19.9.04

"Paso de la presión, no me importa el éxito ni el dinero"

«Mi futuro pasa por compaginar la composición con una vida tranquila y actividades interesantes», dice Bryan Adams. Su nuevo disco, ‘Room Service’, resume «mi vida durante las giras»

Con el porte y la emoción de un veinteañero con guitarra y ‘fans’, despliega una sonrisa que sólo podría pintar la ilusión del principiante. Sin embargo, un gesto distendido evidencia trayectoria. En una extraña conjunción de rasgos, saluda sabiendo que su ascenso no sólo pasa por la escala de un pentagrama. 45 años de edad. 25 de carrera. Más de quince álbumes grabados y una extensa lista de premios. Cifras que completan los 60 millones de copias vendidas y desvelan el porqué de su permanencia. Se sabe ganador.

Bryan Adams está cómodo. Se mueve con naturalidad dominando el espacio de un hotel que conoce bien: el Villamagna de Madrid. Éste, como tantos otros ‘cinco estrellas’ en el mundo, lo ha hospedado más de una vez durante sus giras. Pero, además, ha visto nacer algunos de los acordes que componen su último álbum. Su realidad de peregrino en clave de sol es una constante que atraviesa los distintos paisajes de fondo y las ciudades cambiantes.

Noches repetidas de moqueta y minibar. De recitales que terminan, multitudes que se disipan y silencios que dejan oírse en la privacidad del dormitorio. Allí, donde más se vive la soledad del éxito, el temblor de seis cuerdas hace vibrar el aire. Se gestan las ideas y las canciones que empiezan a sonar cuando todos los demás sonidos duermen. Esa es la historia que subyace en este álbum: sus temas fueron creados en el contexto de quien está de paso y pide, para aliviar la garganta, un servicio de habitación.

Adams retrata con música una vida en movimiento, y, con imágenes, una apuesta por la vida. Es el autor de un libro de fotografía que ‘capturó’ a treinta mujeres famosas. Y ha donado íntegramente el dinero que recaudó con él. Se ha consolidado como uno de los principales músicos contemporáneos. Él, que ha compartido disco y tablas con artistas como Rod Steward, Luciano Pavarotti, Barbara Streisand, Paco de Lucía y Sting, es el mismo que, desde 1996, colabora activamente en la lucha contra el cáncer de pecho y con distintas ONG en causas humanitarias.

Lejos de casa, en este hotel de España que ha alojado a sus musas con él, el intérprete canadiense se muestra satisfecho con su último trabajo, que mañana mismo saldrá a la venta.

