Su relación con el deporte viene de lejos. Desde su infancia, en Paraguay. «Mi padre es un apasionado del fútbol y supo transmitir esa afición a todos sus hijos», cuenta Agustina, que es la mayor de once hermanos. ¿Tan forofo como para crear un equipo familiar? «Algo así. En casa somos diez mujeres y un varón, de modo que mi padre no ha tenido alternativa: si quería comentar un partido, lo hacía con nosotras. Éramos mayoría», responde entre risas.
Sin embargo, la presencia femenina en el deporte es todavía minoritaria, aunque el panorama «está empezando a cambiar». En esta edición del Mundialito BBK hay doce equipos de chicas y cuando llegue el día de la final, en julio, ellas también jugarán en La Catedral. «En general, la gente piensa que el fútbol es cosa de hombres, pero no es verdad. En América Latina hay muchísima afición femenina y lo mismo está pasando en Euskadi», indica. Como muestra, Agustina comenta que, de cara al torneo, «hubo que hacer una selección porque había demasiadas aspirantes, y muchas chicas se quedaron fuera».
Ahora bien, una cosa es ser aficionado y otra muy distinta, jugador. Eso sí, Agustina está dispuesta a militar en ambas categorías. «Puedes perfectamente hacer las dos cosas. Es más, ser mujer y jugar al fútbol no significa que seas una 'machona', como creen algunos. Aunque tenga el tobillo resentido por el último amistoso o me queden moratones en las piernas, yo me maquillo y me pongo tacones cuando voy a alentar a mi novio, que también juega».
Y es que, además de compartir piso, cultura y nacionalidad, Agustina y su chico llevan en la sangre los mismos gustos deportivos... o casi. «Yo soy forofa del Athletic y él, del Barça, así que ya puedes hacerte una idea de cómo vivimos en casa el día de la final. Colgué la bufanda en la ventana y grité el 1-0 demasiado pronto... ¡Pero qué a gusto me quedé!», describe.
Souvenir rojiblanco
La bufanda no es la única prenda deportiva que hay en casa de Agustina. Al contrario. «Anoche hice la colada y tengo nueve equipaciones completas secándose en la cuerda», confiesa, aunque se apresura a detallar que «son de nuestra selección del Mundialito». Una cosa es la afición y otra distinta, el fanatismo. «El fútbol es el deporte más sano que existe y también es pura pasión. A mí siempre me gustó, tanto a nivel profesional como en las ligas de aficionados. En Paraguay dirigí un club local durante cuatro años, y aquí estuve en la presidencia de nuestra asociación deportiva cuando ganó la Copa Pindepa en la temporada 2006-2007», dice.
La bufanda no es la única prenda deportiva que hay en casa de Agustina. Al contrario. «Anoche hice la colada y tengo nueve equipaciones completas secándose en la cuerda», confiesa, aunque se apresura a detallar que «son de nuestra selección del Mundialito». Una cosa es la afición y otra distinta, el fanatismo. «El fútbol es el deporte más sano que existe y también es pura pasión. A mí siempre me gustó, tanto a nivel profesional como en las ligas de aficionados. En Paraguay dirigí un club local durante cuatro años, y aquí estuve en la presidencia de nuestra asociación deportiva cuando ganó la Copa Pindepa en la temporada 2006-2007», dice.
Es evidente que a Agustina le gusta el fútbol, ya sea para verlo, practicarlo o hablar sobre él. Y, en ese contexto, se siente muy afortunada por residir en el País Vasco, donde hay tanta afición. «Llegué aquí por casualidad y doy gracias a Dios», explica esta paraguaya, oriunda de un pueblo llamado Limpio. «Es la ciudad del 'carandal', que en guaraní significa palma. Allí se concentran todos los artesanos que tejen sombreros», explica y, mientras lo hace, los ojos se le llenan de nostalgia.
«Es que han pasado cuatro años desde que estoy en Vizcaya, y aún no he vuelto a casa a visitar a mi familia. Antes de eso estuve trabajando en Argentina, Brasil y Uruguay como empleada doméstica, igual que aquí, pero cada tanto volvía... Cuando me decidí a 'cruzar el charco' tenía idea de quedarme un par de años. Me acuerdo que escuchaba las historias de otros inmigrantes que llevaban lejos una década sin volver y me parecía imposible. Ahora me doy cuenta de que el tiempo pasa muy rápido y sin que uno lo note», reflexiona.
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