26.7.10

"La inmigración se ha convertido en sinónimo de delincuencia"

«Crecí hablando con personas de Europa; escucharlas era fascinante», afirma el músico ecuatoriano Eduardo Mena, residente en Euskadi desde hace 17 años



Eduardo Mena es músico. Lleva diecisiete años en Bilbao y tres al frente de Amaru, una iniciativa que busca promover la música andina y la fusión con otros estilos del mundo. El proyecto cuenta con 38 miembros habituales, varias agrupaciones y una decena de talleres orientados al crecimiento intercultural, un concepto que hoy está de moda, pero que él ha vivido desde que era un niño.
En Ecuador, su país de nacimiento, participaba en festivales y encuentros donde abundaban los artistas extranjeros. «Yo era un chaval y ese fue mi primer contacto con la diversidad -cuenta-. Crecí hablando con personas que procedían de otros lugares, sobre todo de Europa, y me contaban cosas de sus países. Escuchar sus historias me resultaba fascinante».
Los primeros viajes de Eduardo fueron imaginarios. Comprendió a través de aquellos relatos que había mucho por descubrir y no tardó en llevar su interés a la práctica. Un proyecto de la UNESCO, que enlazaba músicos de distintas nacionalidades, le dio esa oportunidad. «En total, pasé casi doce años viajando, aunque siempre regresaba a Quito».
Un festival de folk en Alemania fue la puerta de entrada a la cultura vasca. «Estaba allí y, de pronto, oí a un grupo de músicos hablando en castellano. Eran los únicos, aparte de nosotros, así que me acerqué. Estuvimos charlando un rato, me dijeron que eran vascos y me hablaron bastante de Euskadi. Después, actuaron y quedé maravillado con lo que hacían. Es muy rica la música autóctona de aquí».
Si bien aquello le cautivó y, de algún modo, le impulsó a venir al País Vasco, fue otra cosa la que consiguió enamorarle. «Volví a Ecuador y allí conocí a una mujer. Era vasca, nos hicimos amigos y... bueno, han pasado 17 años», resume Eduardo con una sonrisa. Casi dos décadas es tiempo más que suficiente para formar una familia y ver lo mucho que ha cambiado la ciudad.
«No sólo la ciudad -corrige-. La sociedad también ha cambiado. Cuando yo vine, no había tantos extranjeros. Éramos como bichos raros y teníamos menos derechos que ahora. Los títulos académicos, por ejemplo, no valían nada», recuerda. «Con el tiempo, eso ha mejorado, pero ha empeorado la percepción social sobre los inmigrantes. Ya no se nos considera personas con capacidad de enriquecer la cultura, sino mala gente. La inmigración, por desgracia, se ha convertido en sinónimo de delincuencia».
«Esa música de indios»
Eduardo reconoce que «parte de la responsabilidad la tienen los propios extranjeros», ya que «no todos vienen con idea de trabajar y salir adelante». En su opinión, la honradez personal no va ligada a su lugar de nacimiento. Sostiene que «es un error meter a todo el mundo en el mismo saco». Lamenta que «a muchas mujeres se las considere prostitutas sólo por ser sudamericanas. Una mujer sola, si es inmigrante, lo tiene difícil», apunta.

En cuanto al «desprecio cultural», señala que también se produce entre los propios extranjeros. «Muchos problemas los causamos nosotros al marcar diferencias entre los que tienen más y los que tienen menos, al comparar orígenes, formación o raza. Y ese es un problema muy grave», subraya.
Para ilustrar esto último, habla de la escuela de música andina que ha puesto en marcha en Bilbao. «El proyecto está dirigido a los niños. A todos los niños. Pero sólo asisten chavales vascos. En la clase no hay ni un solo pequeño de origen sudamericano. Y he oído cómo un padre le decía a su hijo que no le permitía apuntarse porque no valía de nada aprender 'esa música de indios'. ¿Te lo puedes creer?'.

Eduardo se queja de que su cultura y su música estén tan denostadas. Por un lado, porque es «un género milenario que vale la pena preservar». Por otro, porque «si sabes música, siempre podrás hacerle frente a la adversidad. Este instrumento -afirma señalando al charango- me lo ha dado todo. ¿Cómo no voy a difundirlo?», sostiene.

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