–¿Cómo se le ocurrió hacer un disco que reflejara la vida del artista en constante movimiento?
–En una gira, la mayor parte del tiempo estás sentado en un aeropuerto o metido en un hotel. Esa era mi realidad. Estaba viajando permanentemente y decidí utilizar de una manera constructiva esos espacios. Con la tecnología que existe hoy, es muy simple.
–Pero, ¿esas canciones podrían haber sido escritas en otras circunstancias?
–La situación me ha ayudado mucho. Es fácil escribir una canción; lo difícil es escribir una que sea buena. Para eso se necesita tiempo y la verdad es que, en mis viajes, me sobra. Es un buen momento para componer, haciéndolo porque quiero, no porque deba hacerlo.
–¿Qué le ofrece un hotel para poder crear?
–Para mí sólo son habitaciones. Paso la mitad de mi vida encerrado en salas como ésta. Mire alrededor, no hay nada aquí. Por eso intento focalizar mi atención en lo que pueda haber fuera. Me motiva el esfuerzo que eso supone.
–¿Y dónde encuentra la inspiración entonces?
–Cuando terminé con la banda sonora de la película ‘Spirit’, en la que también participé con el guión, me quedé con eso de contar historias. Aún hoy sigo pensando en esas historias. Las canciones del disco son como pequeñas películas; cada una de ellas es como un cuento.
–¿Le gusta observar a las personas para narrar situaciones?
–¿Como un pervertido dices? (risas)
–No, como un simple observador.
–Mis temas cuentan las cosas comunes de la gente. El verdadero reto es descubrir cómo decir lo mismo de un modo diferente. Si miras mis letras y entiendes las palabras, verás que esas son cosas que nos pasan a todos. La interacción y el contacto son experiencias comunes. Soy humano; me pasa lo mismo que a cualquiera.
–Hay un tema que describe a un perdedor sentimental. ¿Eso también le pasa a usted?
–En esa canción me burlo completamente de mí mismo. La idea es que la chica es fantástica, elegante, de alta sociedad, y yo sólo soy un muchacho simple que mira la televisión comiendo un sandwich. Ella, en cambio, cena a la luz de las velas y quiere cambiar mi manera de ser.
–Ya, pero, en la vida real, seguro que su nombre y su fama le impiden ser visto como alguien ‘simple’.
–La fama es como las pecas de los perros. Tengo lo que tengo, soy así y no lo puedo cambiar.
–En el álbum refleja la situación de esperar a alguien especial y frustrarse al ver que sólo es el servicio del hotel.
–Sí. La canción es bastante triste, porque habla de esperar a alguien que nunca llega. Esa es la vida de los músicos. Vivimos de gira, dando conciertos y, al llegar al hotel, ¿quién llama a la puerta?, el servicio de habitación. Es como si le diéramos la vuelta a la mirilla y los que están afuera pudieran ver lo que pasa adentro.
–¿El disco es una vuelta a los orígenes?
–Sí. De alguna manera, recupero algo de los años 80, con un sonido más simple; nada más mi banda y yo.
–¿Cómo ha hecho para conservarla a través del tiempo?
–A veces me gustaría cambiarla (risas). Es broma. Como cualquier relación, es difícil mantenerla unida. Me siento orgulloso; son 24 años juntos. Supongo que seré un buen jefe, ja ja.
–(...)
–Hubo un momento en el que me harté de hacer cosas sin pausa, entonces propuse trabajar sólo una semana al mes. Así podríamos dedicar el resto del tiempo a la vida, a la familia. Todos estuvieron de acuerdo con ese planteamiento. Mi álbum refleja todo eso. Habla del amor, y también de la vida.
–Y de la maduración. ¿Cómo ha afectado el paso del tiempo en su trabajo?
–Ya no me presiono con sacar un disco por año ni me importa el éxito. Paso de la presión. Esto es parte de mi planteamiento de futuro. Componer sí, pero compaginando eso con mi vida. No se trata del dinero, pues no me interesa. Se trata de hacer que la actividad se vuelva interesante.
–¿Tiene proyectos inmediatos o volverá a desaparecer por un tiempo?
–Para este disco compuse casi 35 canciones, pero sólo tomé las que sonaban mejor con una banda. Haré un álbum con esos temas que quedaron fuera. Será un disco más íntimo, más sencillo; sólo mi guitarra y mi voz.
–¿Hará gira este año?
–Sí. Tengo previstos varios conciertos, aunque en España tocaré el año que viene.
–¿Qué música le gusta?
–Aunque escucho cosas de ahora, me sigue gustando lo mismo que cuando era joven. Adoro mis discos de Velvet Underground, Led Zeppelin y Jimmi Hendrix.
–Tiene una agenda apretada de entrevistas. ¿Vive la relación con la prensa como una torura?
–No. A veces preferiría que mis canciones hablaran por mí y por sí mismas. Pero me gusta mucho hablar de lo que hago. Además, es parte de mi trabajo.
–¿Hay algo que le interese destacar del álbum?
–Sí, el tema ‘Open Road’, el primer sencillo. Es una canción muy optimista que habla de la libertad y del poder de decisión para elegir un camino en la vida.

"La reina de Inglaterra me pidió que la fotografiara"

