Se termina. Agosto se va y, con él, las vacaciones. El tiempo de playa sin reloj ni agobio se ha escurrido como arena entre los dedos y el ‘tic tac’ que marca obligaciones vuelve a dejarse sentir. Ahí está septiembre, a la vuelta de la esquina, a un par de días en ese calendario que parece acelerarse cuando toca descansar. La imagen de hace un mes, o dos, se invierte, y las carreteras se saturan, pero en sentido contrario. Es momento de regresar.
El retorno a la vida después del relax es un episodio que se repite todos los años por estas fechas. El verano se queda atrás y las ciudades, que parecían hibernar, despiertan. Se sacuden el letargo de golpe cuando miles de pasos hacen temblar de nuevo sus calles rumbo al trabajo, al colegio o a la universidad. Existe un cambio drástico entre el descanso que termina y la exigencia que se estrena, y la manera de sobrellevarlo varía bastante de acuerdo a las personas. Muchas vuelven con ganas y energía para afrontar las responsabilidades cotidianas. Les alegra el reencuentro con sus colegas y se entusiasman con las cosas nuevas que puedan suceder. Pero hay quienes viven la transición de un modo distinto. Sus maletas, a medio deshacer, todavía cargan tedio, pereza, nerviosismo o depresión.
Cuando la vuelta se convierte en disgusto y cuando éste dura más de dos semanas, los psicólogos hablan del síndrome post-vacacional, un fenómeno que involucra cuadros de ansiedad, irritabilidad e inapetencia ante la actividad laboral. Experimentar estas sensaciones dependerá del tipo de actividad y de lo que ésta signifique para la persona que se dedica a ella. Así como hay gente que no puede vivir sin adrenalina, hay quien no resiste estar bajo presión. Asimismo, un trabajo rutinario puede representar seguridad para algunos y hastío para otros. Por aburrimiento o por ansiedad, el regreso marca presencia. Especialmente para quienes tienen once meses de trabajo por delante.
RAQUEL LANA
Médico de urgencias
«Sin vacaciones, no sobrevives»
Raquel Lana es médico, tiene 35 años y los últimos cinco los ha pasado trabajando en la unidad de
urgencias del Hospital Clínico de San Carlos, en Madrid. Se ha tomado tres semanas de vacaciones, en las que conoció Escocia con su marido y visitaron a sus respectivas familias en Navarra y Salamanca. Pero ahora está de vuelta y, desde su regreso, lleva quince días sin parar. «Cuando nos reincorporamos a la sala tenemos que trabajar más. Cubrimos dos turnos o, a veces, tres». Son 24 horas de guardia ininterrumpida y no hay tiempo para el sueño. «En mi trabajo no hace falta el café; la adrenalina que tienes alrededor te mantiene despierto».
Para Raquel, «descansar es dormir» y, cuando piensa en sus vacaciones, las siente como una «bendición». Un médico de urgencias las espera «con muchas ganas». «Por salud física y mental, desconecto de todo». Ni viajes, ni ajetreo, ni proyectos a largo plazo. Lo que más valora esta doctora es «volver a la normalidad». «En esas semanas tengo tiempo para mí y para mi familia. Mi marido me preguntaba si me había dado cuenta de cuánto hacía que no pasábamos tanto tiempo juntos. Y eso que él también es médico y comprende, pero las ausencias son difíciles de llevar».
El trabajo de Raquel le ha hecho cambiar la manera de organizar sus vacaciones. Desde hace cuatro años se reserva una semana para finales de septiembre. «Agosto es el mes más movido. Muchos colegas lo eligen para su descanso y, los que quedamos, asumimos sus horas de trabajo. Por eso la vuelta se hace muy dura. En mi primer año en urgencias agoté mis vacaciones de un tirón y después fue terrible. El cambio es demasiado brusco». Ahora deja esos días para recuperarse de «la paliza de agosto». «Lo mejor del descanso es tener otra vez los mismos horarios que el resto de la gente. Si no te tomas vacaciones, no sobrevives».
MARÍA ALBERDI
Estudiante
«No tengo ganas de empezar»
Un gran paso está cerca para María Alberdi. Dentro de pocos días su vida cambiará bastante: se irá lejos de Vizcaya, de su Gernika, para estudiar Biotecnología en la Universidad Autónoma de Barcelona. «No sé si me gustará la carrera; ya tendré tiempo de ver qué tal es cuando empiece». María lleva casi tres meses de vacaciones. No ha viajado a ningún lugar en especial, aunque ha disfrutado mucho de su tiempo porque ha ido «a las fiestas de todos los pueblos». «He desconectado totalmente y me lo he pasado muy bien», comenta.
Pero la universidad, y todo el cambio que representa, se hace sentir. «No tengo ganas de empezar. Estoy nerviosa –confiesa–. Echaré mucho de menos a mi familia y mis amigos». Uno de los principales temores que la acechan es el idioma. «No sé nada de catalán y debo aprender. Haré un cursillo antes de iniciar las clases». Clases que comienzan el 22 de septiembre, aunque ella se les adelantará. «Me voy un poco antes para entrar en el Colegio Mayor y conocer a mis compañeras. Sé que, al principio, habrá otra alumna que se encargará de darme apoyo con los apuntes y las asignaturas, pero, mientras más pienso en eso, más nerviosa me pongo».
