31.1.08

"Haremos una manifestación por la paz de nuestro país"

Alberto Galindo llegó al País Vasco en noviembre del año 2000. Ingeniero de profesión, vino con la idea de hacer un posgrado en la UPV. Pero no hizo uno, sino dos, y tampoco regresó a Colombia, como tenía previsto al comienzo. Hoy preside la asociación ASOCOLVAS y dirige una cooperativa muy ligada a su país. «El próximo lunes haremos en Bilbao una manifestación por la paz», anuncia. La capital vizcaína no será el único escenario.

Más de 130 ciudades repartidas a lo largo y ancho del globo serán testigos directos del repudio a la violencia en Colombia. Estas urbes, que van de Buenos Aires a París, de El Cairo a Nueva York, y de Ginebra a Melbourne, se manifestarán a favor de la paz y en contra del terror que imprimen las FARC en un Estado al que, «por desgracia», se conoce más por sus armas que por su gente.

La manifestación, de carácter mundial, tendrá lugar el próximo lunes, coincidiendo con el mediodía de Bogotá. En Euskadi, serán las seis de la tarde, y allí estará Alberto Galindo, el presidente de la Asociación de Colombianos en el País Vasco, más conocida como ASOCOLVAS. Para él, que reside en Bilbao desde hace más de siete años, el punto de encuentro será la explanada del Teatro Arriaga. «Iremos con camisetas blancas y letreros muy simples en contra de la guerra. La manifestación no tiene fines políticos, ni partidarios ni de ninguna clase -advierte-. Lo que queremos es dejar claro nuestro repudio absoluto a las FARC». Y para ello no es necesario haber nacido en Colombia. La convocatoria, de hecho, está abierta «a todos los amigos del país que quieran denunciar la injusticia».

La asociación que Alberto representa – en la actualidad tiene más de 400 socios– se ha hecho eco de este llamado internacional sin dudarlo, convirtiendo a Bilbao en la tercera ciudad española en sumarse al proyecto. «Confiamos en que la sociedad vasca, que ha sufrido la violencia terrorista en carne propia, nos acompañe en esta iniciativa y no nos deje solos. No es posible que unos pocos puedan más que la voluntad colectiva, que sigan impunes mutilando los sueños de la gente», lamenta cuando se refiere al movimiento armado.

Y son los sueños (a veces rotos; otras, recién gestados) los que han motivado a 11.000 colombianos a trasladarse hacia el País Vasco. Entre ellos, este ingeniero, que llegó a la capital vizcaína con la intención de hacer un posgrado. «Yo quería cursar un máster en Dirección y Competitividad Empresarial, pero no había plazas, así que me apunté en otro, sobre Cooperación Internacional y Desarrollo», recuerda. Al terminarlo –y lejos de conformarse con ello–, se inscribió en el curso que quería al principio. Como resultado, adquirió los conocimientos necesarios para manejar con destreza sus dos actividades actuales: la presidencia de una asociación con mucha presencia en Euskadi y la dirección de una cooperativa.

El trabajo cooperativo
De ASOCOLVAS, que hoy preside, fue secretario durante tres años. Tiempo más que suficiente para descubrir a las instituciones vascas y dar a conocer la asociación. «Queríamos fortalecer nuestra identidad al tiempo que mejorar los servicios que prestamos», relata. Aunque admite que «no siempre es fácil sacar adelante los proyectos», Alberto es capaz de enumerar con rapidez los muchos papeles que desempeña el colectivo.

Además de ofrecer asesoramiento a los recién llegados, la asociación tiene un grupo de información para los extranjeros interesados en la creación de microempresas. Otro grupo, el de mujeres, brinda apoyo psicológico y social. Y también hay un colectivo de jóvenes que «invierte su tiempo en actividades constructivas en lugar de estar en la calle», sin olvidar los cursos de informática que han impartido para facilitar la inserción laboral.

Por otra parte, la cooperativa satisface distintas demandas. Desde la asesoría legal en materia de
extranjería y la financiación de electrodomésticos, hasta un locutorio «con la última tecnología», una agencia de viajes y un servicio de gestoría para comprar viviendas en Colombia sin tener que desplazarse allí. ¿Clientes vascos? «Sí, uno. Compró una casa en Medellín».