–¿Cómo compagina la música y la fotografía?
–Estoy interesado en todo lo que sea creación. Me gusta coger un papel en blanco y componer una canción. Con las fotos pasa lo mismo. El espíritu creador está ahí; es partir de la nada para concebir algo. Es lo único a lo que aspiro.
–¿De qué lado de la cámara prefiere estar?
–Detrás, sin duda.
–¿Y cómo convenció a la reina Isabel ara que se pusiera delante?
–No la convencí. Ella me lo pidió. En los noventa hice un libro de fotografías para colaborar en la
lucha contra el cáncer de pecho. Estuve recorriendo varios sitios haciendo retratos de mujeres, y
ella me llamó. Me dijo que fuera a su casa y yo pregunté: «¿qué casa?». Me respondió: «una pequeñita». Era el Palacio de Buckinham. (risas)
–¿Marca diferencias fotografiar a la realeza?
–No, en absoluto. Todas las mujeres que participaron en ese libro son maravillosas. Y bellas.
–Usted es un hombre comprometido con las causas sociales. ¿Cree que las letras de las canciones también deben tener contenido social?
–No. Sin embargo, las canciones de este disco sí tienen ese mensaje de ‘a ver, vamos despacio, respiremos hondo y tomemos un momento para pensar quiénes somos’. A veces olvidamos lo que somos y lo que hacemos.
–¿Hace alusión a la situación política actual?
–Uff, no. Ya hay demasiados políticos.
–¿Quédó muy lejos el ‘Verano del 69’?
–Mmm... El 69 de la canción nada tiene que ver con la fecha 1969. Yo sólo digo que aquél fue el «verano del amor». En ese sentido, procuro que no esté muy lejos. Lo sigo viviendo. O por lo menos lo intento.

18.9.04

Los SMS se hacen adultos

Los mensajes a través del móvil ya no son un reducto de la adolescencia. El auge de este sistema permite conocer una fecha de vacunación o manejar una cuenta bancaria


Cuando se escucha la frase «envía un mensaje al móvil», la primera imagen que suele venir a la cabeza es la de un adolescente con la espalda curvada, sumergido de lleno en la diminuta pantalla digital, tecleando letras en vez de números a velocidad de vértigo. Pero, aunque esta idea tiene su motivo –el 88% de los jóvenes posee un móvil para uso personal–, deja de lado una realidad emergente en torno a los mensajes SMS que, cada vez más, se cuelan y ganan terreno en otros ámbitos.

Aparte de la conversación, los móviles tienen un destino más rentable que escribir mensajes para la cuadrilla de amigos, y un ejemplo de esto es que, hoy en día, existe la posibilidad de participar en subastas desde la playa, la montaña o, incluso, desde fuera del país donde éstas se desarrollen.
Conociendo de antemano el día, la hora y el lugar donde un objeto será subastado, es posible pujar por él sin necesidad de asistir o de tener allí a un representante. Basta con haberse registrado en la puja para poder hacer la oferta desde el móvil.

Aunque no todo es gastar. Cualquier persona puede conocer su situación financiera al instante gracias a un servicio bancario vía SMS que se encarga de mantener informados a sus clientes del estado de sus cuentas. A través del móvil es posible saber si están cerca los temidos ‘números rojos’ o si, por el contrario, ha habido ingresos, transferencias y cobro de nóminas. Enterarse de que la hipoteca ha sido concedida o de los últimos movimientos bursátiles es tan fácil como leer un mensaje personalizado en el móvil. «En ese sentido, la banca española es pionera», indican fuentes de Netsize, compañía dedicada a la mensajería móvil.

Todo en la pantalla
Las empresas de comunicación han sabido sacarle el jugo a la telefonía, especialmente en lo relacionado con el ocio y la diversión. Un estudio del Instituto de la Juventud ha dado a conocer que los jóvenes españoles gastan una media de 26 euros mensuales en móviles y que buena parte de esa cifra se destina a descargas de melodías y participación en concursos de televisión.

Nuevos juegos y canciones se suman a una extensa lista de ofertas junto con otro tipo de servicios que apuntan al entretenimiento. Y es en verano cuando más se lucen. Encontrar un buen restaurante en el lugar de vacaciones, saber qué películas están en cartel o reservar un par de entradas para ver un espectáculo son labores que ya no llevan tanto tiempo. Las aplicaciones multimedia hacen que estos trámites sean más fáciles y menos engorrosos, porque toda esa información cabe en la pantalla del móvil.

Y hay más. Una compañía británica se ha aventurado a dar otro paso, combatiendo con ingenio un mal común de este tiempo: los embotellamientos de tráfico. Como esas largas caravanas de coches suelen traer coletazos de aburrimiento y malhumor, una opción novedosa para paliarlos consiste en aprovechar ese tiempo para hacer nuevos amigos… por móvil. Para ello es necesario estar suscrito a una base de datos que permite ponerse en contacto con algún ‘vecino ocasional’ de atasco. Luego, todo es cuestión de enviar un SMS a la empresa proveedora del servicio indicando el número de matrícula del coche de al lado y, si coincide que su conductor es usuario de la misma compañía, esperar su respuesta para hacer buenas migas.

