses en Georgia, donde trabajó como voluntaria. «Quería tener una experiencia profesional en el extranjero antes de volver a mi país», dice. Y la tuvo, porque su breve estancia entre los georgianos coincidió con los primeros signos del conflicto de Osetia del Sur. «Estaba allí en 2007, cuando empezaron las demostraciones de oposición», agrega.
A raíz de aquello, Lina contactó con el Servicio de Voluntariado Europeo, que funciona en todos los países de la UE, y comprobó que había plazas disponibles en otras partes del continente. Entre ellas, una en Bilbao. «Mi elección se debió más a una cuestión de fechas que de planificación. Vine a una ONG para colaborar en un proyecto sobre inmigración e interculturalidad que duraba diez meses», detalla. Han pasado dos años y medio desde entonces.
«La vida cambia... Y los cambios enganchan -sostiene Lina-. La inmigración es más perceptible aquí que en mi país, donde las diferencias sociales pasan por otro lado, como la convivencia de dos generaciones tras la caída del comunismo. El trabajo en esa ONG despertó mi interés por el fenómeno migratorio, así que me apunté a un master en la Universidad de Deusto. Quería aprender más sobre el tema, entenderlo, y me quedé».
Algo similar le pasó con el idioma, la «primera barrera» que encontró al llegar. «Es frustrante querer comunicar cosas y no poder hacerlo, pero eso mismo te motiva a aprender con rapidez. Tengo amigos que saben inglés, aunque desde el principio me negué a hablar con ellos en una lengua que no fuera la de aquí. El primer paso para integrarte es entender a los demás y que te entiendan».
El lenguaje le sirvió a Lina para captar otras cosas, como «el concepto de cuadrilla, que en Lituania no existe, o el modo en que se relaciona la gente. Me gusta ver que todas las personas, incluso las mayores, tienen una vida social activa, que salen de sus casas y se encuentran con los amigos para saborear una copa en el bar. En mi país, la gente es más cerrada; cuesta hacer un amigo. Las personas se toman su tiempo para entablar una relación de confianza. Eso sí -aclara-, una vez que lo logran, es para toda la vida».
Sin oportunidad de elegir
El carácter precavido tiene su anclaje en la Historia. «Lituania vivió la ocupación soviética hasta 1991. Cuando mis abuelos eran jóvenes, hubo una intensa campaña de rusificación que consistía en sacar a las familias de sus casas, llevarlas a Siberia y poner en su lugar a otras familias, todas rusas. A mi abuelo lo deportaron, pero mi abuela y mi madre, que entonces era pequeña, consiguieron escapar por una ventana», relata Lina.
El carácter precavido tiene su anclaje en la Historia. «Lituania vivió la ocupación soviética hasta 1991. Cuando mis abuelos eran jóvenes, hubo una intensa campaña de rusificación que consistía en sacar a las familias de sus casas, llevarlas a Siberia y poner en su lugar a otras familias, todas rusas. A mi abuelo lo deportaron, pero mi abuela y mi madre, que entonces era pequeña, consiguieron escapar por una ventana», relata Lina.
«El comunismo hizo impacto en las personas y el catolicismo se transformó en un símbolo de resistencia -prosigue-. Los jóvenes están ahora más liberados, pero cuando yo era una niña no existía la oportunidad de elegir. La gente no se cuestionaba las cosas. Recuerdo que sólo teníamos tres sabores de helados y que viajar a países capitalistas era muy complicado. Mi generación ha vivido grandes cambios», dice Lina, que ha cumplido 27 años y trabaja en una consultora de formación, innovación y nuevas tecnologías.
«Vivir en otro país te ayuda a crecer, a ver las cosas de una manera distinta. Mientras explico cómo es Lituania, dónde está o cuáles son las costumbres, voy tirando abajo muchos estereotipos de allí y de aquí. Más de una vez he hablado con mi padre sobre los vascos y la gran diferencia que hay entre la realidad y lo que se ve por la tele. La experiencia vale la pena, aunque eche de menos a mi familia. Muchos creen que el único motivo para irse lejos es el económico, el laboral, pero lo cierto es que las personas no sólo emigran por dinero; hay otras razones».
No hay comentarios:
Publicar un comentario