29.1.08

Hipotecas sin aval

Los ingresos, el tipo de trabajo, la edad o nacionalidad del solicitante son factores clave para poder acceder a un crédito hipotecario sin garantías

Comprar una casa es el sueño de gran parte de españoles, que recurre sin dudar al banco a solicitar un préstamo hipotecario para financiar la compra, un crédito por el que se suele exigir un aval. No es el caso de quienes piden el 80% del valor de una vivienda,ya que este préstamo no está sujeto a garantías. Pero la realidad es que la mayoría de usuarios solicita al banco el coste total del inmueble, más un "plus" para hacer reformas o comprar otros activos como muebles, un ordenador o el coche... lo que supone, inexorablemente, la petición de aval por parte de la entidad financiera. En este caso, padres, amigos muy cercanos, o una propiedad sirven como el "apoyo" que presentar para poder embarcarse en la compra de una vivienda. Existen créditos hipotecarios sin garantías, que evitarían tener que involucrar a terceros en una hipoteca, y se puede acceder a ellos. La posibilidad de conseguirlos depende de factores tales como los ingresos, el tipo de trabajo, la nacionalidad o la edad del solicitante. Sin embargo, este tipo de hipoteca también se otorga "con reservas" y, si bien es verdad que no requiere aval, sí exige, en la mayoría de la ocasiones, la contratación de un seguro hipotecario que cubra hasta el 95% o 97% del valor del inmueble.

Involucrar a terceros
Comprar una vivienda en España supone, de media, un desembolso de 2.085 euros por metro cuadrado. De ahí que también suponga, en la mayoría de los casos, tener que solicitar un crédito hipotecario. Pero, incluso en este supuesto, el sueño de adquirir casa propia no es un proyecto que cualquiera pueda llevar a buen término, pues existen unas condiciones que, a priori, determinan quién puede acceder a un préstamo y quién no. Entre ellas, los ingresos y el trabajo del solicitante ya que, por ley, la cuota de una hipoteca no puede superar un tercio del salario del solicitante.

El aval es otro de los requisitos que suele pedir un banco antes de conceder un préstamo para adquirir una vivienda. Éste consiste en una garantía de pago que, normalmente, involucra a un segundo inmueble o a una persona con solvencia económica para que, en caso de que el solicitante no pueda hacer frente a la cuota de su hipoteca, algo o alguien responda por él. Se trata, en resumidas cuentas, de un mecanismo de seguridad para que el banco pueda recuperar el dinero que ha facilitado al cliente, así como los intereses, que son su margen de ganancia.

Ofrecer un inmueble como aval es una herramienta pensada para aquellas personas que, por ejemplo, ya tienen una propiedad y desean adquirir otra. El riesgo de perderlo todo si algo sale mal corre exclusivamente por cuenta del cliente, ya que son sus bienes los que están en juego. Presentar a un avalista, en cambio, significa involucrar a alguien más en la operación bancaria; alguien que posea la solvencia suficiente como para hacerse cargo de la deuda contraída. Este, sin duda, es un ejercicio de confianza, y quizá por ello, en gran parte de las ocasiones el respaldo lo da un miembro de la familia de quien solicita el préstamo. Casi siempre, los padres.

Condiciones estrictas
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando alguien quiere comprar un inmueble y no tiene la posibilidad de presentar garantías? ¿Se conceden hipotecas sin aval? La respuesta es que sí, pero con reservas. Si las condiciones de los bancos son estrictas de manera habitual -y en especial en la situación económica actual-, su dureza se incrementa cuando el cliente no tiene un respaldo. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la hipoteca media en España se sitúa en 150.851 euros, a pagar en 27 años. Teniendo en cuenta las fluctuaciones del Euribor (el índice de referencia para nueve de cada diez hipotecas con interés variable) y la inestabilidad del mercado laboral (casi la mitad de los empleados del sector privado tiene contrato de trabajo temporal), es mucho dinero y mucho tiempo como para correr riesgos innecesarios y, por lógica, las entidades bancarias se cubren.

En la concesión de una hipoteca sin aval no hay fórmulas exactas. No hay un manual ni un documento estándar que establezca de antemano cuándo se otorga y cuándo no. Así lo indican fuentes de la Asociación Hipotecaria Española (AHE), quienes subrayan que el préstamo sin aval depende de varios factores, que no hay dos casos iguales y que, en términos generales, los bancos suelen pedir garantías. Sin embargo, hay un matiz: el marco que establece la ley.

En efecto, desde el punto de vista legal, un préstamo hipotecario no necesita de aval cuando el valor total prestado es inferior al 80% del coste del inmueble. Dicho de otro modo, si una persona cuenta con los requisitos básicos para afrontar una hipoteca y el monto que solicita no supera ese porcentaje, podría recibir el dinero sin necesidad de presentar una garantía. Sin embargo, no siempre se aplica. Como bien reconocen diversas entidades bancarias, cada cliente es único y, antes de conceder lo que pide, se hace un estudio del caso.