Seguridad a distancia
El sol de las vacaciones proyecta siempre alguna sombra de temor, especialmente cuando hay que dejar la casa sola durante un mes. Ante esta realidad nacieron hace años agencias de seguridad que instalan sensores de movimiento o de calor en la propiedad que protegen. Si estos sensores se activan, la alarma se dispara enviando una señal de alerta a la central de la empresa, que procederá en consecuencia. Sin embargo, bien reza el refrán que «hecha la ley, hecha la trampa» porque los ladrones descubrieron que esa señal se envía por teléfono y que la mejor manera de eliminarla es cortar la línea. Si no hay canal que transmita la alarma, el aviso jamás llegará a su destino. Para evitar este tipo de contratiempos, una empresa nórdica ha desarrollado un sistema que envía la alerta vía SMS sin necesidad de utilizar la línea telefónica común. El dispositivo es inalámbrico y tiene capacidad para enviar hasta nueve mensajes simultáneos. De esta manera, el propietario de la casa podrá enterarse de lo que sucede al mismo tiempo que los vecinos, la Policía y la empresa aseguradora.

Pero los robos no tienen estación ni sus autores se toman vacaciones, y esa es la razón por la que se han creado nuevos métodos para contrarrestar la rapidez de los descuideros. Si alguien es víctima del robo de su tarjeta de crédito podrá anularla inmediatamente con un mensaje de texto. Ya hay varias entidades financieras españolas que lo permiten. Asimismo, algunas compañías de telefonía han diseñado mensajes para los propios ladrones, sobre todo para aquellos que encuentran un buen negocio en la reventa de aparatos robados. Por ese mismo medio, la Policía holandesa informa cada tres minutos a quienes se han apropiado de un móvil de que su comercialización está penalizada. En ese sentido, los ‘amigos de lo ajeno’ tienen en el SMS un importante obstáculo para cometer sus fechorías porque las fuerzas de seguridad están descubriendo casi de continuo nuevas maneras de aprovechar este invento.

En Birmingham, por ejemplo, la Policía lo utiliza para avisar a los comerciantes sobre los delitos cometidos en su zona. Asimismo, les suministra información sobre atracadores o portadores de tarjetas de crédito robadas que han sido identificados para que los vendedores puedan reconocerlos rápidamente. Algo parecido sucede en la India con los infractores al volante. Cuando los agentes de Delhi envían un mensaje con el número de matrícula del coche, el sistema les devuelve automáticamente toda la información que necesitan: multas impagadas, denuncias por robo, antecedentes de otras infracciones… Nada escapa a esta base de datos que, diariamente, atiende más de veinte mil consultas.

Asistencia sanitaria
Sanidad. Además de la seguridad, la diversión y el dinero, la tecnología SMS también ha irrumpido con rapidez en este ámbito. Y es aquí donde más avances ha proporcionado. En España se han hecho pruebas piloto para gestionar las citas con el médico directamente a través de los mensajes de móvil. Según los expertos, concertar así la visita ahorra costes telefónicos y administrativos en los hospitales, al tiempo que el paciente no necesita estar pendiente de hacer o recibir una llamada, en especial cuando se trata de una persona que padece enfermedades crónicas y demanda cierta periodicidad en la atención.

Otro ejemplo de la utilidad de este servicio tiene lugar en Cataluña, relacionado con la salud infantil. El Hospital Clínico de Barcelona ha ensayado un método para avisar a los pacientes, mediante un SMS, de las fechas en las que deben vacunarse . Los propios ambulatorios, donde se encuentran las fichas de los pacientes, envían un mensaje a cada uno de ellos cuando llega el momento de recibir una nueva dosis, lo que, según fuentes del Clínico, ha aumentado los índices de vacunación y se ha convertido en una herramienta muy útil para los padres de los niños menores de un año.