SUSANA Y ALFONSO
Padres de familia
«Nuestras vacaciones comienzan al regreso»
Tardes largas, baños divertidos en el mar, muchas horas en bicicleta y cero responsabilidad. Más de una vez se ha dicho que las vacaciones parecen durar el triple para los pequeños. Lo que no se suele agregar es que, para algunos padres, también. El tiempo de ocio avanza con más lentitud de la que quisieran porque, en realidad, el trabajo se duplica. Éste es el caso de Susana y de Alfonso, una pareja de riojanos que veranea con sus hijos en Noja, Cantabria. «Las vacaciones en familia son complicadas porque pasas todo el día con los críos. Empiezas a disfrutar en serio una vez que se duermen», explica Alfonso entre risas.
Al contrario de lo que sucede con la mayoría de la gente, Susana espera entusiasmada el final de las vacaciones. «Es muy bonita la playa, pero casi diría que ya quiero volver». Más que tensión, el regreso a casa representa un descanso para ella. Los niños irán a la guardería y podrá retomar sus funciones de trabajadora social en el Ayuntamiento de Arnedo; una actividad difícil, pero que no la exige tanto como ser mamá. «Aquí no tenemos tiempo para nosotros dos. Éste sí que es trabajo a tiempo completo», dice. En un acto de previsión, Susana ha dejado todo pronto para el inicio escolar. «Lo único que me puede agobiar del retorno es el viaje. Son dos horas y media, hay mucho tráfico y vamos con los niños». Pero, de síndromes, «ni hablar». «Al contrario, vuelvo contenta. Mis vacaciones empiezan cuando llego».
MANUEL B.
Jefe de ventas de un gran almacén
«Mi cuerpo dijo ‘basta’»
Manuel B. da a conocer su historia, pero no su identidad. Tiene cuarenta años y un trabajo de mucha responsabilidad al frente de un gran almacén. «Me gusta lo que hago y voy contento a trabajar. El regreso siempre lo viví con alegría», explica. Sin embargo, este año, su percepción ha cambiado. Cuando sólo faltaban tres días para comenzar sus vacaciones vivió un episodio nefasto. «Empecé a sentirme mal. Me mareé y quedé en blanco. Mi corazón palpitaba tan fuerte que pensé que me estaba dando un infarto». Pero los exámenes médicos descartaron esa opción y, a cambio, le dieron otra: Manuel había sufrido un ataque de ansiedad. «Resulta que tengo estrés. Mi trabajo es bestial y mi cuerpo dijo ‘basta’».
Pasaron las vacaciones para la mayoría de los españoles y también para él. La diferencia es que aún no ha podido reanudar su actividad. «Hace un mes que estoy de baja por enfermedad, y creo que permaneceré ausente más tiempo todavía. Lo peor es que, a simple vista, parece que no tuviera nada. Pero los síntomas persisten. Tengo mareos constantes y siento inseguridad», explica. En este momento se encuentra bajo tratamiento. Los doctores le han recetado ansiolíticos suaves y practica con frecuencia ejercicios de relajación. «No tiro la toalla. Me ha dado mucha rabia no poder volver porque jamás en mi vida estuve de baja. Un psiquiatra lleva mi caso ahora. Cuando me reponga al 100%, regresaré».
"El síndrome post-vacacional puede afectar a cualquiera"
No está reconocido como patología, pero muchos se sienten enfermar al llegar estas fechas. Hablamos del denominado síndrome post-vacacional, y el psicólogo Roberto Oslé, del Gabinete Kercus de Bilbao, sostiene que sus manifestaciones características son la apatía, la desgana y el nerviosismo. Aunque es usual encontrarse algo desanimado cuando el final del descanso se aproxima, «el período normal de adaptación debe durar entre tres días y una semana. Cuando los síntomas persisten pasados los quince días, hay que plantearse si no está ocurriendo algo más», apunta Oslé.
En su opinión, el síndrome puede afectar a cualquiera. «Son más proclives a padecerlo las personas que se deprimen o agobian con facilidad». Y, además, importa mucho la manera en que cada uno viva su trabajo. El profesional juzga de gran ayuda para afrontar mejor el regreso la tendencia actual de dividir las vacaciones en dos o más períodos del año. «Se trata de buscar oasis dentro de ese ‘desierto’ de once meses laborales. A veces la gente se toma un mes y desconecta tanto que el retorno a la actividad cotidiana supone un cambio demasiado duro. La angustia disminuye al saber que no falta tanto para volver a descansar».
Oslé resalta que el síndrome post-vacacional es «un proceso mental» y que la manera de hacer más leve ese cambio es intentar «ajustar la ansiedad». «Hay que hacer un alto –explica–, porque
generar pensamientos adelantados sobre el retorno hace que tampoco se disfruten las vacaciones».