Se baja del tren en medio de una multitud. Es martes de tarde, Bilbao celebra su Aste Nagusia y la estación de Abando es un hormiguero de gente que llega con espíritu de fiesta. Josef Ibarra sonríe a lo lejos y camina por el andén con pasos lentos. Lleva una cámara de fotos colgando del cuello y le acompañan dos niños pequeños, que le cogen de las manos mientras miran el entorno con ojos de siesta.
«Te presento a Iker y Ekaiz», dice. Voy a llevarlos con sus padres, que están en El Arenal, así luego charlamos con calma. ¿Vienes?». Los niños son hijos de Marta y Remigio, un matrimonio de ecuatorianos que reside en el País Vasco desde hace años y que, al igual que otros inmigrantes otavaleños, se dedica a la venta ambulante en ciudades y pueblos.
Josef se considera parte de la familia, aunque es mexicano y los conoció hace cuatro años en Bilbao. «Yo venía de Marruecos, donde había vivido con una familia de artesanos, y traía varias piezas de plata para vender a los comerciantes de aquí -cuenta-. El problema es que llegué en agosto, pleno verano, y muchas tiendas estaban cerradas. Como había invertido todo mi dinero en comprar las artesanías, decidí venderlas por mi cuenta, en la calle. Así conocí a Marta y Remigio que, además de hacerme un hueco a su lado, me acogieron».
La vida de Josef ha estado marcada por los cambios y la inmigración. De ahí que, a sus 29 años, se considere un nómada del siglo XXI. Nació en Monterrey, al norte de México, pero creció en Estados Unidos. Su padre, ingeniero metalúrgico, decidió emigrar al 'país de las oportunidades' cuando él era sólo un chaval. «Viví allí hasta que terminé el instituto, pero no tenía posibilidades de acceder a la universidad porque mis padres seguían indocumentados, así que volví a México para estudiar Física», explica.
Relatos y retratos
Al igual que su padre -que dejó la vida profesional para trabajar como lavaplatos en un restaurante-, Josef volvió a Estados Unidos y cambió su carrera de científico para ganarse la vida como obrero y limpiador. Cuando reunió el dinero suficiente, viajó a Europa. «Sabía lo que me esperaba y que sería muy duro, pero estaba convencido de lo que quería hacer», asegura. Y agrega: «Muchos sueñan con cambiar de vida, fantasean con dejarlo todo y volver a empezar en otro lugar, pero pocos se atreven. El miedo es un freno importante».
Al igual que su padre -que dejó la vida profesional para trabajar como lavaplatos en un restaurante-, Josef volvió a Estados Unidos y cambió su carrera de científico para ganarse la vida como obrero y limpiador. Cuando reunió el dinero suficiente, viajó a Europa. «Sabía lo que me esperaba y que sería muy duro, pero estaba convencido de lo que quería hacer», asegura. Y agrega: «Muchos sueñan con cambiar de vida, fantasean con dejarlo todo y volver a empezar en otro lugar, pero pocos se atreven. El miedo es un freno importante».
En los últimos cuatro años, Josef ha vivido con más de 25 familias de distintas culturas y en diferentes países. No se define como físico, sino como artista, y ha encontrado en la fotografía y la narración su realización profesional y personal. «Después de estas experiencias, de compartir espacio y tiempo con personas de otros lugares del mundo, me interesé por cómo viven los demás». La última vez que estuvo en Estados Unidos, entrevistó a un centenar de personas que habían logrado cruzar desde México de forma ilegal. El objetivo: recopilar en un libro las historias sobre la frontera.
Actualmente, Josef vive a caballo entre Orduña y la capital francesa, donde se está abriendo do a abrirse paso en el mundo del arte y ha publicado un libro ('When night falls, Paris') que documenta la ciudad de noche. Aquí, el mexicano ha iniciado un proyecto que le llevará varios meses: contar con palabras y retratos cómo vive la comunidad otavaleña en Euskadi.
«No soy sociólogo ni antropólogo, pero me parece interesante observar cómo pervive la cultura, por un lado, y cómo se transforma con los años, por otro. Cuando conocí a Marta y Remigio, viajaban por todo el país siguiendo el calendario de fiestas. Ahora, que sus hijos son más grandes y han empezado a ir a la escuela, se han asentado. A su vez, cuando están de vacaciones, los niños acompañan a sus padres mientras venden. Pero, claro, son chavales vascos».
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