Pero los SMS no sólo ayudan a los padres; también aportan su granito de arena para quienes quieran serlo. Y de una manera que revela las posibilidades de exprimir a fondo este sistema de comunicación con ayuda del ingenio. Diferentes empresas en todo el mundo ofrecen un novedoso servicio que hace de nexo entre el ginecólogo y la aspirante a mamá. Ingresando la información médica necesaria en una base de datos, ésta se encargará de enviar un mensaje a la mujer informándole sobre sus días más fértiles. Nada de calendarios; el móvil sirve, discretamente, de agenda para la planificación familiar, aunque el médico esté de vacaciones y ella haya olvidado hacer las cuentas. Que también de cuentas se trata. Como dato, Telefónica Móviles recaudó 230 millones de euros tan sólo entre enero y marzo en España gracias al enorme caudal de SMS que se ponen en circulación de manera permanente.

Una nueva revolución
La aparición de los móviles ha cambiado los hábitos sociales en cuestión de pocos años y, sin embargo, continúan deparando sorpresas, como demuestran los nuevos servicios SMS. Mucho más alla de su función oral, estos teléfonos se han convertido en una herramienta indispensable para muchos trabajadores, que hacen de ellos una puerta de entrada a su comercio, la tarjeta de presentación de su negocio, la agenda, el despertador e, incluso, la secretaria. También alivian el insomnio de muchos padres preocupados por saber dónde estarán sus hijos a las cinco de la mañana o por su trayectoria escolar: este mismo mes ha comenzado a desarrollarse en algunas zonas de España –la primera de ellas, Castilla-La Mancha– un proyecto que permite a los padres recibir las notas y las valoraciones académicas de sus vástagos en la pantalla del teléfono.

Si Alexander Graham Bell resucitara hoy, seguramente quedaría maravillado por la mutación de su invento. Poco más de un siglo separa la patente del teléfono fijo de la comercialización de los primeros móviles en 1983. Y desde aquellos modelos analógicos –que se parecían a ladrillos de plástico con botones– hasta ahora, con los más recientes que suenan a polifonía y pesan menos que una pluma, muchas ondas han flotado por el aire. Tantas, que abruman si se traducen en números: cada minuto y medio circulan más de un millón de SMS por el planeta y, tan sólo en España, el año pasado se registró un tráfico de 19.000 millones de mensajes.

Este servicio de textos cortos nació en 1992 como fruto de la casualidad y de los buenos deseos navideños de un ingeniero de la compañía Vodafone. Son baratos, discretos, fáciles de enviar y, a la vista del rápido y plural surgimiento de servicios SMS, amenazan con provocar una nueva revolución en la sociedad de la comunicación.

5.9.04

Los últimos emigrantes de España

12.000 temporeros cruzarán este año la frontera para vendimiar en Francia. Estos salieron de Granada...

El día despierta en calma en el calor de Granada, pero el corazón andaluz late con fuerza desde hace horas. La ilusión sacude el pecho de los agricultores y la congoja enlaza un nudo en la garganta de sus familias. Es época de uvas. Las vides de Francia están a rebosar y sus dueños necesitan gente que recoja los racimos; gente que sepa de tierra. Y que cobre barato. Que esté dispuesta a viajar un día entero para llegar a los viñedos galos y trabajar allí ocho horas diarias pidiendo, a cambio, poco más de siete euros por cada una.

Los temporeros españoles que van a la vendimia se cuentan por miles. Y, otra vez, el septiembre del sur se estrena con la cadencia de la emigración campesina. El periplo comienza en Pinos Puente a las once de la mañana. Un puñado de personas se acerca a la carretera cuando llega el autobús. Sólo son diez. En la puerta del restaurante que ha servido para el encuentro, un par de ancianos fuman sus puros sin prisa y, con la misma parsimonia, ven perderse a la caravana cuando se aleja. Saben a dónde se dirige aunque no se lo hayan dicho. Autocares Torralbo es una empresa de transportes que gestiona el viaje de los temporeros desde hace años.