La cultura del 110%
El aval siempre depende de las condiciones del solicitante, como asegura Juan Manuel Menéndez, catedrático de Políticas Económicas de la Universidad Complutense de Madrid. En este marco, los ingresos, el tipo de contrato y el dinero requerido son piezas clave del engranaje que abre las puertas a un préstamo sin garantías. Pero, ¿por qué da la sensación de que estos casos son excepciones? Probablemente, porque así es, sobre todo en la actualidad. Aunque el incremento del valor de la vivienda en 2007 haya sido del 4,8% y la cifra sea la más baja en la última década, y aunque los expertos admitan la desaceleración del mercado inmobiliario, el fin del "boom" coincide con un alza en los tipos de interés que ha vedado el acceso hipotecario a las familias con rentas medias y bajas. Por otra parte, más que una subida de tipos, que existe y es dolorosa, lo que nota el ciudadano de a pie es un endurecimiento de las condiciones del crédito. De esta manera, incluso en aquellos casos en los que se solicita un 80% del valor de la vivienda, los bancos previenen riesgos y exigen garantías.

A esto cabe agregar que la mayoría de los clientes pide la totalidad del coste del inmueble o, a veces, más, y por un piso que vale 180.000 euros, se solicita un crédito de 240.000. Y el banco lo admite. Son hipotecas que alcanzan hasta un 120% del valor de la vivienda porque incluyen la compra de otros activos, como el coche, los muebles o un viaje. En otros casos, aunque la hipoteca se corresponda con el valor real del piso, no es el único crédito que debe afrontar el cliente. Basta con sumar los 700 euros de esa cuota con los 300 del monovolumen para quedar "al límite". Razón más que suficiente para que la entidad bancaria exija un aval.

Sobrevalorar el inmueble, endeudarse hasta el cuello, comprar bienes a crédito... Parece un sinsentido y, sin embargo, hay una cuestión cultural que subyace bajo esta dinámica. El catedrático de la Universidad Complutense la explica con nitidez: España pertenece al área latina de Europa, junto con Grecia, Italia y Portugal, donde está muy arraigado el sentido de la propiedad. A diferencia del área sajona, donde existe una cultura del alquiler mucho más extendida y las hipotecas no ocupan un lugar tan relevante, el arco mediterráneo es de la propiedad por tradición. Allí es donde se inscribe la "picaresca latina" de aprovechar la hipoteca para adquirir todo tipo de bienes.

De ahí que, normalmente, las instituciones exijan avales. Si no lo hicieran, los bancos no tendrían manera de recuperar el dinero ni siquiera vendiendo el inmueble, porque perderían los intereses. Hay que tener en cuenta que contar con un buen historial bancario no basta para eximir al solicitante de presentar una garantía, aunque existe una tercera vía que, últimamente, se utiliza con frecuencia: contratar un seguro que cubra hasta el 95% o 97% del valor del inmueble.

El seguro: la tercera vía
El único seguro obligatorio es el de incendios. Todo lo demás es libre y opcional. No obstante, a la hora de otorgar un crédito hipotecario, los bancos suelen ofrecer paquetes que contemplan supuestos como los impagos de las cuotas o las subidas de interés. El primero de ellos funciona, por ejemplo, cuando la persona que pidió el préstamo pierde su empleo o fallece. En esos casos -y con unas condiciones acordadas previamente-, la empresa aseguradora afronta el coste de la hipoteca, ya sea la totalidad de la misma o un determinado número de cuotas.

El modelo está pensado para que el cliente (o su familia) no tenga que embargar la casa si cambia su situación patrimonial y, por tanto, supone una tranquilidad, tanto para él como para el banco, cuyo negocio es cobrar el dinero y no coleccionar inmuebles. Por esa razón, las entidades cada vez lo piden más, aunque el producto siempre ha existido en el mercado. El otro seguro que se ofrece con asiduidad es el que fija un tope de interés y garantiza que los tipos se mantendrán siempre en un rango preestablecido. A modo de ejemplo, que nunca subirá más del 6% ni bajará a menos del 2%. Este esquema representa, sin duda, seguridad para el cliente, más que para el banco.

Ambos seguros son opcionales (hasta el de multirriesgos los es), pero eso no impide que los bancos lo exijan o, cuando menos, lo ofrezcan. Normalmente, la cuota de dicha póliza se añade a la de la hipoteca y su coste depende de la cuantía y de la empresa porque los seguros son libres y hay precios a la carta. Desde esta perspectiva, resulta casi imposible determinar el desembolso mensual que un cliente destina a la compra su vivienda, especialmente cuando consigue firmar una hipoteca sin aval y los seguros se transforman en requisitos casi imprescindibles.

