Tiene 40 años, cuatro hijos y un marido al que califica como «el mejor hombre de Euskadi». Tras un año y dos meses de residencia en el País Vasco, Ruddy Mateo está ilusionada, y razones no le faltan. En febrero abrió su negocio: una peluquería latina. Y Algo más. Mañana parte hacia su país, República Dominicana, para traer a sus hijas pequeñas.
Llegó en diciembre de 2006 con un puñado de ilusiones. Atrás quedó Santo Domingo, la ciudad en la que vivía, y quedó también su familia, lo que más echa de menos. La isla que aquí se ve como un resumen del paraíso tiene su sol y tiene sus sombras. Y fueron estas las que, en su día, impulsaron a Ruddy a emigrar. «Vine yo sola –relata–. Quería intentar algo nuevo y ponerme a trabajar para que mejoraran las cosas».
Se decidió por el País Vasco gracias a una amiga suya que había llegado antes y le dijo que «estaba muy bien» porque «aquí había calidad de vida y eran todos amables». Con explicaciones como esas, no se lo pensó dos veces. Cogió las maletas y se montó en un avión. Tardó poco en comprobar que las impresiones de su amiga eran ciertas, y otro poco en descubrir por sí misma que en Vizcaya «había más». Sin preverlo ni esperarlo, Ruddy se enamoró.
«Lo conocí al mes de llegar, en marzo vivíamos juntos y celebramos la boda en noviembre», enumera con rapidez. ¿Así de fácil? «Sí. Encontré al mejor hombre de Euskadi y fue un ‘flash’. Mi marido es una gran persona, es atento y amable... Por momentos siento que vivo con una amiga. Nunca había conocido a un hombre tan cariñoso y comprensivo». Un compañero que no dudó en apoyarla con sus dos grandes proyectos: tener un negocio propio y reunir a su familia.
El primero lo concretó hace poco más de un mes, cuando abrió una peluquería latina en el centro de Barakaldo. Y es allí, justamente, donde tiene lugar la entrevista, al compás de una bachata. «En Santo Domingo era peluquera y estoy muy feliz por poder dedicarme a eso aquí. A veces pienso que todo fue un relámpago de suerte, que Dios me tenía reservado un futuro y un amor maravillosos».
Como todo salón de belleza, el de Ruddy guarda secretos. Comentarios o confidencias que reflejan el pulso del barrio. En este caso, también del mundo, pues los clientes que vienen aquí tienen nacionalidades diversas. «Vienen vascos, por supuesto, pero la mayoría son extranjeros». Lo que es común a todos ellos es que comparten sus vidas, y que un momento en la peluquería basta para percibir sus sueños. O, a veces, preocupaciones.
Los planes de Ruddy Mateo no contemplan envejecer en Euskadi. «Yo quiero envejecer allí», dice, en República Dominicana. «Dentro de diez años, mis hijas más pequeñas serán mayores de edad y podrán decidir lo que quieren. Y es posible que se quieran quedar». Aunque ella se siente «muy a gusto» en Vizcaya, sabe que aquel es su lugar y no le cuesta imaginarse jubilada, disfrutando junto a su marido «del sol». El proyecto suena idílico y lo sabe. Pero le tiene fe. «Mi esposo y yo somos muy felices, aunque a veces nos miren raro. Hay muchos prejuicios sobre los matrimonios mixtos. El otro día, por ejemplo, hicimos las compras juntos y yo pagué con mi tarjeta. Dos mujeres se miraron entre ellas. Se sorprendieron porque soy negra y tengo cuenta bancaria».
Llegó en diciembre de 2006 con un puñado de ilusiones. Atrás quedó Santo Domingo, la ciudad en la que vivía, y quedó también su familia, lo que más echa de menos. La isla que aquí se ve como un resumen del paraíso tiene su sol y tiene sus sombras. Y fueron estas las que, en su día, impulsaron a Ruddy a emigrar. «Vine yo sola –relata–. Quería intentar algo nuevo y ponerme a trabajar para que mejoraran las cosas».
