Su nombre real es Sheng Jun, pero todos le conocen como Manolo. «Así nos entendemos todos», admite. El detalle no es menor, porque se dedica a lograr que la gente se entienda. Llegó a Bilbao desde Pekín hace 17 años y trabaja como traductor e intérprete en los juzgados y las notarías.
Uno solo... hasta que emigró. «En China se premia al que cumple y hay un control importante de la natalidad –explica–. La anticoncepción es gratuita y está impulsada por el Gobierno. Si tienes más hijos, te multan». Justamente, lo contrario a lo que sucede en España. «Aquí te estimulan para que tengas más niños y eso nos sorprendió», recuerda con una sonrisa. Fruto del cambio es su hija, que nació en el Hospital de Basurto un año después de que Manolo llegara a Bilbao.
Antes de eso, sin embargo, vivió en un pueblo de Tarragona. «No estuvimos mucho tiempo. Mi mujer, que es médico, consiguió trabajo en una clínica, pero no nos gustó, así que nos mudamos». Vinieron a Santutxu, a casa de unos familiares, y abrieron un restaurante. La hostelería les permitió ahorrar dinero –Manolo es propietario de tres pisos en Bilbao y conserva el de Pekín–, aunque decidieron cerrar el local cuando el dueño quiso subir el alquiler un 10%. «Ya pagábamos medio millón de pesetas al mes. Era demasiado», reconoce.
Pero también conoce abogados, sobre todo, a los de oficio», porque Manolo es traductor en los juzgados del País Vasco. Allí la cosa «sí es seria, no te puedes equivocar y hay que traducir con términos exactos», subraya. En un caso de robo, agresión o indocumentación, un error puede ser nefasto. La seriedad profesional se superpone con el carácter distendido que ostenta cuando pasea. «Voy saludando a todo el mundo, tengo amigos en todas partes y me siento muy a gusto en Bilbao. Vine para ver cómo era, porque mi vida ya estaba hecha, y aquí sigo. A pesar de mi edad, tengo la mente libre y soy majo. Igual me quedo aquí el resto de mi vida».
La historia de ‘Manolo’ Jun es una caja de sorpresas; tanto la que tenía en China como la que decidió forjarse en Bilbao. De aspecto serio a primera vista y trato formal cuando se acerca y saluda, basta con que abra la boca para descubrir a «un tío majo» con altas dosis de simpatía y un gran sentido del humor. «Dicen que soy agradable», comenta al iniciar la entrevista, sabiendo que no se equivocan.
No deja de repetir sus años –68, «que no son pocos»–, desde el momento mismo de concertar el encuentro. «Me va a reconocer enseguida porque soy un hombre mayor y, bueno, soy chino», anunciaba en la víspera. No obstante, esa vejez de la que tan orgulloso se siente no le ha impedido en absoluto atreverse a conocer el mundo. Porque, de hecho, ese fue el motivo que le impulsó a dejar su país: la «curiosidad».
Hijo de campesinos, nacido en un hogar muy pobre, Manolo se trasladó a Pekín para estudiar Ciencias Sociales, castellano y ruso. Con el tiempo, y convertido en intelectual, llegó a ser funcionario del Gobierno. «Soy muy fiel a Mao porque nos salvó de la miseria», dice. Allí tejió su carrera (también en México, donde ocupó un puesto de la embajada), se casó y tuvo a su hijo.
Uno solo... hasta que emigró. «En China se premia al que cumple y hay un control importante de la natalidad –explica–. La anticoncepción es gratuita y está impulsada por el Gobierno. Si tienes más hijos, te multan». Justamente, lo contrario a lo que sucede en España. «Aquí te estimulan para que tengas más niños y eso nos sorprendió», recuerda con una sonrisa. Fruto del cambio es su hija, que nació en el Hospital de Basurto un año después de que Manolo llegara a Bilbao.
Antes de eso, sin embargo, vivió en un pueblo de Tarragona. «No estuvimos mucho tiempo. Mi mujer, que es médico, consiguió trabajo en una clínica, pero no nos gustó, así que nos mudamos». Vinieron a Santutxu, a casa de unos familiares, y abrieron un restaurante. La hostelería les permitió ahorrar dinero –Manolo es propietario de tres pisos en Bilbao y conserva el de Pekín–, aunque decidieron cerrar el local cuando el dueño quiso subir el alquiler un 10%. «Ya pagábamos medio millón de pesetas al mes. Era demasiado», reconoce.
Primero hostelero
Su conocimiento del castellano fue la puerta a un nuevo trabajo; el que desempeña en la actualidad. «Siempre hablé muy bien el idioma, porque lo había estudiado antes, y manejo sin problemas los imperativos, los subjuntivos y los gerundios –enumera–. ¿A cuántos chinos conoce
que construyan frases con un condicional?». Según él, son muy pocos. De ahí que, cada vez con mayor frecuencia, sus compatriotas le pidieran ayuda cuando debían realizar algún trámite. «Conozco al dedillo casi todas las oficinas públicas porque he acompañado a varios chinos a gestionar sus permisos de residencia, renovaciones de licencias y papeles administrativos», señala.
Su conocimiento del castellano fue la puerta a un nuevo trabajo; el que desempeña en la actualidad. «Siempre hablé muy bien el idioma, porque lo había estudiado antes, y manejo sin problemas los imperativos, los subjuntivos y los gerundios –enumera–. ¿A cuántos chinos conoce
que construyan frases con un condicional?». Según él, son muy pocos. De ahí que, cada vez con mayor frecuencia, sus compatriotas le pidieran ayuda cuando debían realizar algún trámite. «Conozco al dedillo casi todas las oficinas públicas porque he acompañado a varios chinos a gestionar sus permisos de residencia, renovaciones de licencias y papeles administrativos», señala.
Pero también conoce abogados, sobre todo, a los de oficio», porque Manolo es traductor en los juzgados del País Vasco. Allí la cosa «sí es seria, no te puedes equivocar y hay que traducir con términos exactos», subraya. En un caso de robo, agresión o indocumentación, un error puede ser nefasto. La seriedad profesional se superpone con el carácter distendido que ostenta cuando pasea. «Voy saludando a todo el mundo, tengo amigos en todas partes y me siento muy a gusto en Bilbao. Vine para ver cómo era, porque mi vida ya estaba hecha, y aquí sigo. A pesar de mi edad, tengo la mente libre y soy majo. Igual me quedo aquí el resto de mi vida».
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