Joven y extranjero, el perfil del cliente sin aval

Hace apenas un par de años diversas entidades bancarias lanzaron al mercado un modelo distinto de hipoteca. Otorgaban el 100% del valor del inmueble, a pagar hasta en 40 años y sin exigencia de aval. El ofrecimiento sigue en pie, aunque no es para todo el mundo. Los destinatarios eran -y son- jóvenes o extranjeros, un sector del mercado hasta entonces inexplorado y, sin lugar a dudas, con un gran potencial. Como muestra, los padrones municipales más recientes: hay más de seis millones y medio de jóvenes de entre 20 y 29 años, mientras que las personas extranjeras representan el 9,1% de la población. Cuestión de números. Con el modelo hipotecario tradicional, y aun teniendo las condiciones económicas para afrontarlo, la mayoría quedaban excluidos del sistema. Los inmigrantes, sobre todo, ilustran muy bien el caso. Carecen de patrimonio previo en el país y, en general, no cuentan con la presencia de familiares o amigos de confianza a los que puedan presentar como avalistas. Los dos métodos más comunes para ofrecer garantías al banco quedan, por tanto, vedados. Y, con ellos, la posibilidad de comprar un inmueble.

Las hipotecas del 100% y sin exigencia de aval nacieron para cambiar esa situación y satisfacer una demanda creciente. Pero no son mágicas. Responden a estudios del mercado muy precisos que contemplan, entre otras cosas, el nuevo mapa social. Por ejemplo, que el solicitante del crédito no sea sólo una persona, sino varias, aunque entre ellas no existan vínculos legales o de consanguinidad. Parejas de hecho -en el caso de los jóvenes-, y amigos o compatriotas -en el caso de los extranjeros- se ajustan muy bien a este esquema.

La posibilidad de pagar en un plazo de hasta 40 años también responde al perfil de los clientes. Por un lado, hace que las cuotas sean más llevaderas (un elemento muy valorado entre quienes recién se emancipan y quienes empiezan de cero en un nuevo país). Por otro, la edad de los solicitantes permite que el plan de pago pueda extenderse durante décadas y que al banco le resulte rentable. En cualquier caso, y más allá de las generalidades, "cada cliente es distinto". Así lo subrayan todas las entidades bancarias que, antes de otorgar un préstamo, hacen un cálculo exhaustivo. Los ingresos, el tipo de trabajo, la cantidad de personas que se presenten como solicitantes y la situación personal de cada una son los factores más citados por las instituciones. En contrapartida, lo que no está sujeto a debate es la contratación de un seguro. En estos casos, donde por fuerza no existen avales tradicionales, los seguros de créditos hipotecarios juegan un papel indispensable.

El resultado es un incremento del pago mensual, que incluye la amortización del préstamo, los intereses correspondientes y la cuota del seguro. No obstante, conviene hacer bien los números antes de dar el paso. Durante el año pasado, el 97,6% de las hipotecas se firmaron a interés variable y, de ellas, el 88% establecieron al Euribor como índice de referencia. Con tantos elementos incidiendo en la transacción, el valor de la mensualidad puede elevarse considerablemente y suponer un problema serio. Sin ir más lejos, en septiembre del año pasado, la subida del Euribor y la crisis del mercado inmobiliario en Estados Unidos provocaron que la morosidad de los créditos hipotecarios para la compra de la vivienda se situara en el 0,632%, el nivel más alto del último lustro. ¿Preocupación? La justa. El catedrático de Economía Juan Manuel Menéndez sostiene que, si bien "estamos endeudados", se ha valorizado tanto el precio de los pisos que su coste absorbe la subida de los tipos y de renta. Por tanto, aunque la cuota de la hipoteca se duplique el precio de la vivienda se multiplicará por tres.

24.1.08

"La relación con los autóctonos se da en términos de desigualdad"

Silvia Carrizo es argentina y periodista. Se marchó de su país en enero de 2002 y desde entonces vive en Euskadi. Como casi todo el mundo, tenía en mente un futuro distinto y la ilusión de mantener su profesión. «Trabajar en lo mío», dice esta comunicadora reconvertida en comerciante y presidenta de la asociación Malen Etxea. El martes pasado presentó un estudio sobre la realidad laboral de las mujeres extranjeras. El resultado da que pensar.

La mitad de los inmigrantes tiene nombre de mujer, rostro de mujer, perspectiva femenina. En el País Vasco, la tasa de extranjeras empadronadas supera la media española, lo que en números –54.615, según el INE– significa que son más que los hombres. Pero eso no impide que sean unas desconocidas, a menudo invisibles a los ojos de la sociedad.