Se decidió por el País Vasco gracias a una amiga suya que había llegado antes y le dijo que «estaba muy bien» porque «aquí había calidad de vida y eran todos amables». Con explicaciones como esas, no se lo pensó dos veces. Cogió las maletas y se montó en un avión. Tardó poco en comprobar que las impresiones de su amiga eran ciertas, y otro poco en descubrir por sí misma que en Vizcaya «había más». Sin preverlo ni esperarlo, Ruddy se enamoró.
«Lo conocí al mes de llegar, en marzo vivíamos juntos y celebramos la boda en noviembre», enumera con rapidez. ¿Así de fácil? «Sí. Encontré al mejor hombre de Euskadi y fue un ‘flash’. Mi marido es una gran persona, es atento y amable... Por momentos siento que vivo con una amiga. Nunca había conocido a un hombre tan cariñoso y comprensivo». Un compañero que no dudó en apoyarla con sus dos grandes proyectos: tener un negocio propio y reunir a su familia.
El primero lo concretó hace poco más de un mes, cuando abrió una peluquería latina en el centro de Barakaldo. Y es allí, justamente, donde tiene lugar la entrevista, al compás de una bachata. «En Santo Domingo era peluquera y estoy muy feliz por poder dedicarme a eso aquí. A veces pienso que todo fue un relámpago de suerte, que Dios me tenía reservado un futuro y un amor maravillosos».
Como todo salón de belleza, el de Ruddy guarda secretos. Comentarios o confidencias que reflejan el pulso del barrio. En este caso, también del mundo, pues los clientes que vienen aquí tienen nacionalidades diversas. «Vienen vascos, por supuesto, pero la mayoría son extranjeros». Lo que es común a todos ellos es que comparten sus vidas, y que un momento en la peluquería basta para percibir sus sueños. O, a veces, preocupaciones.
Encuentros y despedidas
Además de la farándula o el seguimiento de la telenovela ‘Marina’, hay otros temas conversación. Por ejemplo, aeropuertos. Las anécdotas de algún reencuentro o los proyectos de vacaciones son tan mencionados como los trámites administrativos, el envío de documentación y remesas o los pisos para compartir. Son relatos de personas en movimiento, con afectos y obligaciones en varias partes del mundo. Mientras uno se presenta, otro se despide, pero no con un ‘hasta luego’, sino con un «regreso a mi país».
Además de la farándula o el seguimiento de la telenovela ‘Marina’, hay otros temas conversación. Por ejemplo, aeropuertos. Las anécdotas de algún reencuentro o los proyectos de vacaciones son tan mencionados como los trámites administrativos, el envío de documentación y remesas o los pisos para compartir. Son relatos de personas en movimiento, con afectos y obligaciones en varias partes del mundo. Mientras uno se presenta, otro se despide, pero no con un ‘hasta luego’, sino con un «regreso a mi país».
Los planes de Ruddy Mateo no contemplan envejecer en Euskadi. «Yo quiero envejecer allí», dice, en República Dominicana. «Dentro de diez años, mis hijas más pequeñas serán mayores de edad y podrán decidir lo que quieren. Y es posible que se quieran quedar». Aunque ella se siente «muy a gusto» en Vizcaya, sabe que aquel es su lugar y no le cuesta imaginarse jubilada, disfrutando junto a su marido «del sol». El proyecto suena idílico y lo sabe. Pero le tiene fe. «Mi esposo y yo somos muy felices, aunque a veces nos miren raro. Hay muchos prejuicios sobre los matrimonios mixtos. El otro día, por ejemplo, hicimos las compras juntos y yo pagué con mi tarjeta. Dos mujeres se miraron entre ellas. Se sorprendieron porque soy negra y tengo cuenta bancaria».
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