En el interior del vehículo en marcha todos han cogido asiento menos uno, Plácido Hidalgo. De palabra tan fácil como la sonrisa, prefiere ir adelante conversando con el conductor. «Inmigración
era lo de antes», dispara. «Inmigración era el viaje de los trenes, cuando corríamos cargados de maletas con el tiempo justo y el pasaporte en la boca». Por el salpicadero se desliza una hoja de ruta llena de información. Hay que recoger a los demás pasajeros, que esperan en otros pueblos, antes de enfilar hacia la frontera. Monetier, Avignon, Malemort y Ramatuelle son los destinos de esta gente, que, aún disgregada por Francia, va al mismo lugar: el trabajo.

«Mamá, no te vayas»
Juan Navarrete, el chófer, también fue vendimiador y conoce bien los detalles del oficio. «Las campañas de ahora son más cortas. Hay quienes permanecen allí sólo trece días porque, si son dos o tres miembros de la misma familia, el dinero que ganan les alcanza. Pero el promedio son veinte jornadas», explica. Plácido asiente con la cabeza y coincide en que «ya no es lo mismo». En este caso, el tiempo pasado fue peor. «¡Hombre!, también es cierto que algunos cosechan los 45 días completos de la temporada», replica Juan con la vista puesta en el espejo retrovisor.

El mediodía sorprende al autobús desafiando las leyes de la física en Deifontes. El coloso rodante con remolque está aparcado a la perfección en una calle curvada y angosta donde no cabe ni un alfiler. Ronronea quieto, con las puertas abiertas, mientras los diecisiete nuevos viajeros cargan sus bártulos en la bodega. En el último momento, una mujer sube a despedirse de su marido. Quiere quedarse con un abrazo más; uno de reserva que le sirva de abrigo hasta que él regrese dentro de cuarenta días.

–«Vaya con cuidado y no corra mucho que hay críos ahí atrás», le aconseja a Juan cuando se baja.
–No se preocupe, señora. Yo también tengo niños en casa.

Los hijos representan un dilema para los temporeros; sobre todo, cuando ambos padres trabajan.
Aunque los sindicatos les recuerdan que hay guarderías en España, prefieren que estén con la familia. «Es duro dejarlos; lo sienten y después te lo reclaman. Te dicen: ‘mamá, no estuviste cuando te necesité’ y se te parte el corazón», confiesa una pasajera. «Dímelo a mí –agrega otra– que mis hijas se quedaron llorando. Me decían: ‘mamá, no te vayas’, pero las tuve que dejar».

Piñar. Media hora después. Los 26 vendimiadores que aguardaban al coche se acercan y ayudan a Juan, que ahora luce sus dotes de estibador. En cuclillas, metido en la bodega, acomoda como puede la pila de maletas que le van pasando. Aquello está a reventar. Una pierna de jamón asoma por el cierre entreabierto de un bolso. «La mayoría de estas cajas contienen comida –detalla Plácido–. Llevamos lo que no conseguimos allá o lo que cuesta muy caro». En realidad, se surten de todo lo que pueden porque la filosofía imperante es la del máximo ahorro. El calor aprieta y la partida se dilata. «¡Vamos, que se madura la uva!», grita Juan desde el volante. Las puertas se cierran y los últimos besos se estampan en el aire. Queda abajo una escena de sudor. Y de lágrimas. Y de manos extendidas que despiden la querencia.

Vélez Rubio recibe a los viajeros a las tres de la tarde y ellos agradecen la parada. Es la hora de almorzar. Juan les recomienda un restaurante donde se come «bien y barato». Todos bajan y se sientan en las mesas, pero la mayoría no consume nada. Desenfundan sus bocadillos caseros con una velocidad asombrosa. Le han hecho caso al conductor; no hay comida mejor, ni más barata, que la preparada en casa. Él aprovecha el descanso para aprontar los papeles y no prueba bocado hasta terminar. «Éstos son los billetes que nos mandan desde nuestras oficinas en Irún. Los que tengo aquí –enseña– fueron pagados por los dueños de las plantaciones francesas, que suelen costear el viaje».