Como mujer e inmigrante que es, Silvia Carrizo se ha propuesto, junto a la asociación que preside, abordar esta cuestión y dedicarle una mirada franca. La visión es muy poco halagüeña, pero da pie a la reflexión y el debate, algo que se hizo este martes en la jornada ‘Manos que mueven el mundo’, celebrada en San Sebastián.

¿Cómo es la realidad laboral de las mujeres extranjeras? La pregunta tiene más de una respuesta, pero aquí va la primera: por regla general, «todas trabajan por debajo de su cualificación profesional», casi siempre como empleadas domésticas. «Hay un aspecto que no se suele tener en cuenta: no migra el que quiere, sino el que puede –dice Silvia–. Para elaborar un proyecto migratorio se requiere un nivel de preparación y perspectiva; unos conocimientos que permitan tomar esa decisión». Y sostenerla.

Porque el viaje, que implica atravesar medio mundo, dejar todo lo conocido y privarse de la familia, es sólo el primer paso. Luego viene el resto: soportar la añoranza, aprender nuevos códigos, entender otro idioma y, sobre todo, desenvolverse. «Nadie les pregunta qué hacían en su país. Se da por hecho que son ignorantes, que no tienen medios», lamenta Carrizo. Para ilustrar la situación, recuerda una anécdota: «La empleadora llevó a la chica al mercado, y ella pensó que lo hacía para decirle dónde prefería comprar las cosas, pero no. Cuando llegaron al puesto de verduras, la señora presentó a su empleada: ‘Ésta es de Nicaragua, pero va a aprender a comprar, ¿eh?’ Así pasa con casi todo, desde explicarles cómo colgar la ropa hasta enseñarles a lavar una lechuga».

Otro hallazgo interesante del estudio tiene que ver con la estratificación del mercado laboral. «En la actualidad, se debate la igualdad de los sexos y se apuesta por la conciliación del trabajo y la vida privada, pero no se cuestiona el sistema patriarcal», expone Silvia, y con ello introduce un tema de lo más sugerente: el «trasvase de la maternidad».

Si bien cada vez son más mujeres las que trabajan fuera de casa, se gradúan en las universidades y ganan presencia en el mundo profesional, «no es menos cierto que, cuando tienen hijos, son otras mujeres quienes cuidan de ellos. El modelo sigue siendo el mismo», razona esta periodista. «Todavía son las mujeres quienes se encargan de las tareas domésticas; lo único que ha cambiado es que, ahora, ya no son vascas, sino pobres, inmigrantes y negras».
La soledad y el poder
En un contexto como éste, la integración tampoco es sencilla. «La relación entre las trabajadoras
inmigrantes y la sociedad de acogida siempre se da en términos de desigualdad: jefe y empleada, médico y paciente, dueño del piso e inquilina... Los vínculos de amistad, las relaciones que se dan en términos igualitarios, no se producen en general con las personas de aquí, sino con otros extranjeros».

La soledad está más presente que nunca. Aunque de partida el plan sea venir por un par de años,
trabajar, ayudar a sus familias o reunir cierto dinero para afrontar las deudas en el país de origen, «el proceso se va alargando». Entre tanto, «dejan a sus hijos con sus madres o sus suegras, mantienen a sus maridos, que viven de las remesas o que empiezan otras relaciones mientras ellas siguen acá». Las condiciones de trabajo no ayudan. En resumen: «Salario mínimo, jornadas de diez o doce horas, apenas medio día libre a la semana y la sensación de que sus empleadores le están haciendo un favor».

La parte positiva que destaca Silvia Carrizo es, en cambio, «el empoderamiento progresivo» de estas mujeres. «Por lo menos en las asociaciones, comparten sus experiencias y cada vez están menos dispuestas a trabajar sin los derechos mínimos, como las pagas extra o las vacaciones. Al final, toman conciencia de algo fundamental: si fueron capaces de dejarlo todo atrás y abrirse paso en el mundo, pueden hacer lo que quieran».

17.1.08

"Los gatos flacos tenemos hambre de conocimiento"

Alejandro Ruelas-Gossi se define como «el profesor del futuro»: un docente con ‘marca registrada’ que da clase en diversos centros. En su caso, las universidades con más prestigio de Europa, Asia y América. A sus 46 años, este mexicano experto en economía y negocios ha asesorado a varias empresas –desde IBM y Sony, hasta Microsoft y Motorola–. Hoy dirige Orkestra, el Instituto Vasco de Competitividad.

«El éxito está dado por la unión de dos cosas –dice–: la pasión y las habilidades». Y a juzgar por su trayectoria, Alejandro posee las dos. De formación empresarial y económica, este doctor en Estrategia es un investigador nato al que le atraen, entre otros temas, las economías emergentes. De ahí su gusto por Euskadi, que él percibe como un gran objeto de estudio («ha experimentado un cambio notable en las últimas décadas») y que, además, es su casa.

