Comienza el Festival Gentes del Mundo y Carlos se confiesa entusiasmado. Como muchos otros extranjeros que residen en Euskadi, siente que esta celebración es una gran oportunidad para el intercambio cultural y el encuentro, pero hay algo más: suyo es el diseño que ganó el concurso de carteles para anunciar públicamente el evento. «No te imaginas la alegría que me da esta entrevista» -asegura al principio del encuentro-. Es muy gratificante que alguien quiera saber de uno por haber hecho algo creativo».
Para él, es «todo un honor» que el jurado haya elegido su propuesta y eso que, como admite, «el diseño es un poco barroco». En su opinión, América Latina en sí misma es así, «exuberante» y él, como buen ecuatoriano, quiso llevar ese rasgo al papel. «Por otro lado -agrega-, elegí los colores de la ikurriña para homenajear al País Vasco. La gente aquí es muy hospitalaria y, a diferencia de lo que ocurre en otros sitios, no hay un gran rechazo a los de fuera. No sé... yo nunca salí del metro con miedo a que hubiera una redada policial de inmigrantes».
Carlos pone este ejemplo porque, como muchos otros extranjeros, conoce de primera mano la indefensión que conlleva no tener los 'papeles'. «Me costó mucho normalizar mi situación y el proceso fue duro», explica. Y eso que ya estaba más que acostumbrado a buscarse la vida: en Quito, donde vivía, siempre había trabajado como comercial e, incluso, llegó a montar su propia agencia de viajes. «Estaba dirigida a mochileros y funcionó durante un tiempo, pero al año y medio quebró». El fracaso no fue casual: «Coincidió con el cambio de moneda en Ecuador, que pasó del sucre al dólar, y dejó al país entero sin liquidez. No había dinero para nada; mucho menos para hacer turismo».
En ese punto se planteó emigrar, aunque su primer objetivo no fue Europa, sino Estados Unidos. «El consulado norteamericano cobraba cien dólares por evaluar la solicitud de visado. Sí, así como lo oyes -enfatiza-. Cobraba ese dinero tan sólo por admitir el trámite. Como no tenía elección, pagué; y, como suele suceder, me denegaron la solicitud, así que cambié de rumbo», relata.
«No queda ni energía»
Carlos vino directo a Bilbao y eligió la capital vizcaína porque aquí vivía un amigo. Desde el principio, estaba decidido a trabajar en lo que surgiera con tal de salir adelante, pero las oportunidades tardaron en llegar. «Estuve varios meses sin encontrar empleo. Al final, conseguí uno haciendo reformas pero, claro, eran diez o doce horas al día y ganaba muy poco. Acabé formando parte de la economía sumergida y, una vez que caes en eso, es muy difícil salir. No queda tiempo ni energía para nada. ¿Cómo haces para buscar otra cosa? ¿Cómo vas a una entrevista de trabajo? ¿De qué vives mientras tanto?», se pregunta.
Carlos vino directo a Bilbao y eligió la capital vizcaína porque aquí vivía un amigo. Desde el principio, estaba decidido a trabajar en lo que surgiera con tal de salir adelante, pero las oportunidades tardaron en llegar. «Estuve varios meses sin encontrar empleo. Al final, conseguí uno haciendo reformas pero, claro, eran diez o doce horas al día y ganaba muy poco. Acabé formando parte de la economía sumergida y, una vez que caes en eso, es muy difícil salir. No queda tiempo ni energía para nada. ¿Cómo haces para buscar otra cosa? ¿Cómo vas a una entrevista de trabajo? ¿De qué vives mientras tanto?», se pregunta.
Aunque su ocupación no era la ideal y las condiciones laborales eran malas, Carlos aguantó porque tenía la esperanza de regularizar sus documentos. Sin embargo, cuando llegó el momento, la promesa se desvaneció. «Me llevé una desilusión, pero lo positivo de ese desencanto es que me dio la fuerza para dejar el trabajo y abrirme un nuevo camino», dice.
De la construcción pasó a la hostelería y, finalmente, consiguió su permiso de residencia y trabajo. «Una vez que tienes eso, la perspectiva cambia por completo», afirma. En su caso, le aportó la tranquilidad y el empuje necesarios para empezar otros proyectos, entre los que destacan la creación de una revista dirigida a inmigrantes y sus servicios como fotógrafo en eventos sociales. «Me gusta seguir en contacto con mi cultura porque es un modo de no olvidar quién soy. Y me entusiasma también la posibilidad de escribir sobre Latinoamérica de un modo distinto; ni tan negativo, ni tan anecdótico», confiesa entusiasmado.
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