Lo tenían todo en Bolivia. O casi, porque hay cosas mucho más importantes que la profesión, el trabajo y el dinero. Para Marianela y su marido, el sueño de tener un hijo ocupaba el primer lugar. Y fue precisamente ese anhelo el que les condujo hasta el País Vasco. «Nos casamos muy jovencitos; yo todavía estudiaba en la universidad, aunque ya entonces queríamos formar una familia», relata ella.
Hasta ese momento, los planes iban viento en popa. Los chicos se habían conocido por casualidad durante un partido de fútbol al que Marianela había ido por su hermano, y Fernando, por su trabajo. «Mi hermano era, y sigue siendo, jugador profesional, así que muchas veces íbamos a verle con mi padre. Un día, coincidimos en el palco con Fernando, que es periodista y estaba allí con su cámara. Al principio, no le hice mucho caso, pero ya ves... La vida da muchas vueltas y me terminé enamorando de él».
Se casaron y, poco después, decidieron tener un hijo. Sin embargo, no tardaron en sospechar que algo no andaba bien. «Estuvimos dos años intentándolo y no lo conseguíamos. Empecé a preocuparme, así que fui al médico y me hice varios análisis». El resultado de aquellos estudios les cayó como un cubo de agua fría. «Tenía una obstrucción muy importante en las trompas, donde se unen los ovarios con el útero -dice Marianela-. La única manera de quedar embarazada era con inseminación artificial pero, incluso así, las probabilidades de éxito eran de apenas el 20%».
«Menos de la cuarta parte», apostilla Fernando, que en ningún momento del proceso dejó de ser realista. «Alguien tenía que serlo -reconoce Marianela-, porque yo me ilusionaba, siempre creía que había quedado encinta y, cuando descubría que no, se me desmoronaba el mundo. Cada mes era un drama, y era él quien me consolaba y contenía. Fueron dos años terribles».
Pese a que la perspectiva era muy mala y el coste del tratamiento, muy elevado, lo intentaron. Y no funcionó. «En ese momento, mi hermana, que vivía aquí, me habló del Hospital de Cruces. Me dijo que tenía excelentes profesionales y los tratamientos médicos más novedosos. Si en algún sitio podía quedarme embarazada, era aquí».
Atravesar el mundo
La revelación del centro médico y sus ganas de ser madre bastaron para que decidiera venirse a Euskadi. «Dicho así, parece una locura. No sé si hay mucha gente capaz de atravesar el mundo para tener un hijo -evalúa Marianela-. Bueno... al principio, Fernando no quería venirse. Fíjate que los dos estábamos muy bien allá. Yo había terminado mi carrera y él trabajaba en un canal de televisión. ¿El plan era dejarlo todo por un incierto? ¿Y qué íbamos a hacer aquí? Él planteaba ese tipo de cosas».
No sólo Fernando, también el padre de Marianela tenía dudas. «Directamente, opinaba que era una barbaridad. 'Yo no te saqué universitaria para que estés limpiando casas', me decía, y la verdad es que yo jamás me lo había planteado. Ni eso ni emigrar», asegura. Pero, si se venían, de algo tendrían que vivir y, como dice ella, todo le daba igual.
«Viajamos en 2005, nos pusimos a trabajar y empezamos con el tratamiento. Yo cuidaba niños y limpiaba casas; hacía muchas cosas para mantenerme ocupada, para no pensar». Y es que el proceso médico tampoco fue fácil aquí. Concebir a Asier les llevó unos años. «Costó mucho y fue un embarazo muy delicado. Tuve que hacer reposo y, muchas veces, estuve a punto de perderlo. Hubo un momento en el que pasábamos una semana en casa y, otra, en el hospital. Pero valió la pena. Aquí está nuestro pequeño milagro», dice sosteniendo al niño en brazos. «Mucha gente deja a sus hijos por buscar un futuro mejor, pero lo nuestro fue al revés. Renunciamos a todo para venir a buscar a nuestro hijo».
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