En Vélez Rubio se incorporan los dos últimos pasajeros: Pedro Laso, de 65 años, y Antonio Martínez, de 30. Y ya, sin más demora, parte el bus. Pese a su juventud, Antonio ha trabajado en catorce campañas. Si algo caracteriza a los vendimiadores es que, por menos años que tengan, son veteranos. Cargan a cuestas muchas temporadas, muchos recuerdos, y, cuando hablan de lo suyo, desempolvan un baúl de vivencias añejas. Como los buenos vinos. «Antes cogíamos el tren en Lorca e íbamos juntando gente por los pueblos hasta alcanzar la frontera. Allí siempre estaba la Guardia Civil o los gendarmes. Hacíamos la conexión con un tren francés y los patrones nos esperaban en las estaciones», evoca Antonio. «El momento de la aduana era lo peor. A veces demorábamos doce horas en pasar», enfatiza. Margarita Rejón –la esposa de Plácido– está de acuerdo.

«Nos hacían un reconocimiento médico para comprobar que no estuviéramos herniados. Quedábamos completamente desnudos. Era humillante», se lamenta. Y Plácido, que lleva treinta años en este oficio y veinticinco de casado, le lanza una mirada cómplice. «Luego venía la locura en el metro de París, ¿te acuerdas?». «¡Claro! –responde ella–. Nos prendían unas chapitas de colores en la solapa para que supiéramos a dónde ir según el color». «Parecíamos animales», sintetiza él.

Juan pone un vídeo para entretener al grupo, pero no todos le prestan atención. Más de uno tiene la mirada perdida en la autopista, en el paisaje, en los olivos. «A primeros de diciembre cosechamos las aceitunas. Entre esos días y éstos que haremos ahora, seguro que llegamos a los 35», calcula Antonio. Y explica que, con esa suma de jornales, pueden acceder a las ayudas económicas de la Junta de Andalucía. «Nos aseguramos pagas de cuatrocientos euros durante un semestre entero. Así el invierno es menos duro».

«Ya no lavo a mano»
Juan se ha quedado con el tema de las aduanas. «Ahora ya no existen físicamente, pero en Francia te las pueden poner por sorpresa en cualquier sitio –advierte–. Es bastante común que nos revisen el autobús de arriba abajo con perros, en especial, cuando trasladamos marroquíes». Para Antonio, licenciado en Educación Física, «hay una incongruencia». «A los magrebíes que vienen aquí los tratamos mal. Sin embargo, nosotros, que somos españoles, hacemos lo mismo en Francia. Vamos donde nos contratan», dice. «Es verdad –apunta Plácido–. Yo soy inmigrante aunque no lo ponga el carné, y no soporto que se trate mal a los extranjeros delante mío porque también viví esa realidad y sé lo que es».

A las cinco de la tarde el tiempo cambia. El cielo queda gris. Empieza a llover. «¡Ay, no! Que no llueva», implora Antonio. Sabe que los días de lluvia no se trabaja. Y si no trabaja, no cobra. El gesto evidencia una vida ligada a la tierra y al clima. Inestable. Impredecible. «La relación con los
patrones ha mejorado mucho y los lugares donde nos quedamos, también. Hay unos que hasta tienen lavadora», exclama. Se refiere, sin saberlo, a Plácido y Margarita, que la disfrutan desde hace dos años. «Estamos muy a gusto –cuenta ella–. Me da igual tener los servicios afuera de la habitación. Ya no lavo a mano la ropa».

Jaime Hurtado, que anda por el pasillo y convida amablemente con una bota de vino, también está contento. «Por la zona de Ramatuelle nos quedamos en campings. Mi situación es mejor todavía, porque voy a una casa. Bueno... al garaje de una casa. Pero está acondicionado para vivir sin problemas, ¿eh?», aclara con prisa. Las normas de seguridad e higiene de las viviendas son prioridad para los sindicatos que siguen de cerca las condiciones laborales de los temporeros. La lluvia ha cesado un poco y se dibuja un arco iris. El horizonte se traga el final, allá lejos, adonde va la carretera; adonde van los temporeros cada año buscando una olla de oro. Encuentran cestas de uvas, pero no importa, porque «pagan bien». La voz de una mujer que se queja con picardía rompe el hechizo.

–¡Tengo el culo cuadrado y la mente en blanco!
–«Pues todavía falta medio camino, guapa», le responde un hombre desde el fondo. El autobús
estalla en risas, aunque todos saben que esto último es verdad.

Los primeros llegarán a destino a las siete de la mañana. Los últimos, a las doce del mediodía. Las
nubes oscuras adelantan la noche. El camino es largo y los olivares quedan atrás. Delante aguardan las vides.