Desde mayo del año pasado, su residencia se encuentra en Donosti. Llegó aquí con una invitación expresa y un objetivo claro: dirigir el Instituto Vasco de Competitividad, también conocido como Orkestra. «Quisimos ponerle un nombre que no fuera tan regional, que representara bien lo que hacemos. Nuestra tarea es la orquestación de diversos investigadores para entender los procesos económicos y elaborar predicciones. Básicamente, se trata de estudiar aquellos temas que pueden influenciar a quienes hacen las reglas y las políticas. Eso es lo interesante porque, si no, la investigación no tendría razón de existir».

En menos de cinco minutos, sintetiza una idea como esta. No en vano, ha dado clase en instituciones mundialmente conocidas, como la Universidad de Oxford, la Universidad de California y la Universidad Tecnológica de Nanyang, en Singapur. Y esto sin contar los lugares donde estudió y las revistas en las que escribe, como la ‘Harvard Bussines Publishing’, donde, según los expertos, ha publicado el artículo de mayor impacto en el último lustro. Precisamente fue allí, en Harvard, donde conoció a un grupo de vascos que le invitaron a dar unas conferencias. «Fue algo de lo más normal –recuerda–. Luego negociaron conmigo para que me quedara más tiempo». El resultado fue la oferta, en firme, de dirigir Orkestra.

Alejandro aceptó, trasladó su vida a Donosti y se convirtió en uno de los 1.598 mexicanos que, actualmente, residen en Euskadi. Después de tantos años viajando por el mundo (su primera experiencia fuera de México tuvo lugar en Japón y, desde entonces, no ha dejado de «ser internacional» ), es casi obligado preguntarle de dónde se siente. Y no vacila en su respuesta: «Yo me siento latinoamericano –asegura–. He nacido en un país pobre, y eso me ha dado las ganas de aprender a gran velocidad. El que lo tiene todo hecho no siente la necesidad de seguir haciendo. Los gatos flacos, en cambio, tenemos habmbre de conocimiento».

¿Qué instrumento toca?
Pero la avidez por saber cosas es algo que le ha sorprendido de Euskadi. «Nunca en mi vida vi un
público tan ávido y preocupado por informarse y leer todo, por saber qué se dice o se hace». Y, como ejemplo, ofrece su caso. «Estos meses han sido más de trabajo que de interacción social y, sin embargo, todo el mundo me conoce. Eso me llama la atención. En la peluquería, la carnicería o
donde sea, saben quién soy porque me han visto alguna vez en el periódico».

El episodio más divertido fue, sin duda, en un restaurante. «El camarero me preguntó: ‘¿Usted qué instrumento toca?’, y yo le dije que estaba confundido, pero él insistió: ‘¿No es usted el director de Orkestra?’». También le ha pasado otras veces que en un comercio cualquiera alguien le suelte, sin más, un ‘¿para dónde va la economía?’, como quien habla del clima. «Cuanto más viajas, más cosmopolita te sientes. Aprendes a querer a la gente, más allá de dónde sea. A mí me emociona y me entusiasma que me hayan dejado hacer algo desde cero –confiesa–, que me hayan dejado crear». O que alguno de sus colegas vascos le haya dicho: «Lo único que me preocupa es que un día te vayas».

10.1.08

"Lo dejé todo en mi país, pero me compensa: aquí estoy tranquila"

¿Hasta dónde hay que aguantar la incomprensión? ¿Malas caras, insultos, amenazas? ¿Agresiones, tal vez? Un secuestro fue el punto de inflexión para Solange Tragodara, que dejó todo atrás cuando empezó a temer por su vida. Esta vez, el motivo para emigrar no fue la política ni la economía. Se enamoró de la ‘persona equivocada’: otra mujer.
La orientación sexual no figura habitualmente entre los motivos que llevan a emigrar a las personas. Por lo general, las estadísticas recogen otras áreas, como la economía, la política y, algunas veces, la religión. No obstante, existe y es muy real; sobre todo para Solange Tragodara, que lo vivió en primera persona y que, aún hoy, «tres años y cinco meses» después, sigue sufriendo sus consecuencias.

Todavía no ha vuelto a Perú, el país donde vivió hasta los 23 años y donde tiene a su familia, incluido su hijo pequeño, que tenía 6 años cuando ella se marchó. «Ahora tiene casi diez y me he perdido esa transición. Es muy duro», confiesa. Venir con él, sin embargo, no era viable. Más que nada, para el propio niño y por la forma en que Solange viajó. «Vine a dar una conferencia en el Forum de Barcelona y acabé pidiendo asilo», relata para sintetizar la historia. Porque Solange no emigró por razones económicas, «sino para sobrevivir».

