Luz Helena Durán -o Lucy, para los amigos- llegó a Vizcaya hace 26 años, cuando las cosas aquí y en Colombia funcionaban de otra manera. En ese entonces, 1982, el país latinoamericano figuraba en el mundo por la excelencia de su café, mientras que la población extranjera en Euskadi era prácticamente nula. Lo mismo ocurría con los prejuicios que hoy se enquistan en la sociedad. “Antes no los notabas”, dice. Quizá porque no existían.
Aterrizó en el País Vasco en mayo del 82, dos años después de haber “conocido a un chico de aquí” que, en la actualidad, es su marido. “Más que una razón para dejar mi país, tenía un motivo para venir”, sintetiza ahora, antes de repasar su historia. El motivo, claro, era él. Se conocieron en Colombia, cuando viajó a visitar a unos familiares suyos que residían en América y que, por esas cosas de la vida, también eran amigos de ella.
El romance duró unos meses, hasta que él regresó a Euskadi; aunque la relación y el idilio entre ambos no se desvaneció por ello. “Pasamos un año sin vernos, enviándonos cartas de amor. Todos los días recibía una. Fue muy intenso”, recuerda. En esos tiempos, lógicamente, no existía Internet y las llamadas internacionales costaban mucho dinero, de modo que la comunicación telefónica quedaba relegada a las “fechas importantes”.
Cada uno en un extremo del mundo, y con un océano enorme entre medio. La situación, desde luego, no era halagüeña ni prometía. “Al principio no daba ni un duro porque funcionara la relación”, reconoce. Y, sin embargo, funcionó. “Llegó un punto en el que resolvimos tomar una decisión. O él se iba a Colombia, o yo venía aquí o lo dejábamos, pero teníamos claro que así no podíamos seguir”.
Decidieron, finalmente, que era Luz quien viajaría. Dejó su país, su familia y sus estudios en la universidad para radicarse en Euskadi, en la casa de los padres de él. “Me costó un poco adaptarme, porque fue un cambio muy fuerte, pero fui muy bien recibida por todos y me sentí muy querida e integrada desde el comienzo. Era otra época... El día que me encontré a un colombiano sentí una gran alegría, porque éramos pocos aquí y la presencia de extranjeros no era demasiado habitual”.
Tampoco resultó ‘habitual’ que, tras pasar un tiempo aquí, decidiera estudiar en Londres durante tres años y medio. ¿Y el chico? ¿Y la relación? “Continuó durante ese tiempo -dice con una sonrisa-. Nos veíamos a menudo y nos seguíamos escribiendo, pero yo quería estudiar inglés y él tenía su trabajo aquí”, así que se lo tomaron con calma.
La chica decide
Se casaron en Colombia, el país donde todo empezó. “Fue un lío, porque su familia estaba aquí y la mía allí, pero ya sabes cómo funciona... la chica, al final, decide”. La risa de Luz Helena es pícara y generosa. Al año siguiente del enlace -1987-, empezó a trabajar en una academia como profesora de inglés, hasta que con un grupo de docentes del centro se animaron a abrir algo propio. “Nos arriesgamos sin saber cómo nos iba a ir, pero salió muy bien. De eso hace ya quince años”.
Tanto tiempo viviendo en Euskadi -“toda una vida”, como suele decir- le permitieron asistir a un sinfín de transformaciones sociales relacionadas con la inmigración. “Antes, cuando mencionaba mi nacionalidad, la gente siempre decía ‘¡qué maravilla!’, o ‘¡qué bueno el café!’. Hoy dices que eres colombiano casi con la boca pequeña. Me duele que sea así, que sólo se cuente lo malo o que haya gente de mi país que ha emigrado y que no cumple con todos los requisitos para una convivencia normal. Eso es triste”, explica apenada.
No obstante, Luz huye de los extremos. “No es que hoy exista rechazo; lo que hay es cierta prevención”, matiza. Del mismo modo, hace años, antes de que se eliminaran las fronteras en la Comunidad, vivió un par de episodios negativos en Francia. “Mi marido y yo viajamos como turistas y los dos tuvimos problemas para cruzar la frontera. Y después, en París, le pedimos a alguien que nos hiciera una foto y bastó con decirle que éramos una colombiana y un vasco para que nos preguntara por la cocaína y las bombas”.
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