En Lima era trabajadora social, dirigía una ONG y tenía su propia empresa. Colaboraba con Naciones Unidas para la Comunidad Latinoamericana de Jóvenes y, precisamente por esto, «recibía muchas invitaciones de fuera». Solange era, socialmente, una persona visible, «activista desde los 18 años y con un movimiento formado a los 21».

Tenía –y tiene– las cosas claras, tanto en lo profesional (es licenciada en Económicas) como en lo personal: es lesbiana. La ONG que dirigía en Perú ofrecía asistencia integral a otras mujeres que, como ella, sufrían la incomprensión social. «En términos generales, la sociedad no entiende la homosexualidad y está a años luz de llevar el tema de manera natural». Pero hay matices. Una cosa es manifestarse en contra, y otra agredir a las personas, hostigarlas e, incluso, urdir un secuestro. La notoriedad le jugó a Solange una mala pasada y aunque su familia y la de su pareja apoyaban su relación, la gente no. «La última agresión fue tan violenta que temí por mi vida y lo primero que pensé fue: ‘en cuanto me llegue otra invitación del extranjero, me voy y no vuelvo’. A cualquier parte."

La oportunidad surgió el 9 de agosto de 2004. Dio una conferencia en el Forum y, después, pidió asilo. Mientras el trámite seguía su curso, se mudó a Bilbao, ciudad a la que vino por azar y «con lo puesto». Fiel a su espíritu de cooperación, no tardó en relacionarse con distintas instituciones y proyectos de carácter social. La más reciente: la Plataforma Red Apoyo a Perú, en la que trabaja desde su creación para ayudar a las víctimas del último terremoto que asoló el país. «Tuve suerte. Mi familia no vive en Pisco (la ciudad que sufrió más daños), pero aquí conocí a muchas personas que eran de allí y cuyas familias se han quedado sin nada».

Ser libre
De hecho, con la creación de esa plataforma se sorprendió por la cantidad de peruanos que residen en Euskadi. «Nuestra comunidad está tan bien integrada que es el extremo opuesto de un gueto. La buena integración y acogida por parte de los vascos también se aplica al terreno personal: «Es difícil no sentir aquí que eres libre», dice. Y por libertad Solange entiende que puede ser ella misma, que no debe «mantener las apariencias».

«Mi pareja también ha venido y vivimos las dos aquí. Al principio, nadie se daba cuenta de que estábamos juntas, porque teníamos la costumbre de caminar por la calle disimulando. Ahora ya no es así. No podría volver a Perú a disimular; lo dejé todo allí, pero el viaje me compensa: aquí estoy tranquila». Y eso que, todavía hoy, está luchando por su residencia, en un «limbo legal», como dice. «Denegaron mi solicitud en marzo del año pasado, pero he recurrido el fallo».

Por supuesto, podría obtener el permiso por arraigo, pero Solange no quiere hacerlo hasta agotar antes todas las vías. «Estoy en mi derecho a pedir asilo y me gustaría llevar mi caso hasta el final. Si no me conceden lo que pido, tendré que tomar el camino del arraigo. Eso me duele, porque es injusto. Yo no vine por razones económicas, sino buscando sobrevivir, por eso elegí esta vía, aunque el porcentaje de éxito sea sólo del 2%. Mi caso es reivindicativo».

3.1.08

"Integrarte depende de ti; si quieres, lo puedes hacer"

Partió de Congo con 24 años y llegó a Bilbao en autobús, vía Bélgica, su destino migratorio inicial. Fue allí con intención de estudiar, pero el país no le gustó. En Euskadi, sin embargo, encontró lo que buscaba. «Me siento muy bien, arropado», dice Jean Pierre Lutho en perfecto castellano. Cuatro años después de empezar su periplo, se considera un nuevo vasco y traza metas para 2008, como aprender euskera o volver a Kinshasa... de vacaciones.

La elección de Bilbao como lugar de residencia tuvo que ver con la casualidad y, más aún, con sus creencias. Conoció la capital vizcaína por azar, mientras viajaba de Bruselas a Logroño, donde vivía uno de sus primos. Ya entonces, la ciudad le gustó, pero el factor determinante fue la Iglesia. «Como cristiano que soy, me llamó la atención, me interesé por ella y me gustó desde el principio», recuerda, aunque tardó un poco en aclimatarse.

Antes de venir aquí vivió en Logroño, Córdoba, Sevilla, Dos Hermanas, Talavera de la Reina... un sinfín de lugares esparcidos a lo largo y ancho de la geografía española. No obstante, fueron «estancias cortas» y, finalmente, se decidió por Bilbao, donde lleva casi dos años y de donde no se piensa mover. Sus únicos viajes previstos tienen a Córdoba como destino –allí vive su novia– y Kinshasa, la capital de Congo, el lugar en que está su familia.

Echa de menos a los suyos, claro, sobre todo en esta época, que invita a dibujar proyectos. Como le ocurre a casi todo el mundo, el comienzo del año se perfila para Jean Pierre como una página en blanco que, en su caso, le gustaría completar con estudios superiores de informática y con algunas líneas de euskera. «Me gustan mucho los idiomas», asegura. Y a juzgar por la conversación, tiene una facilidad innata.

«Si me hubieras conocido hace tres años, habrías flipado», confiesa entre risas. «Llevaba aquí seis meses y ya hablaba castellano». Ese don fue el que le animó a venir «sin saber una palabra», con «ganas de aprender, aunque costara». Pero no le resultó difícil; ni eso ni la adaptación, pese a que la cultura local es «muy distinta» a la de su país.

«Para ser totalmente franco, no me ha costado adaptarme. La integración de la que tanto se habla no es nada del otro mundo –expone–. Siempre he pensado que depende de uno. Integrarte
depende de ti: si quieres, lo haces». El enfoque resulta novedoso (más todavía cuando lo plantea un extranjero) porque, en general, la responsabilidad de la convivencia suele atribuírsele a la sociedad de acogida, no a la persona que llega.

Pero Jean Pierre es de los que piensan que, como mínimo, hay un trabajo compartido. «Muchas veces se dice que aquí la gente es racista, y muchos inmigrantes ya vienen con esa idea en la cabeza de antemano. Eso dificulta las cosas bastante, porque de pronto alguien te habla de un modo brusco y tú lo malinterpretas; le atribuyes un significado erróneo».

Africano, sin más
Lo que sí está lleno de «espejismos » es la imagen que un país tiene del otro. Tanto en Congo, donde se ve a España «como un lugar de prosperidad inmediata y de puertas que se abren fácilmente», como aquí, donde «no se habla de países concretos, sino del continente africano en su conjunto». Eso le duele a Jean Pierre. «Siempre se dice que un africano hizo esto, o que un subsahariano hizo lo otro, pero sin distinguir. A los negros se les asocia con las pateras, así, en general, aunque casi nunca haya congoleños en ellas. Y después, una vez aquí, nos confunden con personas de otros países. En Vizcaya somos muy pocos», dice. Según el INE, 67. Apenas cien en todo Euskadi.

Es consciente de la dictadura que machacó su país, la guerra que lo azotó, o la triste realidad de los niños soldado. Pero este joven congoleño hace la siguiente reflexión: «Si voy a Madrid y saco fotos de las chabolas con ‘okupas’, o si voy a Sestao a fotografiar los sitios más chungos, y luego enseño esas imágenes en Congo, nadie creerá que es Europa. De igual manera, en mi país hay cosas muy bonitas, aunque no se vean; aunque no vayan turistas por miedo a una guerra».

1.1.08

La vanguardia del chocolate

La tentación, al alcance de la mano en pleno Casco Viejo de Bilbao
La primera reacción es girar la cabeza; la segunda, mirar el escaparate; la tercera, entrar. No se puede caminar frente a esta tienda y seguir como si nada. La estética del local, minimalista y de vanguardia, contrasta con el entorno y sacude a la indiferencia. Ubicada en el Casco Viejo, Alma de Cacao le da protagonismo a la simpleza contemporánea en su interior sin descuidar el marco decimonónico que la rodea. No en vano, en 2006 fue premiada como la mejor obra de rehabilitación comercial de la ciudad.

Pero no es su arquitectura lo que la hace especial. Lo que de verdad conquista es su aroma, porque la tienda vende chocolate y no lo hace de cualquier manera: «Para nosotros es fuente de placeres y sensaciones que conmueven el alma y activan nuestros sentidos». Nada de mostradores ni vitrinas cerradas: la tentación está al alcance de la mano. Un delicioso peligro con
matices de canela, pimienta, azafrán o cardamomo, acompañado por recetarios, libros, menaje y vinos que maridan muy bien con el cacao.

Tanta es la variedad de propuestas que hasta tienen colecciones de otoño-invierno y primavera-verano para ajustarse a los sabores propios de cada estación. Cremas, bombones, turrones o helados capaces de «evocar sentimientos» y generar «sensaciones dispares». O incitar al pecado: la gula.